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Blancanieves

Blancanieves, el drama reinventado por Pablo Berger no es que deje de ser original, lo es. No es que deje de ser estéticamente interesante, que lo es; y sobre todo que tenga esas deudas de querencias con casi todo el buen cine mudo, que los tiene. Es que fue realizada después que se rodara The Artist, una cinta que exhibe un nivel de perfección pocas veces vista por estos tiempos. Así la Blancanieves torera, también en blanco y negro, también muda, resulta redundante, o cuando menos plagiadora. Que esto de las coincidencias cada vez resulta más difícil en este mundo tecnológicamente avanzado.

Blancanieves es original a partir del cuento tradicional, sí. Pero a ratos es aburrida, previsible, y hasta caricaturesca con el lío de los enanos (no sé por qué siempre los enanos me parecen caricaturas de sí mismos cuando tienen que actuar); tanto así que obliga a uno a pensar todo el tiempo en Hazanavicius y su arranque de originalidad, que aunque no fue lo suficientemente valorada en Cannes en el 2011, sí lo fue con creces en los Oscar.

No paso Blancanieves. A pesar de la inmensa Maribel Verdú, a pesar de la música, a pesar de su fotografía. Me quedo con The Artist y su reinvención del cine con una sonrisa que aún nos dura.

Diez cabezones de Goya para Blancanieves no solo son una exageración de la academia española de cine, sino también un despropósito, sobre todo cuando había otras cintas merecedoras de éste o aquel premio, que bien les hubiera hecho a los cineastas españoles, porque la gala de entrega se ha reducido a cinco películas en la noche, a lo más seis con el documental sobre los sarahuíes.

De todos modos vale la pena ver Blancanieves... para recordar que existe The Artist. ¿Me pasé?