Grandeza prometida

Un buen estribillo de campaña puede valer mucho más que discursos elaborados cuidadosamente. Para atraer votantes es muy efectivo disponer de una consigna que sea expresada repetidamente y recordada fácilmente. La promesa del presidente electo de los EE.UU. de que haría al país grandioso de nuevo fue bien acogida por varios sectores sociales, dispares entre ellos, dándole la oportunidad de ganar en estados afectados por los cambios tecnológicos y la pérdida de empleos, consiguiendo de ese modo el triunfo en los comicios. Pero esa consigna contiene dos implicaciones discutibles.

Una de ellas es la premisa de que los EE.UU. son hoy un país peor que lo que antes fue. Las cifras, sin embargo, no apoyan ese criterio, mostrando en cambio un nivel promedio de vida mayor que en cualquier etapa previa, y superior al de cualquier otro país de gran población. Tampoco lo demuestra la fortaleza internacional del país, pues los EE.UU. cuentan con el más poderoso aparato militar del planeta, más distante de sus rivales que en la época del auge colonial europeo, o la más reciente cuando aún existía la Unión Soviética. Salió de la recesión del 2008 menos lesionado que otras naciones desarrolladas. Tiene una baja tasa de desempleo. Y ha evitado incurrir en los enormes costos ambientales que hoy socavan la salud en China y otros lugares.

El segundo planteamiento implícito es más preocupante. La grandeza, como la mayoría de los conceptos subjetivos, es básicamente relativa. Se es grande o pequeño en comparación con alguien o algo. La propuesta de devolver la grandeza a los EE.UU., aún suponiendo que la haya realmente perdido, podría lograrse empequeñeciendo a los demás. Que no es una interpretación descabellada puede concluirse viendo las amenazas de imponer restricciones a las importaciones procedentes de México.

Trump dijo que hará América grande de nuevo. Ese término no abarca todo el continente americano.

Gustavo Volmar