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Sueños bancarios, frustrados

El tiempo, definitivamente, vuela. Han pasado más de dos años desde que escribí la primera parte de esta columna (“Sueños bancarios”, marzo 2013) donde compartimos algunas aspiraciones, mínimas, en favor del usuario financiero de la República Dominicana.

Cuando digo mínimas, quiero decir que se trata de iniciativas en su gran mayoría de fácil implementación y de relativo poco costo para la banca criolla.

Aspiraciones tan elementales como que se incluya la “fecha de revisión de la tasa de interés” de los préstamos, para que el deudor pueda programarse para posibles cambios e informarse, y así negociar las mejores condiciones posibles.

Otra de carácter informativo tiene que ver con la publicación de contratos de adhesión con un mínimo de legibilidad y comprensión, para que el deudor no se vea desmotivado de entrada a leer aquello que contrató, como ocurre.

Paradójicamente, dos de los sueños frustrados fueron asumidos por nuestra autoridad (por lo menos una parte de ella), al momento de emitir el “Reglamento de Tarjeta de Crédito” que contemplaba tasas de interés referenciadas y márgenes de riesgo, que permitirían, ilusamente pensé yo, dinamizar y traer un poco más de competencia y transparencia en el mercado de dinero plástico.

Aunque siguen ahí, cual letra muerta, en el reglamento financiero, posteriormente la Superintendencia (SB) vio bien llegar a un “acuerdo” con las entidades financieras para fijar, dedocrática e ilegalmente, las condiciones vigentes en un mercado supuestamente libre.

Ciertamente, se han reducido las tasas de interés aplicables en las tarjetas de crédito hasta un 30%, pero a cambio de atropellar los mecanismos legales y un reglamento que en su primera versión contemplaba una adecuación y redefinición del negocio de la tarjeta de crédito verdaderamente revolucionario.

Si se piensa que soy excesivamente duro o crítico, le invito a sentarse con su banquero o banquera de preferencia para que le responda esta sencilla pregunta: “¿Cómo es que se calculan los intereses, si yo decidiera financiarme con mi tarjeta de crédito?”

No importa la entidad, ni el nivel del ejecutivo bancario a quien usted le pregunte, puedo asegurarle que 90% de los interrogados no sabría, sin antes consultar un “script” que el o ella mismo no entienden, responderle correctamente.

Como para no sentirnos mal, precisamente cuando nosotros persistíamos en esas opacas prácticas con las tarjetas de crédito, en Estados Unidos, los mismos bancos, previendo mandatos posteriores de sus autoridades, desistieron de ellos.

¿La razón del cambio en el Norte? Se aceptó, finalmente, que nadie entendía aquellas complejas reglas del cálculo de doble ciclo de las tarjetas de crédito.

Claro, eso fue allá. Aquí, por lo visto, sí tenemos la capacidad de entender el negocio plástico sin tener que asistir, por ejemplo, a un Taller de Finanzas Personales.

Finalmente, sobre nuestros sueños del pasado, debo destacar, la persistencia de cerrarle la puertas a los “leprosos bancarios”, es decir, a aquellas personas que mantienen algún tipo de “mancha” o Letra Escarlata en sus historiales de crédito.

El impacto humano de estas medida en la población más necesitada de oportunidades económicas (“¿Cómo pago si no puedo trabajar?”) es desgarrador. Si no me cree, lea la cita de arriba.

Según nuestras encuestas, la práctica discriminatoria se mantiene de forma generalizada en el sector financiero dominicano, aunque con sus excepciones.

Dos sueños adicionales

A los sueños del pasado que reiteramos hoy, agregamos dos que entendemos son cada vez más necesarios.

En primer lugar, aquellas entidades que ofrecen préstamos con cláusulas de penalidad por pago anticipado deben puntual, expresa y formalmente poner en conocimiento al deudor de ese compromiso que están asumiendo al firmar ese contrato.

Segundo: A los deudores se les debe explicar explícitamente lo que conlleva una tasa de interés variable o una tasa fija por un tiempo determinado. La ignorancia en torno a este aspecto es descomunal.

¿Cómo hacerlo? Indicándole al deudor que ese préstamo que ahora se otorga a un interés de 9%, podría variar y que, en el pasado, deudas como esas han costado tasas tan altas como 18%, por ejemplo.

Todavía no pierdo mis sueños

Roma no se construyó en un día, ni en dos años. Quizás toque esperar, pero de algo puede estar seguro: Los que aquí le avanzamos son derechos que, como mínimo, le corresponden al usuario de un mercado financiero moderno.

Ninguno de estos sueños son creaciones de la fantasía o las divagaciones de su escribidor financiero. Son derechos básicos.

Nuestros banqueros, que tienen sus cuentas en el Norte, conocen y disfrutan de estos derechos. Allá. ¿Aquí? Aún no.

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