Marcas presidenciales

Es común que cantantes, deportistas y artistas de cine aprovechen su fama para promover productos como perfumes, ropa, automóviles, bebidas energizantes, lentes de sol y acondicionadores para el pelo. Y los más célebres llegan a crear sus propias marcas. Su propósito es, lógicamente, ganar dinero, trasladando al producto, que a veces ellos mismos ni siquiera utilizan, el carisma y poder de atracción que poseen. Hacen creer que lo usan, y que, de algún modo, su destreza, belleza o fortaleza están ligadas a dicho uso.

Mucho menos común es, sin embargo, que la imagen de presidentes y otras figuras políticas esté vinculada al mercadeo de productos. Por esa razón reviste tanto interés la peculiar situación del actual presidente de los EE.UU., cuyo apellido está ligado a nivel mundial con hoteles, casinos, campos de golf, urbanizaciones y otros desarrollos inmobiliarios, mientras su hija tiene sus propias ofertas de ropa que lleva su nombre.

Por supuesto, la marca Trump precede a la presidencia de Trump, lo que invierte la vinculación que se da en los casos de las celebridades artísticas y deportivas, en los que la marca sigue a la fama y no al revés. De hecho, la visibilidad que tenía por las marcas y por su carrera en la televisión ayudaron a Trump a comandar la atención de los medios de prensa, muy por encima de cualquiera de sus rivales. Pero aún así, el vínculo suscita grandes interrogantes éticas, dadas las posibilidades de que tenga lugar ahora un cambio en su dirección y que sean las marcas las que a partir de este momento se beneficien de la presidencia.

Un ejemplo ocurrió en un lugar inesperado. El gobierno chino ha aprobado al grupo Trump 38 solicitudes de marcas que éste había presentado, dándole protección legal a la propiedad de dichas marcas en su territorio. China alega que la concurrencia de fecha entre esa aprobación y la llegada de Trump a la presidencia fue sólo una coincidencia.

Gustavo Volmar