Encuestas certeras

Las encuestas no son infalibles, pero varias en estas elecciones demostraron ser bastante certeras.

Aún así no deja de confundir a muchos cómo pueden las respuestas de un número pequeño de personas, exiguo en comparación con el total, servir para predecir el comportamiento del conjunto de votantes. Ven con extrañeza que puedan hasta calcular el margen de error de sus conclusiones. Y sospechan que la forma en que lo hacen es persuadiendo a la población de que ése será el resultado de los comicios, influyendo así sobre sus decisiones a modo de una profecía que se cumple gracias a ella misma.

El secreto de las encuestas se conoce desde hace tiempo y reside en su diseño. Si se estructuran para que sean representativas de una población determinada, sus hallazgos pueden extenderse al conjunto, siendo también posible establecer su nivel de confiabilidad.

Otros factores, como la redacción de las preguntas, los medios de comprobación y las vías de contacto, contribuyen a que la encuesta sea exitosa.

A pesar de eso, firmas de prestigio han tenido sus fracasos. En los EE.UU., por ejemplo, la Gallup subestimó en 6.8% los votos recibidos por F. D. Roosevelt en 1936, e hizo otro tanto en 1948 cuando quedó un 5% por debajo del porcentaje obtenido por Harry Truman. Fracasos recientes de firmas encuestadoras tuvieron lugar en Israel, Inglaterra y Argentina.

Y hay quienes creen que las encuestas están en crisis y atribuyen su declive a dos tendencias. Dado el menor costo de las entrevistas telefónicas comparado con las personales, el uso de las líneas residenciales alámbricas fue ganando terreno, pero el incremento de las líneas móviles dificulta asegurar la representatividad de la muestra.

El otro problema es el crecimiento del porcentaje de los que no responden, que aumenta con el nivel de ingreso de la población. En los EE.UU. las respuestas han bajado desde el 80% en los 1970 al 11% en la actualidad.

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Gustavo Volmar