Compartir
Secciones
Podcasts
Última Hora
Encuestas
Servicios
Plaza Libre
Efemérides
Cumpleaños
RSS
Horóscopos
Crucigrama
Más
Contáctanos
Sobre Diario Libre
Aviso Legal
Versión Impresa
versión impresa
Redes Sociales
Lecturas

La religión se practica por la boca

Expandir imagen
La religión se practica por la boca

La respuesta conduce a la pregunta: catalogo como una de mis mejores experiencias haber vivido entre observantes de religiones variadas, asomarme discreto a sus prácticas y entender así, de mano de la cotidianidad, que la tolerancia y el respeto son inestimables en un mundo en el que las distancias se acortan pero la diversidad permanece como rasgo definitorio.

Judíos, cristianos y musulmanes comparten una misma raíz; y aunque el empeño se ha puesto en las diferencias, hay más en común que lo que a vista llana los separa. No en vano se las conoce como religiones abrahámicas, porque de Abraham brota el cordón umbilical. Una prueba vívida de cómo se imbricaban desde hace cientos de años aparece en las llamadas jarchas, de las primeras producciones literarias del Medioevo peninsular escritas en árabe, hebreo y lengua romance. Si en un modo poético de expresión se encontraban, también en las prescripciones religiosas: el ayuno continúa como la adhesión a reglas que aproximan a la divinidad al tiempo que incentiva valores como la humildad, la templanza, anexos todos al viejo convencimiento de que en el sufrimiento hay virtud.

Ayunan los judíos durante el Yom Kippur o fiesta del arrepentimiento. La Cuaresma es tiempo de abstinencia para los cristianos, llevados de Moisés en el Éxodo y Jesús en el Nuevo Testamento, en oración uno en el Monte Sinaí y el otro en el desierto, ambos sin probar bocado. Para los musulmanes, el ayuno es uno de los cinco pilares en que el Profeta basó el islam. Mahoma tomó prestada la idea de sus primos judíos, porque el mandamiento era originalmente observado en la misma fecha. Hasta su huida de la Meca a Medina, cuando dispuso que la privación de alimentos y bebidas se extendiese durante todo el mes del ramadán. Paradojas de la historia, porque en Medina había una comunidad judía importante a la que no agradaron Mahoma y sus prédicas. Juntos pero no reburujados: las malquerencias inspiraron otras reglas para marcar el terreno religioso, y entre ellas que los musulmanes en lo adelante rezaran de cara a la Meca y no a Jerusalén.

Por el Nuevo Manual Bíblico, del finado Merrill F. Unger, sé que la palabra ayuno proviene del hebreo sum; literalmente, cubrirse la boca. Definición apropiada y que deberían observar sine die los cristianos vociferantes que arremeten contra el embajador norteamericano Brewster por el hecho simple de que sus preferencias sexuales se corresponden con una minoría cuyos derechos reclama voz en cuello. Con justeza. La religión se practica por la boca y por ella también se ofende, aunque me tenga sin cuidado si la serpiente abrió sus fauces cuando encandiló a Eva y esta se enteró de cuán buena es la manzana y de que hay comidas con consecuencias.

Como mes, el ramadán carecía de significado para los primeros musulmanes. Ocurrió, sin embargo, que en el año 624 las fuerzas islamistas derrotaron a sus enemigos de la Meca en la batalla de Badr precisamente en esa fecha de su calendario, otra de las razones que motivaron al Profeta. El ayuno, por lo menos para árabes y judíos, ha devenido momento bélico. Los egipcios lanzaron la ofensiva de 1973 contra Israel durante la celebración del Yom Kippur, y de ahí el nombre de esa guerra. Aunque coincidió con el ayuno, hubo una dispensa para los soldados árabes que en las primeras fases de la lucha arrollaron las defensas israelíes en el Sinaí y pusieron en jaque la sobrevivencia del Estado judío. Y ha sido también durante ese mes religioso que Israel ha desatado su ofensiva en la Franja de Gaza contra Hamás y los palestinos.

Mi aprendizaje práctico del ramadán se inició con un chofer en Londres, libanés de nacimiento y sobreviviente de las luchas sectarias que han asolado al bellísimo país del Cercano Oriente. De ordinario ameno y bien comportado, en esas semanas le venía por generación espontánea un humor agrio al que se unía una apariencia de gallina ultimada a escobazos. Las ojeras se le crecían, caminaba lentamente y parecía arrastrar sus más de seis pies de estatura castigado por la luz solar que en el verano se excede por varias horas. Ignoro cómo se las arreglaba para sobrevivir porque en las noches trabajaba en un servicio de transporte de lujo, y en oportunidades las dos jornadas laborales se encadenaban sin mucho tiempo para el descanso.

Varios años atrás, una visita turística a Kuala Lumpur, la capital de Malasia y donde el 48 por ciento de la población es musulmana, coincidió con el mes de penitencia. En Jerusalén, por ejemplo, los periódicos publican cada semana cuándo comienza exactamente el Sabbath, basados en las predicciones meteorológicas para la salida y puesta del sol. Igual en los territorios del islam durante el ayuno, que comienza y termina con la luz solar. A la entrada de los ascensores había avisos de un desayuno especial en la madrugada, -y por tanto fuera de mi ruta alimentaria-, en el que destacaban las frutas secas y frescas y alimentos que ayudasen a combatir el rigor de un largo día sin probar bocado ni bebida, ni siquiera un sorbo de agua que compensara la copiosa sudoración que acarreaba la humedad estival y que solo amainaba con los aguaceros tropicales al caer la tarde.

El panorama de desolación cambiaba con la oscuridad. El ambiente festivo transformaba los restaurantes, casi todos con un bufé en el que se desplegaba la rica cocina malaya, fortalecida por la mezcla de razas que en ese país del sudeste asiático convive armoniosamente pese a la diversidad religiosa. Había, además, música y bailes, por lo que cada noche de ese ramadán mágico era una aproximación a siglos de tradiciones y del que se participaba en un espíritu de comunidad que copó mi atención desde el primer día y me libró de la aprensión del extraño.

Este último ramadán me sorprendió en Estambul, Turquía, donde la secularidad está inscrita en el nacimiento de la república pese a que el imperio otomano extendió las influencias islámicas hasta el corazón mismo de Europa y del Asia milenaria. Ignorante, aventuré los pasos vespertinos en busca de una buena representación de una cocina que ha influenciado la cultura occidental hasta los tuétanos. El sol radiaba pese a que pasaban de las siete. Atribuía el cierre de varios restaurantes por los que pasé o la escasez de comensales a que era domingo, hasta que me acordé de que no es jornada festiva en Estambul como en los eriales cristianos de la República Dominicana, cada vez más incultos, cada vez más intolerantes y necios. Reparé, ya tarde para cambiar el rumbo italiano hacia la meta estomacal, en que los fogones se avivan con la oscuridad en el mes de abstinencia de los discípulos del Profeta.

Pese a las tensiones políticas y un equilibrio a veces precario entre los partidarios de un estado islámico y los de la tradición secular instaurada por Mustafá Kemal Atatürk, el fundador de la República y en cuyo honor el país se paraliza por un minuto cada aniversario de su muerte, el 10 de noviembre, a las nueve y cinco de la mañana, en Turquía impera la libertad religiosa. Dista años luz del vecino Irán, en donde dos ciudadanos que ingirieron alimentos fueron castigados con ochenta latigazos per cápita. Para muchos turcos, la religión es cosa del pasado y su vida escapa a los preceptos rigurosos del Corán. Para otros no, y en la cosmopolita Estambul abundan los velos o hiyab y hasta el burka. Se consume alcohol públicamente y el único disuasivo podrían ser los altos impuestos que convierten en prohibitivos hasta los vinos nacionales, cada vez de mejor calidad aunque en las mesas impere el raki, una especie de aguardiente anisado que también se consume en la rival Grecia, donde le llaman ouzo. No podría ser de otra manera: Atatürk, "padre de los turcos" como reza su título oficial, murió de cirrosis hepática por aquello de que le gustaba empinar el codo.

La idea es que la continencia limpia el corazón del creyente y trae perdón a sus pecados. Estoy condenado de antemano porque se requiere una voluntad férrea para continuar con la rutina en días estivales cuando el sol asoma en la madrugada y no le da por marcharse sino a las 8.47pm, como aprendí el día en que decidí incorporarme al iftar, o el rompimiento del ayuno. Claro, en sentido figurativo porque desayuno y almuerzo habían protagonizado mi programa del día. Ya estaba dispuesta la mesa del bufé grandioso cuando entré al gran comedor, rota la monotonía del diseño minimalista moderno con unos candelabros y unos motivos otomanos repartidos con buen gusto en puntos claves. Por los ventanales asomaban el Bósforo histórico, el Palacio de Dolmabahce donde también vivió y murió Atatürk, y los tantos minaretes allende el brazo de mar, en el lado asiático de la ciudad ombligo del mundo en una época, y donde el final del ayuno se marcaba con un cañonazo cuando el sultán lo ordenaba.

Pregunté si estaba abierto el bufé y lo estrené con una incursión generosa a la estación de los mezze. Se llenaba el restaurant y el tamaño de las mesas me recordó que el iftar es una celebración en familia, congregada esta al final de un día de penitencia. Próximo a donde estaba, una treintena de comensales conversaba y no se animaba a seguir mi ejemplo. Unos minutos pasaron y fue el pandemónium. Antes me percaté de lo que pueden las convicciones y de que en Roma hay que hacer como los romanos. No había llegado la hora marcada por la unanimidad religiosa como la verdadera puesta del sol y, por tanto, el hambre y la sed debían esperar pese a la tentación suculenta en cada plato de aquel banquete propio de un sultán. Porque uno de los detalles más importantes del ramadán es saber cuándo, con precisión de segundos, se rompe el ayuno.

Aunque mi apetito reclamaba otra ración generosa de los tantos platillos exquisitos que usualmente anteceden a los aprestos mayores en la dieta turca, me contuve. Esperé paciente hasta que la clientela musulmana me diera la señal de que su mundo de observación religiosa cumplía con la receta del Profeta de ayunar hasta que los últimos rayos del sol se disiparan. Miré por los ventanales y vi que ya no estaban unas cintas doradas que coronaban unas nubes en un cielo que había sido azul todo el día, que Dolmabahce refulgía igual que los minaretes de la mezquita contigua y que el Bósforo no era agua sino luces que flotaban robándose la oscuridad en su desplazamiento.

La música no venía del cielo aunque lo pareciera, sino de un grupo que con instrumentos turcos originales y unas voces, adivino que de huríes, se imponían al murmullo de toda aquella gente hambrienta por la religión, no por falta de profundidad en los bolsillos.

Caí en cuenta, de sopetón, de que a la tolerancia y al respeto hay que llevarlos dentro. Y no dejar que se escapen aunque se abra la boca.

Ayunan los judíos durante el Yom Kippur o fiesta del arrepentimiento. La Cuaresma es tiempo de abstinencia para los cristianos, llevados de Moisés en el Éxodo y Jesús en el Nuevo Testamento, en oración uno en el Monte Sinaí y el otro en el desierto, ambos sin probar bocado.

Para los musulmanes, el ayuno es uno de los cinco pilares en que el Profeta basó el islam.