Movilidad diferente

Sobre lo que se conoce como globalización económica llueven críticas de diferentes clases y calibres, provenientes de grupos disímiles descontentos por las consecuencias que le atribuyen. Como era de esperar, algunos de esos cuestionamientos obedecen a consideraciones políticas y filosóficas en relación con los males del capitalismo, la ausencia de solidaridad social, el afán de lucro, la concentración de la riqueza y el individualismo, más vinculadas a convicciones personales que a evaluaciones objetivas. Otras críticas, sin embargo, surgen de la propia naturaleza del proceso, lo que les confiere un mayor contenido analítico.

Dentro de estas últimas críticas resalta el hecho de que la esencia de la globalización es la movilidad, aplicable a bienes, servicios, inversiones, tecnología, capitales financieros y monedas. Los recursos humanos, sin embargo, han quedado fuera.

En defensa del proceso se alega que el crecimiento económico inducido por la globalización, el cual conlleva el traslado de instalaciones productivas a países con menores costos laborales, genera un incremento en el nivel de vida en esos países, resultante de nuevos empleos, capacitación y mayor productividad, sin necesidad de que los trabajadores se muevan a otros lugares.

A juzgar por las evidencias disponibles, la validez de ese argumento es discutible. Más que un proceso sostenido de expansión económica, las economías subdesarrolladas han experimentado serias fluctuaciones, pues no ha disminuido su dependencia de las exportaciones de bienes básicos, artículos de baja tecnología, remesas, turismo, préstamos e inversiones financieras de corto plazo. Por lo tanto, la presión por emigrar en busca de mejores oportunidades tampoco se ha reducido.

El auge migratorio actual es ayudado por la globalización de la información, que estimula a nuevos emigrantes y coloca sus vicisitudes en la esfera de los derechos humanos.

Gustavo Volmar