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De un bote a otro

Las consecuencias de una súbita devaluación monetaria suelen ser significativas, sobre todo en países como el nuestro, donde las importaciones representan una porción considerable de la oferta de productos. Al perder valor la moneda nacional, se encarecen tanto los bienes provenientes del extranjero como los de fabricación local que usan componentes importados, entre ambos casi todos los que se consumen aquí. Aumenta la inflación y se deteriora el nivel de vida de la población.

Pero eso que les sucede a las personas y familias puede no ocurrirles también a los gobiernos.

En países donde la deuda pública externa es pequeña, y los ingresos fiscales provienen mayormente de impuestos de aduana ad valorem y de gravámenes a las ventas, los gobiernos pueden salir gananciosos de una devaluación, al menos en el corto plazo, al sus recaudaciones subir más rápidamente que sus gastos por la compra de bienes y servicios. Pero en países con una elevada deuda pública externa, y donde hay subsidios estatales sobre bienes importados, la devaluación puede perjudicar a los gobiernos, lo que esencialmente los coloca en el mismo bote sobre el que están subidos los consumidores.

En la República Dominicana sucede esto último. Por su exposición a la deuda externa, la devaluación haría subir el costo en pesos de los pagos de intereses y amortizaciones. Y por su subsidio al petróleo, que es a lo que equivale el subsidio a la electricidad, tendría que pagar más pesos para cubrir las pérdidas de las distribuidoras.

Dada esa situación, las variaciones del tipo de cambio tienen un serio impacto sobre el presupuesto nacional, lo que hace que el FMI proponga cambiar la composición de la deuda pública, aumentando la participación de la deuda interna en pesos, y aumentar las tarifas de la electricidad. Dicho de otro modo, propone que el gobierno salga del bote que comparte con los consumidores y se suba en otro.

gvolmar@diariolibre.com

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