Economía del bienestar

Hace algunos años, investigadores sociales de la Universidad de Pennsylvania determinaron que los millonarios estadounidenses eran sólo ligeramente más felices que los guerreros Masai de África. Otras consideraciones, como el tipo de labor, la salud, la familia y los amigos, eran tan o más importantes que el ingreso para medir la felicidad.

Los economistas, sin embargo, aunque admiten que el PIB no mide la felicidad de un país, ni el ingreso la satisfacción de una persona con la vida que lleva, no aceptan que mayores niveles de ingreso y riqueza no ayuden a ser más felices.

La dificultad, evidentemente, está en medir el bienestar, dada la inexistencia de una unidad, como es el metro, el dinero, los grados Celsius o los kilogramos para otros fines, que permita decir cuán feliz una persona es. Habría, quizás, que recurrir a encefalogramas o a conexiones entre neuronas, pero por ahora esa medida no está disponible.

Angus Deacon, nacido en Escocia en 1945, y profesor en la Universidad de Princeton desde 1983, tampoco ha tratado de medir la felicidad en unidades específicas. Sus trabajos, por los que ayer ganó ayer el premio Nobel de Economía de este año, están relacionados con tópicos como la salud, el ingreso, el empleo, el consumo, la riqueza y el desarrollo económico.

Según el comité de premiación, se le galardonó por indagar cómo los consumidores distribuyen sus gastos entre diferentes bienes, por la incidencia de las decisiones individuales sobre el nivel agregado de ahorro e inversión, y por su análisis del bienestar y la pobreza, apoyado en encuestas de hogares.

La desigualdad, con sus causas y efectos, está recibiendo una gran atención a nivel académico y popular. Las investigaciones de Deacon, publicadas en forma de libro en el 2013, muestran que aunque el crecimiento del PIB mundial ha mejorado el bienestar de la mayoría, existen grupos sociales que han quedado marginados del proceso.

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Gustavo Volmar