Seis horas y meses

La economía puede explicar actitudes que parecen ser extrañas. Detrás de muchas de las posiciones sustentadas por los sectores involucrados en algún asunto conflictivo se oculta el deseo de evitar incurrir en pérdidas.

La sombra de esos intereses económicos se proyecta sobre las conclusiones y matiza las reacciones. Un ejemplo ocurrió con la desaparición del vuelo de la línea aérea de Malasia en marzo del 2014 y otro tuvo lugar ahora.

Cuando en octubre del año pasado una aeronave cargada de turistas estalló en ruta desde la península del Sinaí a Rusia, tomó seis meses a las autoridades egipcias aceptar que había sido por un acto de terrorismo.

A pesar de las declaraciones del presidente ruso, de los peritajes técnicos, de la evidencia suplida por los restos del aparato, de las opiniones de expertos europeos y estadounidenses, y de que un grupo extremista se atribuyó la autoría del atentado, los egipcios insistieron en que la catástrofe había sido provocada por fallas mecánicas, hasta que finalmente tuvieron que admitir que se trató de un artefacto explosivo. En esa ocasión la aeronave era rusa, contratada para un vuelo charter, y el personal de servicios y mantenimiento que la atendió era egipcio. Convenía que la tragedia se debiera al avión ruso y no a una bomba puesta en tierra.

La semana pasada sobrevino la catástrofe del vuelo desde París a El Cairo. Pero sólo le tomó seis horas al gobierno egipcio concluir que la causa probable del evento había sido un atentado terrorista, y no desperfectos mecánicos o decisiones de la tripulación. Fue una extraña diferencia de actitud, quizás el resultado de haber aprendido la lección del incidente anterior.

Pero también sucede que en este caso la aeronave era egipcia y partió de Francia.

Era mejor que la tragedia fuera por una bomba puesta en tierra y no por causa del avión o su tripulación. Indemnizaciones y responsabilidades estaban en juego.

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Gustavo Volmar