Armonía transitoria

Como deben subsistir y progresar bajo cualquier gobierno, es usual que el sector empresarial mantenga abiertas sus opciones en asuntos políticos. Se reúnen con figuras de diferentes partidos y contribuyen con sus actividades de una u otra forma. Sólo unos pocos, más determinados, expresan sus preferencias públicamente.

Los políticos, por su parte, son también cautos con sus compromisos. Apoyan al sector en la medida de sus conveniencias, pero si tienen que escoger entre su caudal político y retribuir lealtades es probable que se inclinen por lo primero.

En situaciones de conflicto entre gobiernos y empresarios, sin embargo, pueden crearse vínculos más explícitos entre estos últimos y candidatos específicos. Aún así, la disposición de incurrir en costos, económicos o políticos, suele ser limitada y transitoria.

Un ejemplo nos lo da la Argentina. Para limitar el alza en el costo de la vida, el gobierno de Cristina Kirchner estableció controles cambiarios y de exportación sobre algunos productos básicos, los cuales, como es lógico, no agradaron a los productores y crearon un grave diferendo entre ellos y el gobierno.

Sorprendió entonces Macri, el actual presidente, con su desempeño en la primera vuelta electoral y cundió el entusiasmo entre esos empresarios. Ganada la segunda vuelta, Macri acudió a ellos para que le ayudaran a mitigar el alza de la inflación causada por la reducción de los subsidios y la liberalización de los mercados. La tarifa de la electricidad fue triplicada, el valor oficial del peso en dólares bajó y miles de empleados públicos fueron despedidos.

La carne es allá un componente clave en la dieta de la población. Macri pidió que no se subiera su precio, pero sólo en diciembre aumentó en un 13%. Los costos de producción estaban creciendo, y los empresarios no quisieron sacrificar sus beneficios. Macri les amenazó con importar carne uruguaya. Y concluyó la luna de miel.

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Gustavo Volmar