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Una historia tejida en guano

La Fundación Farach busca reactivar la cestería en Las Tablas de Baní

El poblado de Las Tablas, en Baní, luce igual a todas las comunidades campestres dominicanas: al pasar por la carretera resaltan las tertulias de vecinas que en una apacible media mañana de septiembre charlan en los patios sobre alguna cotidianidad esperando la hora de cocinar mientras de las casas de madera -en colores- salen otras señoras a curiosear ante el paso de vehículos extraños en la zona. Pero allí trata de no morir con sus ancianas un oficio antiquísimo, rústico, que la modernidad y la industrialización fueron relegando a lo largo de los años a los pueblos más lejanos a las grandes ciudades: la cestería en guano y cana.

Los dedos callosos y polvorientos de Providencia Lara Suazo tejen la rueda de un macuto de guano con una destreza cultivada durante décadas -aprendió el oficio de su madre cuando era una niña- y que en la postrimería de su vida aún no pierde. Su documento de identidad dice que tiene 82 años pero las arrugas que se han formado en su negra piel advierten que puede tener unos cuantos más, nada raro en poblaciones rurales donde en el siglo pasado no era infrecuente declarar a varios hijos juntos, incluso con la misma fecha de nacimiento, cuando algún familiar iba a una ciudad con registro civil.

Providencia era junto a Rafaela Antonia Martínez y Manuel de Jesús Lara -su marido, que también ha sido cestero- una de las pocas personas que seguían practicando el oficio en Las Tablas, pues los achaques que traen los años y la muerte habían ido reduciendo la cantidad de artesanos allí.

En el siglo pasado, las árganas se utilizaban en pares para cargar mercancías sobre los burros y los macutos, para hacer la compra del día en el colmado. Pero hoy es tan raro verlos por las calles como encontrar escobas de guano en las casas. Los escobillones, las bolsas y los recipientes de plástico los han desplazado.

La juventud de la zona no se interesaba en la cestería. Pero desde inicios de 2015, la Fundación Farach patrocina en Las Tablas el programa Tejiendo Futuro, con apoyo de la organización Women Together de las Naciones Unidas, integrando a las viejas cesteras con las jóvenes que viven en el poblado para que aprendan el oficio y les sirva como medio de vida. Al llegar al centro donde imparten las clases, la presidenta de la Fundación, Matilde Farach, muestra la terminación de un sombrero tipo panamá a Mélida Villar -84 años-, una de las maestras del proyecto. Para que las cestas, macutos y sombreros tengan mercado, la innovación es fundamental y es lo que busca la Fundación, según explica Matilde Farach. Así, los productos llevan una terminación menos rústica: los sombreros tienen adornos y a las cestas les están colocando forros.

Mélida es de Cañafístol, una comunidad cercana, tiene unos tres meses viviendo en Las Tablas y ahora está haciendo un sombrero de cana -un tipo de palmera de La Española y otras islas del Caribe-. Perla Massiel Báez Tejeda, de 12 años, estudiante de sexto año, observa con atención las manos de la anciana entrelazando las tiras del cogollo de cana y sueña con ser médico. Darlenis Pimentel también está en el pequeño salón de clases, tiene 16 años y es oriunda de Pizarrete, otro poblado de la provincia Peravia. Desde hace seis meses vive en Las Tablas con su marido y ha acudido a la Fundación para aprender a hacer macutos.

Una hija de Providencia, María Estela Lara, también teje macutos y junto a la anciana enseña el oficio a las jóvenes. Es ella quien dice que la edad en la cédula de su madre no es la real, y confirma que ya no se acuerda cuántos septiembres como éste ha vivido a la sombra de un árbol tejiendo el guano.

Lo que sí recuerda Providencia es que tendría algunos ocho años cuando aprendió el oficio, transmitido por las madres de generación en generación. También Manuel -101 años según él; perdió la cuenta, explican los vecinos- era un niño cuando su madre lo instruyó. Ya de mayor, trabajaba con el carbón y partía en burro por las madrugadas a buscar el guano por la zona de los médanos.

-Para uno conseguir sus cheles hay que tejer-, dice la anciana.

Sentada bajo un árbol de nin, con un vestido floral azul claro y unas canas nacientes contrastando con su tinte negro intenso, Providencia ríe impetuosamente reviviendo momentos de su juventud, cuando tejía el guano entre el cuidado de los doce críos que tuvieron -sobreviven diez- y los oficios de la casa para cumplir con los pedidos menguados por la modernidad.

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