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A pesar de los cambios

El 31 de agosto del 2001, hace poco más de quince años, el futuro premio Nobel de economía Paul Krugman meditaba en su columna en el New York Times acerca de la soledad en que afirmaba se encontraba la política monetaria estadounidense. Comentaba, con su habitual inclinación a favor de medidas expansionistas, que la Fed, el banco central de los EE.UU., estaba cargando sola con la tarea de luchar contra el descenso en el ritmo de actividad económica en el mundo. Y censuraba a Europa y Japón, a los que junto con los EE.UU. calificaba como las tres grandes potencias económicas, por no asumir la parte que les correspondía.

Sin mencionar a China en ningún momento en su artículo, Krugman atribuía ese comportamiento a que los bancos centrales estaban tan empeñados en combatir la inflación, aún ante evidentes tendencias deflacionarias, que no reconocían tener responsabilidad alguna por el empleo y el crecimiento económico. Desde entonces las cosas han cambiado. Hoy los bancos centrales compiten entre ellos para poner más dinero en circulación, y han llevado las tasas de interés a terreno negativo. Ésta última hazaña, por cierto, no parece haber sido anticipada por Krugman, quien en ese artículo señaló que la política monetaria convencional había llegado a su límite en Japón, al bajar a casi cero las tasas de interés de corto plazo. Dijo además que era difícil para el gobierno japonés aumentar sus gastos, dado que la deuda pública era ya del 130% del PIB. Sin embargo, lo hizo, y la deuda es ahora del 220% del PIB.

Krugman tampoco imaginó que China pasaría en poco tiempo a ser el motor del crecimiento económico mundial, y que su más lenta expansión actual tendría tan graves repercusiones sobre otras naciones.

Pero a pesar de esos cambios no anticipados, y de la acogida dada a los déficits fiscales y las emisiones monetarias, los problemas persisten y los economistas siguen tratando de explicar por qué.