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Al ritmo de los deseos

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Al ritmo de los deseos

Unos peldaños más hasta salir de las honduras del metro madrileño y allí estaba la barriada en el pleno del jolgorio del fin de semana. La plaza, a reventar. Olores y hedores escapados de quién sabe dónde, a tono en abundancia e intensidad con el bullicio de la colmena humana. Lavapiés era como siempre un rosario de culturas, de historias personales anónimas enlazadas en el propósito de la vida en la noche aún tierna. Agregada la seña dominicana en anatomías femeninas henchidas, pelo en rulos o domado a fuerza de menjunjes y temperatura, más el azote auditivo de merengues, bachatas y esas diabluras seudo-musicales que ahora acomodan el gusto popular.

Con la inmigración se desplazan también taras y virtudes, aficiones buenas y malas que resisten el contagio avasallante de las costumbres propias del país anfitrión. Hay quienes transigen y entienden la conveniencia de copiar a los romanos en Roma. Otros se esconden tras la rutina y dejan escapar sus verdaderos rasgos cuando la distensión de la fiesta o el descanso lo permiten.

Buscaba el Café Barbieri, aleccionado por una amiga muy querida y Mario Vargas Llosa en Travesuras de la niña mala. En seguimiento del Ave María, la calle y no la oración, tropecé con otra que emergió repentinamente de territorios que apenas existen en el mapa de la memoria: la de Tribulete. Recuerdos de letras y ritmos que se llevaron los años y afloraron al avistar el nombre dibujado sobre mosaicos, a media altura del edificio en el desboque de la vieja vía de Madrid. Perdí la fecha y poco importa el fracaso en rescatarla. Sonaba en las escasas estaciones radiales de la época, quizás porque Libertad Lamarque vendría a una de esas semanas aniversario de La Voz Dominicana y era quien había puesto de moda esa tonadilla contagiosa: La chica del 17. Con los calendarios se había ido, si lo hubo acaso, cualquier interés en despejar las incógnitas detrás, sobre todo aquellas agazapadas tras palabras que desconocía y que, al revivirlas, me devuelven con esplendor renovado el mérito del compositor.

"La chica del 17 de la plazuela del Tribulete,/Nos tiene con su toilette /Revuelta a la vecindad. /La gente ya la critica /Pues hace tiempo que no se explica /A dónde va la chica /Tan bien plantá /Por eso a las vecinas les da por murmurar /Y al verla tan compuesta Le dicen al pasar: /Dónde se mete la chica del 17 /De dónde saca pá tanto como destaca".

Si fácil aunque inesperado fue encontrarle el rastro a la calle de Tribulete, también al origen de la canción que inspiró una joven sin dudas muy lanzada para la época. Existió el prodigio eternizado en música que se resiste al tiempo, pero no vivía en el 17 sino en el 13, frente a La Corrala, antes de la guerra que culminó con la dictadura de Francisco Franco. Compuesta en 1926 por el violinista Durán Vila para la cantante Mercedes Serós, le dio visa para la historia ser uno de los primeros cuplés impresionado en disco eléctrico, luego grabado una y otra vez hasta nuestros días e incorporado a musicales de gran éxito. La Novia de América registró su interpretación en pasta en 1929, muy joven aún en una carrera que abarcó su cumpleaños número ochenta. Coincidencia o no, cantos similares de la existencia marcaron a la niña mala y a la chica del 17, validas ambas de encantos que la buena literatura y música se han encargado de guardar para la posteridad.

El talento es inmune a los años. Encuentra representación en todas las épocas. La creatividad ha acompañado al hombre en su trajinar por los siglos de los siglos amén, pero no todos poseen en igual medida ese don que se cultiva pero cuya impronta inicial se aposenta en los genes. Viene esta reflexión al ruedo a propósito del debate sobre la pobreza de la llamada música urbana y sus letras de doble sentido pero en estrecha proximidad uno y el otro de la vulgaridad rampante. Hay todo un mundo de insinuaciones en La chica del 17, un retrato acabado de quien en uso de su libertad escogió conscientemente un modo de vida que escandaliza a la comunidad mojigata. Tonadilla ligera, propia del "género ínfimo" como se calificó al cuplé antes de que adquiriera visos de respetabilidad, retrata una rutina que se aparta muy poco del presente. Historia de aceptación general repetida con el tango y la bachata nuestra de cada día que llevará a Romeo Santos al Yankee Stadium el 11 de julio, y me lo aproximará este miércoles al Patriot Center, en el estado de Virginia contiguo a Washington.

Como en todo, la calidad confiere trascendencia a la creación del hombre pues en la fortaleza estética reside el secreto de lo que llamamos clásico, no otra cosa sino la aceptación cuasi universal de una obra, su adaptación a cualquier cultura, su capacidad de interpretar o compendiar realidades aparentemente disímiles.

"Pero ella dice al verlas en ese plan /La que quiera coger peces /Que se acuerde del refrán".

No hay que mencionar el refrán porque se siente sin esfuerzo la humedad en el trasero como sine qua non para acceder a determinados bienes en tareas que no suscitan parabienes. En la España pobre de la primerísima parte del siglo pasado, no había dicho más certero para describir el vestuario de la chica del 17, muy adelantada a las megadivas dominicanas, ya en desuso casi todas por aquello de que el tiempo no perdona o tanto va el cántaro a la fuente hasta que se rompe:

"La chica del 17 lleva zapatos de tafilete /Sombrero de gran compete y abrigo de pedigrí /Los guantes de cabritilla, medias de seda con espiguilla/ Y viste la chiquilla como en París".

La chica del 17 que me retrotrajo a espacios ya en las nieblas del entramado mental es un ensayo sociológico acabado del Lavapiés que me llega en los enamoramientos de la amiga querida, y a todos en los de Vargas Llosa, con el Madrid de trazos culturales definidos y en definición por el influjo de extranjeros. Es la historia de un país con el destino abierto al sur. Primero los moros africanos, luego los sudamericanos y caribeños; y más recientemente los rumanos, de la Europa Meridional a donde no llegan las aguas del Mediterráneo sino otras bautizadas horrorosamente como Mar Negro. De manera elegante, en la mejor tradición picaresca, se pincela al barrio de vecinas hermanadas en el cotorreo y la sospecha contra quien escapa de la medianía. También está allí, en el texto alegre, desprejuiciado y fluido, la doblez común a toda época, sobre todo en aquellas sociedad regidas por códigos religiosos siempre a la zaga de las transformaciones sociales.

Más que escándalo moral, la vulgaridad en la nueva música dominicana debería provocar otras alarmas. Refleja una incapacidad creciente para hacer arte en los géneros populares. Preocupante es la anemia creativa, confundir la cacofonía con ritmo, deshacer el romance y el amor en parodias burdas o en torpezas verbales. Me importa un bledo que las imágenes sexuales sean protagonistas y orienten las letras en una intención expresa de captar atención y por ende vender. Encubiertos o no, las pasiones y los deseos pueblan el grueso de las composiciones que integran el cancionero de más solera y arraigo. No solo en estos páramos, sino en todo el mundo. La globalización y la tecnología han servido a la industria musical y al entretenimiento como a muy pocas actividades. Hacer el amor se conjuga igual en la realidad de todos los idiomas y en las letras de las canciones todo es cuestión de cómo decirlo. Por ahí se despeña la música urbana.

Recorría el Montreal de años y experiencias ya idos, y parecía que solo una canción gustaba y cuyas letras pedí me escribieran para entender el porqué de tanta popularidad. Roberta Flack, quien luego se divorciaría al vapor en Santo Domingo, iniciaba una larga carrera de triunfos. I feel like making love no podía ser más explícito y menos vulgar: "Paseando en el parque/mirando el invierno convertirse en primavera/caminando en la oscuridad/viendo a los amantes en lo suyo/es cuando me dan ganas de hacerte el amor/ de que los sueños sean realidad. /Cuando me hablas/cuando gimes dulce y quedo/ cuando me tocas y mis sentimientos empiezan a surgir/ es cuando me dan ganas de hacerte el amor".

Competía Roberta Flack con Patti Labelle y su Lady Marmalade, en el tope de todas las escalas de proezas musicales de esos veranos calmados de la década de los años setenta tras los hippies, el París de 1968 y el prohibido prohibir. Una frase abierta en francés, en medio de un torrente de palabras en creole y un ritmo contagioso que décadas después no ha perdido intensidad, decía un poco de lo mucho que contiene esa canción, una instantánea del Nueva Orleans de ese entonces y ahora: Voulez-vous coucher avec moi, ce soir? Invitación a la cama de una prostituta, Lady Marmalade, en cuyo boudoir, "tocar su piel sedosa, suave, color café con leche, hizo que la bestia salvaje dentro rugiera hasta gritar ¡más, más, más!"

Primero se comportan Vakeró y el hombre del mambo violento, Omega y alfa del escarnio propio, como ciudadanos ejemplares, que los músicos urbanos derivar lirismo e imágenes soberbias del oficio de una prostituta en una calle cualquiera. Epopeyas de las noches festivas en el barrio latino de la vieja ciudad portuaria, con sabor y nombre francés, inspiraron la canción emblemática, devuelta al público en una serie de versiones, algunas atrevidas pero nunca con el vigor, la espontaneidad y el estilo inconfundible de Patti Labelle. La "Madrina del Soul" no nació con ese apellido, agradablemente en consonancia con el voulez-vous coucher avec moi ce soir. No provenía de esa corriente de emigrantes franceses franco-canadienses y haitianos de Luisiana, y sin embargo estampó para siempre una verdad del Nueva Orleans endiosado en una aparentemente simple canción popular.

En nuestro cancionero latino hay ejemplares finos de libido en alza, pasiones in crescendo, amores infinitos y lujuria incesante, glamorosa. Explícito o no, el mensaje se cuela nítido en el texto encendido, y el final siempre es el mismo. De la sexualidad no escapamos, aunque haya fuerzas confabuladas para que no se enseñe en la escuela y desde joven se aprenda a cómo vivirla y encauzarla. Al subir a la superficie, las Burbujas de amor de nuestro Juan Luis Guerra explotan en erotismo: todo un desborde de poesía y ritmo que sumerge hasta el alma en un humedal de voluptuosidad y fuerza a "pasar la noche en vela mojado en ti". Si amanece, que popularizó Rocío Jurado, contiene una estrofa que nos remite a un mundo de arrebatos acuciantes, incontrolables, insistentes; de frenesí; de lujuria; de erotismo y vitalidad:

"Si amanece y ves que estoy despierto /porque de tu amor aún no estoy llena /ámame otra vez, ámame otra vez /con las mismas fuerzas de la primera vez".

Las deficiencias de la epidemia musical que alimenta el debate no moran en el tema que la inspira, sino en la pobreza creativa de sus intérpretes y compositores. Remedio no lo hay en la proscripción o en la condena pública porque, al fin y al cabo, son la expresión de una sociedad en peligro de extinción artística. Nos salva el consuelo de encontrarnos con la chica del 17 en el recuerdo, y volver siempre a la música y canciones que no pasan de moda.

(adecarod@aol.com)

Las deficiencias de la epidemia musical que alimenta el debate no moran en el tema que la inspira, sino en la pobreza creativa de sus intérpretes y compositores. Remedio no lo hay en la proscripción o en la condena pública porque, al fin y al cabo, son la expresión de una sociedad en peligro de extinción artística.