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La isla de Almagro

Las declaraciones del secretario general de la OEA revelan la percepción que sobre la situación entre nuestro país y Haití tienen muchos organismos y gobiernos extranjeros. En medio del Caribe, con una historia turbulenta, la isla en que vivimos es vista como una anomalía, parte geográfica de las Américas, pero por sus características más cerca de África que de Latinoamérica.

Las referencias de Almagro ponen de manifiesto el criterio de que las diferencias entre ambas naciones son distintas a las que existen, digamos, entre Bolivia y Chile, Colombia y Venezuela, o Costa Rica y Nicaragua. Las de ellos son las usuales entre vecinos, pero las nuestras están inexorablemente definidas y condicionadas por compartir una misma isla. Otros casos son distintos, como el de la islita de San Martin donde la división es entre potencias europeas, o Irlanda donde un sector es parte del Reino Unido, o Chipre en la que hay un país y una demarcación que sólo los turcos reconocen.

Pero que estemos en una misma isla sería irrelevante, si no fuera porque entre ambos países que la ocupan hay 20 millones de personas en apenas 76,192 km2, una alta densidad en un territorio montañoso y progresivamente degradado, donde prevalece la ignorancia y la corrupción. Para muchos extranjeros una situación como ésa es mejor mantenerla encapsulada, aislada como un virus en un laboratorio, a fin de evitar que se esparza y contamine a otras naciones.

Nuestra percepción al respecto es distinta. Nos sentimos parte de Latinoamérica y creemos compartir sus valores. Es el mismo tipo de percepción que nos motivó a creer que Bolívar iba a apoyarnos en nuestra lucha por la independencia. Y es por lo que consideramos que nuestros puntos de vista no son valorados ni comprendidos por países y organizaciones que más que criticarnos deberían felicitarnos por la ayuda que hemos dado a los haitianos.

La idea de la isla de Almagro no es sólo de él.

gvolmar@diariolibre.com

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