Orgullo tributario

Dicen quienes lo recuerdan, que en los EE.UU. de los 1940 y 50 el pago del impuesto sobre la renta personal, tanto federal como estatal, era motivo de satisfacción. Los contribuyentes exhibían sus planillas de pago como un acto patriótico, un aporte para la seguridad y el progreso de su nación.

Ha llovido mucho desde entonces, y las lluvias han apagado ese entusiasmo, a lo que han contribuido programas de gastos públicos controversiales. El consenso en torno a la guerra contra Japón en la segunda guerra mundial, o las construcciones de carreteras interestatales pocos años después, no estuvo presente durante la guerra de Vietnam o, más recientemente, la invasión de Irak y Afganistán o el rescate de algunos grandes bancos. Pero aún en estas nuevas circunstancias, empresarios, políticos, artistas y demás figuras públicas se abstienen de irse al otro extremo de vanagloriarse de su habilidad para dejar de pagar impuestos, en lugar de pregonar sus contribuciones tributarias.

Las declaraciones del candidato republicano a la presidencia de los EE.UU. marcan, por lo tanto, un nuevo hito en la transformación ocurrida a ese respecto. Mientras por un lado hace gala de sus grandes éxitos en los negocios, utilizándolos como prueba de que es un experto en asuntos económicos, declara pérdidas en algunos de sus proyectos por cientos de millones de dólares, y se ufana de que aprovechar las brechas en las leyes tributarias es una muestra de su especial inteligencia.

El espectáculo provisto por esos puntos de vista, a la vez divertido y trágico, pone de relieve un hecho que las autoridades tributarias estadounidenses no tienen mayor interés en resaltar. Evidencia que en las propias leyes de los EE.UU. hay múltiples vías para dejar de pagar impuestos, sin necesidad de acudir a paraísos fiscales extranjeros, las cuales benefician sobre todo a los segmentos de la población que disfrutan de mayores ingresos.

Gustavo Volmar