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Donald Trump ganará su batalla con los espías

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Donald Trump ganará su batalla con los espías
Donald Trump, presidente electo de los Estados Unidos. (FOTO SHUTTERSTOCK)

Es un error pensar que los espías son más poderosos que el presidente.

James Jesus Angleton, quien dirigió la contrainteligencia para la Agencia Central de Inteligencia (CIA) desde 1954 hasta 1975, una vez describió su mundo como un “yermo de espejos”. Los jefes de las agencias de inteligencia estadounidenses deben haber sentido una sensación similar de desorientación surrealista al presentar su informe a Donald Trump la semana pasada.

Los directores de inteligencia nacional, la CIA y el Buró Federal de Investigación (FBI) estaban encargados de informar al presidente electo sobre una operación de inteligencia rusa. La dificultad era que el beneficiario previsto de esa operación no era otro que el propio Sr. Trump. Además, el presidente electo ya había ridiculizado públicamente el trabajo de los espías sobre el hackeo ruso durante las elecciones.

El choque entre el presidente electo y la poderosa “comunidad de inteligencia” de EEUU ha llevado a muchos a sugerir que el Sr. Trump está cometiendo un peligroso error. Se dice que podrían desestabilizar fácilmente al nuevo presidente; que los espías son más poderosos que el propio presidente. Pero es casi seguro que están equivocados. El Sr. Trump está claramente en la posición más poderosa.

Las prohibiciones legales, políticas y burocráticas impuestas a las agencias de inteligencia que espían a los estadounidenses — y mucho más al presidente — son formidables. Es cierto que los espías son actores poderosos y bien dotados de recursos en el sistema de Washington. Pero su principal habilidad es contar con el oído del presidente en las batallas con otras agencias gubernamentales. Cuando el presidente es el problema, es menos claro lo que los espías pueden hacer.

En cualquier batalla entre espías y la propia Casa Blanca, el único recurso real de la comunidad de inteligencia es informar o filtrar información contra el presidente. Pero no hay garantías de que esto sea efectivo.

En el 2004, los funcionarios de la CIA fueron ampliamente acusados de revelar información contra la administración de George W. Bush, reflejando el descontento de la agencia con el manejo de la guerra en Irak. El Wall Street Journal publicó un editorial titulado “La insurgencia de la CIA” y acusó a los “altos escalones de la agencia” de “claramente tratar de derrotar al presidente Bush y elegir a John Kerry”. Pero si el cambio de régimen era efectivamente su intención, la CIA fracasó. El Sr. Bush fue reelegido.

La controversia resalta una divergencia en las imágenes internacionales y nacionales de las agencias de inteligencia estadounidenses. Para la izquierda global, la CIA siempre ha sido considerada como una siniestra organización derechista que apoya un orden mundial reaccionario. Pero en Washington la CIA es a menudo vislumbrada con sospecha por los conservadores que creen que tiene un sesgo liberal. La agencia está, después de todo, llena de personas con títulos avanzados y conocimientos de idiomas extranjeros, que tienden a plantear fastidiosas objeciones factuales a la cosmovisión de la derecha.

Esta tensión entre algunos de los asesores cercanos al Sr. Trump y las agencias de inteligencia podría convertirse en un problema recurrente. Uno de los fascinantes elementos de la reunión del viernes pasado entre el Sr. Trump y los jefes de inteligencia fue que puso a Michael Flynn y a James Clapper en la misma habitación. El General Flynn encabezará el personal del Consejo de Seguridad Nacional en la Casa Blanca de Trump. Pero en 2014 fue despedido como jefe de la Agencia de Inteligencia de Defensa por el Sr. Clapper, el Director de Inteligencia Nacional. Desde entonces, el General Flynn ha argumentado con vociferación que la comunidad de inteligencia estadounidense no ha comprendido la verdadera amenaza del terrorismo islamista. Dado su desprecio por sus viejos colegas, las tensiones entre los espías y la Casa Blanca podrían extenderse mucho más allá del problema con Rusia.

Aunque hay pocas razones para temer que un complot de espías pudiera desestabilizar su administración, iniciar una pelea con las agencias de inteligencia podría ser una mala idea por otras razones para el Sr. Trump. Muchas de las más difíciles decisiones de política exterior que tendrá que tomar dependerán de las evaluaciones de inteligencia. Pero podría ser difícil para el Sr. Trump citar informes secretos de inteligencia que respalden acciones contra Corea del Norte, por ejemplo, dado que se ha burlado públicamente de la labor de la CIA.

No obstante, la capacidad del Sr. Trump para operar descaradamente a través de contradicciones y vergüenzas podría hacer que este problema sea más aparente que real. El nuevo presidente simplemente afirmará que el desempeño de las agencias de inteligencia mejoró radicalmente después de que sus designados fueron puestos a cargo.

Por el contrario, la comunidad de inteligencia tiene muchas razones para temer a la Casa Blanca de Trump. El Sr. Trump nombrará a sus líderes, él controlará la trayectoria de sus carreras y — dados los esfuerzos de los republicanos del Congreso por debilitar las protecciones del servicio civil — pronto podría tener el poder de despedirlos a su antojo.

El tema de la “politización” de la inteligencia no es nuevo. Se planteó agudamente durante la campaña de la administración de Bush sobre la guerra en Irak. Sin embargo, la premisa de que los espías deben presentarle la indiscutible verdad al presidente sigue siendo fundamental para la forma en que el sistema debe operar.

El Sr. Trump ha dejado muy claro que hay ciertas verdades que no quiere escuchar. El furor sobre el hackeo ruso forzó al presidente electo a reunirse con los actuales jefes de inteligencia. Pero una vez que esté firmemente instalado en la Casa Blanca, estará en una posición mucho mejor para imponer su voluntad y puntos de vista sobre la CIA, el FBI y la Agencia de Seguridad Nacional (NSA). Después de todo, él será el jefe.

Por Gideon Rachman (c) 2017 The Financial Times Ltd. All rights reserved