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Desorden global desde Trump hasta el Mar de China Meridional

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Desorden global desde Trump hasta el Mar de China Meridional
El candidato republicano a la presidencia, Donald Trump. (EFE/MICHAEL REYNOLDS)

La beligerancia de la política nacional se está derramando sobre el escenario mundial.

A Donald Trump se le confirma como candidato republicano a la presidencia de EEUU. Recep Tayyip Erdogan, el presidente de Turquía, aprieta el ‘tornillo autoritario’ después de un fallido golpe militar. Decenas de personas fallecen en otro espantoso ataque terrorista en Francia. A esta lista se pudieran añadir el golpe a la cohesión occidental asestado por el voto del Reino Unido para salirse de la Unión Europea (UE) y la desafiante respuesta de China ante el fallo de un tribunal internacional acerca de sus reivindicaciones territoriales en el Mar de China Meridional.

A primera vista, estos eventos parecen estar desconectados. El Sr. Trump probablemente nunca ha oído hablar de la línea de nueve puntos de China. Boris Johnson, el secretario de Asuntos Exteriores del Reino Unido, ha mostrado una mayor preocupación por bloquear el acceso a los migrantes turcos que por la salud de la democracia de esa nación. Es probable que la masacre en Niza se haya debido tanto al alterado estado mental del perpetrador como al proselitismo del autodenominado Estado Islámico (EI). La locura, y la maldad, pasarán.

Al analizar la situación con mayor detenimiento se observa la aparición de algunos preocupantes patrones: el creciente nacionalismo, la política de la identidad, el desdén por las instituciones y una fractura del sistema internacional basado en normas. Los gobiernos han perdido el control, y la fe de sus ciudadanos. La beligerancia de la política nacional se está derramando sobre el escenario mundial. No se trata de un mundo absolutamente hobbesiano, pero la dirección de desplazamiento es evidente.

El populismo de izquierda y de derecha en Europa se ha aprovechado de la dificultad económica que siguió a la crisis financiera de 2008 y de los temores acerca de los flujos de migrantes que huyen de la guerra y de los Estados fallidos del Medio Oriente y de África. Francia tiene el islamófobo Frente Nacional; Italia, el Movimiento Cinco Estrellas; España, Podemos; y, más recientemente, en Alemania ha surgido Alternativa para Alemania. La fragmentación le ha dado un vuelco al juego de posguerra de ‘tomar turnos sucesivos’ entre los partidos de centro derecha y de centro izquierda.

La nominación del Sr. Trump y el voto del Reino Unido para salirse de la UE, sin embargo, son acaecimientos de diferentes tipos. Cualquiera que sea el resultado de las elecciones de noviembre en EEUU, el Sr. Trump se ha apoderado del Partido Republicano y, según las encuestas de opinión, él cuenta con el apoyo de las dos quintas partes de los estadounidenses a favor de una plataforma arraigada en la xenofobia, en el aislamiento, en el populismo económico y en el antielitismo. El Reino Unido siempre ha tenido sus euroescépticos, pero el voto del “Brexit” expresó un desencanto mucho más amplio. A Bruselas se le culpó por la creación de la globalización, de la migración y de la marginación económica.

El candidato republicano dice que le gustaría “darles un puñetazo” a sus oponentes. Él expulsaría a millones de migrantes mexicanos y les prohibiría la entrada a los musulmanes a EEUU. Un poderoso aislamiento restaurará la grandeza de EEUU. Para el Sr. Trump, los extranjeros son la amenaza. Del mismo modo, los partidarios de línea dura del “Brexit” prometen construir su pared en el Canal de la Mancha. Algunos defensores afirmaron, equivocadamente, que si el Reino Unido permanecía dentro de la UE su preciado Servicio Nacional de Salud se volvería disponible para millones de migrantes turcos.

El credo populista reemplaza al patriotismo con el nacionalismo, y promueve el desprecio por las instituciones tradicionales. Cualquier persona considerada “experta” está confabulando con las élites. Todo el mundo tiene derecho a producir sus propios “hechos”. Las grandes empresas, los bancos, y la globalización son los enemigos de las clases trabajadoras de raza blanca. Unos cuantos pasos más a lo largo de este camino nos llevarían de vuelta a las “conspiraciones judías” de la década de 1930.

A los votantes no se les puede culpar por sus ansiedades. Muchos tienen quejas legítimas. El capitalismo liberal ha favorecido a los ricos. Los ingresos medios se han estancado. Los nuevos titanes del capitalismo global — Apple, Google, Amazon, Facebook — consideran la imposición fiscal un impuesto voluntario. Las instituciones políticas se han vuelto complacientes. Sin embargo, las propuestas de los populistas — invariablemente divisorias, pesimistas y cerradas — son transparentemente falsas. Una presidencia del Sr. Trump empobrecería a EEUU; el “Brexit” tendrá el mismo efecto en el Reino Unido.

Las tensiones no han pasado desapercibidas en otros lugares. El Sr. Erdogan en alguna ocasión consideró a Europa como el destino de Turquía. Esta semana, él declaró que el fallido golpe había sido un “regalo de Dios” que había ayudado a su esfuerzo por fortalecer el régimen autocrático. Él prefiere el capitalismo del Estado (y el capitalismo clientelista) en vez de la economía de mercado. Él está haciendo las paces con el presidente ruso Vladimir Putin. Europa se puede quedar con su secularismo, con su pluralismo y con su estado de derecho.

El hombre que condujo un camión a través de la multitud de inocentes que celebraba el Día de la Bastilla en Niza alineó su lealtad con una forma diferente de la política de identidad. Los Estados se han estado desintegrando a través de todo el Medio Oriente y el Magreb. El extremismo religioso ha desplazado al nacionalismo secular. El propósito de los ataques terroristas yihadistas en el Occidente, sin embargo, es provocar una reacción por parte de los nacionalistas. Y están teniendo éxito. El partido Frente Nacional de Marine Le Pen bien puede considerarse el gran ganador de la atrocidad cometida en Niza.

El nacionalismo de suma cero no es propiedad exclusiva del populismo occidental. Al rechazar el fallo del panel de arbitraje acerca de la validez de sus reclamaciones marítimas en el Mar de China Meridional, las autoridades de Beijing declararon que la opinión pública no toleraría ninguna retirada de sus reivindicaciones de soberanía. Otros pudieran interpretar la respuesta como un reflejo de que, ahora que China es nuevamente una gran potencia, ya no se siente obligada a respetar las normas internacionales escritas antes de su ascenso.

El otro día escuché a un diplomático occidental describir el desafío de China como una amenaza al orden de la posguerra. Él tenía razón. Entonces escuché algunos de los discursos pronunciados durante la convención del Sr. Trump en Ohio. Restaurar la grandeza de EEUU no incluye el respeto al derecho internacional. Lo uno, por supuesto, no justifica lo otro. Pero, en conjunto, nos advierten hacia dónde nos dirigimos.

Por Philip Stephens (c) 2016 The Financial Times Ltd. All rights reserved

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