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Defensores del liberalismo buscan respuestas al asalto del populismo

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Defensores del liberalismo buscan respuestas al asalto del populismo
Aeropuerto de Múnich. (EFE/SEBASTIAN WIDMANN.)

La energía de los insurgentes populistas no solamente ha sido impulsada por el estancamiento del nivel de vida y una creciente migración.

La Conferencia de Seguridad de Múnich solía ser el lugar donde los líderes occidentales hablaban de cosas malas y peligrosas que ocurrían en otras partes del mundo. Este año la conversación abordaba las cosas malas y peligrosas que estaban perjudicando la democracia en casa. Donald Trump encabezó la lista de amenazas de todos los participantes. Los europeos estaban alarmados por las semanas de apertura del presidente estadounidense; los estadounidenses prometieron hacer todo lo posible por contenerlo.

Algunas cosas no cambian. Sergei Lavrov, el veterano ministro ruso de Asuntos Exteriores, se presentó para proferir su ritual cargo de perfidia contra la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). El Kremlin, sin embargo, ha perdido un poco de su brío desde que Michael Flynn, el asesor de seguridad nacional del Sr. Trump de tendencias rusófilas, fuera expulsado de su cargo. El terrible conflicto en Siria tenía a los líderes occidentales temblando, conscientes de su impotencia. Muchos advirtieron de las ambiciones revanchistas del presidente ruso Vladimir Putin.

En cuanto al Sr. Trump, abundaron las historias de una administración disfuncional, de excéntricos hábitos de trabajo y de luchas de poder entre los ideólogos del círculo interno y los elegidos más ortodoxos del presidente para el gabinete. Todos estaban desesperados por la evanescente frontera entre la verdad y la mentira.

El contingente republicano, encabezado por el senador John McCain, pronosticó desagradables encuentros en el futuro. Mike Pence, el vicepresidente, logró la hazaña, apenas, de sonar leal al Sr. Trump mientras descartaba su política exterior.

Sin embargo, la verdadera discusión no se refería tanto al hecho de la victoria del Sr. Trump, sino al hecho de que los votantes lo hubieran colocado en la Casa Blanca. Como otros demagogos a través del tiempo, él había aprovechado la oportunidad presentada por un malestar más profundo.

Las clases políticas están lejos de tener un diagnóstico acordado acerca de esta enfermedad, y mucho menos acerca de una medicina para su curación. Es cierto que la “estrategia de contención” de la clase dirigente republicana pudiera mitigar los peores instintos del presidente, pero ¿qué sucedería entonces con su “movimiento”? Actualmente, los desposeídos portan armas automáticas en lugar de horquillas.

En cualquier caso, la insurgencia no se limita a EEUU. Desempeñó un papel importante en la votación del Reino Unido sobre el referéndum de la Unión Europea (UE). Está alimentando el nacionalismo de extrema derecha en toda Europa. Si ciertos eventos salieran decididamente mal, pudieran colocar a Marine Le Pen, la lideresa del xenófobo partido Frente Nacional de Francia, en el Palacio del Elíseo. La contienda presidencial francesa será probablemente el acontecimiento político más significativo de 2017. El desdén del Sr. Trump por la arquitectura de la posguerra de la comunidad del Atlántico es preocupante. La Sra. Le Pen la derribaría.

Lo que ha sucedido es que grandes segmentos de la población han retirado su aprobación del orden democrático. Durante 70 años el argumento político en las democracias liberales ha sido en gran medida acerca de los “medios”. La derecha y la izquierda podían estar en desacuerdo, a menudo furiosamente, sobre la distribución del poder, sobre la relación entre el estado y el individuo, y sobre el ritmo del cambio social, pero se suscribían esencialmente al mismo marco pluralista.

Los populistas le han dado un vuelco al debate: ahora se trata de los “fines”. El Sr. Trump, estimulado por su consejero estratégico en la Casa Blanca, Stephen Bannon, imagina un orden completamente diferente, robustamente nacionalista y proteccionista, que protege los privilegios de la mayoría nativa, blanca y cristiana. Los valores del antiguo orden — la dignidad humana, el pluralismo, el papel del derecho, la protección de las minorías — no tienen cabida en esta política de identidad. Tampoco lo tienen las instituciones de la democracia. Los jueces, los medios de comunicación y el resto son “enemigos del pueblo”.

Una política exterior basada en “EEUU primero” es parte del mismo constructo. El Sr. Bannon, el ideólogo que conforma los impulsos del Sr. Trump, anticipa un enfrentamiento de civilizaciones con el Islam y una guerra con China. El ‘coqueteo’ con el Sr. Putin se trata de una solidaridad reveladora y cultural en contra de una amenaza barbárica imaginada.

Pero, ¿por qué ahora? Todo el mundo tiene su propia explicación de por qué individuos como el Sr. Trump y como la Sra. Le Pen han tenido éxito donde otros no han podido aprovechar la ira y las ansiedades de tantos. El estancamiento de los ingresos, la arrogancia de las élites, la austeridad poscrisis, las inseguridades generadas por la tecnología y por la globalización, y los choques culturales provocados por la migración fueron todos responsables. No estoy seguro de que expliquen la sorprendente energía de los insurgentes.

Se trata de algo más que de un estancado nivel de vida y de una creciente migración. El otro día un amigo alemán se acordó de la década de 1930, y me recordó la crítica de George Orwell del libro Mein Kampf de Adolf Hitler. Escribiendo en 1940, el Sr. Orwell reflexionó sobre la despreocupación de los progresistas de esa época. La suposición dominante era que el bienestar material — la mayor felicidad del mayor número de personas — salvaguardaría el orden imperante.

Pero, en palabras de Orwell, “los seres humanos no sólo buscan comodidad, seguridad, pocas horas de trabajo, higiene, control de natalidad y, en general, sentido común; también, al menos intermitentemente, quieren conflictos y autosacrificio, sin mencionar los tambores, banderas y desfiles de lealtad”. Ayuda, el pudiera haber agregado, si la lucha prometida está arraigada en la identidad, con “el otro” — sean judíos o musulmanes — el enemigo.

El nazismo y el fascismo, indicaba el Sr. Orwell, habían atrapado una corriente psicológica. Las emociones dejaron de lado al cálculo económico. Algo similar está ocurriendo hoy en día aunque, afortunadamente, no en el mismo nivel de maligna ilusión.

Para la generación del Sr. Orwell la única respuesta era luchar por sus valores. Tal vez aquí también haya un mensaje para todos los liberales que han jubilosamente supuesto durante estas últimas décadas que era suficiente con declarar el fin de la historia.

Por Philip Stephens (c) 2017 The Financial Times Ltd. All rights reserved

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