Lo que les hacía falta

Hay sectores económicos cuya existencia y subsistencia dependen de sucesos o actividades lesivas para el bien común.

Un ejemplo al respecto lo dan las compañías que se dedican a combatir virus informáticos y proveer mecanismos de seguridad, a fin de proteger bases de datos y transacciones por vía electrónica.

Los fabricantes de armas dependen de la demanda por sus productos, derivada de su empleo en guerras, conflictos civiles, delitos y otros usos poco edificantes.

Podría haber, en todo caso, un mercado para armas deportivas, o para competencias de tiro al blanco, pero esa demanda, minúscula dentro del total, no alcanzaría para sostener el gran estamento corporativo que se nutre de las ventas de armamento y equipos para usos bélicos, incluyendo facilidades accesorias de comunicaciones, transporte, alojamiento, alimentación y demás componentes.

Con el fin de la guerra fría, una fuerte depresión anímica se extendió entre los fabricantes de armas, al punto que algunos optaron por incursionar en otros sectores.

Temían a un mundo en paz, donde la acumulación, uso y reemplazo de sus productos disminuiría sustancialmente, y con ellos sus ganancias.

Y por un tiempo así pareció ser, siendo recortados los presupuestos militares de muchos de sus mejores clientes.

Comenzaron a animarse con los atentados terroristas, y su euforia creció con las invasiones de Irak y Afganistán, el poderío militar chino, el rearme japonés, las amenazas de Corea del Norte, el peligro nuclear iraní, la recuperación de las fuerzas armadas rusas y la reactivación de la OTAN.

Pero les faltaba una guerra y ahora la tienen, si bien contra un Estado Islámico que no es realmente ni estado ni islámico.

Les hubiera favorecido más una guerra entre países, pero aún así las acciones de los principales fabricantes de armas subieron esta semana con los atentados de París, algunas en 5% o más, por las expectativas de mayores beneficios.

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Gustavo Volmar