Pautas vía Twitter

Ninguna empresa considera deseable pelearse con el presidente del país en que está localizada. Aún cuando el sector público no figure entre sus clientes principales, es obvio que un gobierno tiene muchas formas de hostigar a una compañía, sus funcionarios o sus propietarios. Mientras se creyó que Trump no ganaría la presidencia, creencia que persistió hasta el mismo día de las elecciones, las empresas estadounidenses con factorías en el extranjero no tomaron muy en serio sus amenazas de poner impuestos a las importaciones de sus productos. La compañía Ford incluso anunció, en evidente desafío en plena campaña electoral, una inversión de US$1,600 millones en México. Pero ahora que Trump ganó y tomará posesión en pocos días, la situación es diferente.

En los EE.UU. hay muchas cortapisas a lo que un presidente puede hacer en contra de una compañía, dada la real división de poderes que existe allá. Pero aunque no puede ir tan lejos como podría hacer aquí o en cualquier país de Latinoamérica, no se debe subestimar la capacidad que el presidente tiene para lesionar los intereses de una empresa si ése fuese su propósito. Basta tener en cuenta el daño que puede causar a la imagen corporativa un gobernante experto en el uso de los medios de comunicación, que aún sin asumir el cargo ha hecho de Twitter la vía para alabar o censurar a personas y países. La decisión de Ford de cancelar su inversión en México e invertir US$700 millones en los EE.UU. anota un punto a favor de Trump, y le puede motivar a presionar a otras compañías.

Las fuerzas del mercado, sin embargo, conservan su cuota de poder. Es significativo que Ford no producirá en los EE.UU. los vehículos que iba a fabricar en la planta mexicana, los cuales seguirán siendo producidos en otra planta que tiene en México, la cual probablemente reforzará con la diferencia entre el monto de la inversión cancelada y el de la que hará en los EE.UU.

Gustavo Volmar