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Un mundo que conquistar (I de II)

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Un mundo que conquistar (I de II)
La próxima revolución empresarial está ocurriendo en Asia.

Negocios asiáticos. Los negocios asiáticos están cambiando. Sus multinacionales emergentes cambiarán el modo en que vivimos 

El poder de negocios sigue el poder económico. En los años de 1920 las empresas británicas poseían el 40% de las acciones mundiales de inversión extranjera directa. Para el 1967 los Estados Unidos eran el mandamás, con una participación del 50%. Detrás de esas cifras se encuentra la revolución cultural. Los británicos propagaron el telégrafo y los trenes en América Latina. Las empresas estadounidenses vendieron una visión de la buena vida, perfeccionada por Hollywood y la publicidad. Kellogg cambió lo que el mundo rico desayunaba, y Kodak como recordar las vacaciones. La próxima revolución empresarial, como lo describimos en un artículo especial esta semana, está ocurriendo en Asia. Esta también cambiará como vive el mundo.

Desarrollo detenido

El capitalismo asiático tiene músculo. La participación del continente del PIB mundial ha subido de una quinta parte a 28% desde el 1984. Es la factoría del mundo, una región diversa de rivales atados por cadenas de suministro. Pero les hacen falta cerebros y expertos mundiales. Asia funde 76% del hierro mundial y emite 44% de su contaminación, pero hospeda solo una décima parte de sus marcas más valiosas y actividad de capital de riesgo. Sus multinacionales golpean por debajo de su peso, dueños del 17% de la inversión extranjera directa mundial. Los ricos Japón y Corea del Sur tienen un elenco de superestrellas, tales como Toyota y Samsung. Pero muy pocas otras firmas dominan el escenario mundial. Eso se debe a que el capitalismo asiático ha sido demasiado cómodo. En el boom entre el 2002 y el 2010 las ganancias fáciles se lograron en casa - el crecimiento fue rápido y la mano de obra y el crédito baratos.

Dos terceras partes de las grandes empresas asiáticas son controladas por el Estado o "casas comerciales" (con frecuencia empresas familiares). Esos titulares tienden a ser compinches del gobierno y obtienen tierra y préstamos baratos. La mitad de la riqueza multimillonaria en Asia se ha logrado en sectores, tales como bienes raíces, que son propensos al amiguismo, versus 15% en occidente. Fuera de Japón, Taiwán y Corea del Sur, la innovación ha sido descuidada. Mahindra & Mahindra y Great Wall, campeones del automóvil en India y China, tienen un presupuesto combinado de investigación y desarrollo (I&D) que es equivalente a 3% del de Volkswagen.

Para las empresas occidentales, las deficiencias de Asia han sido un alivio. El iPhone demuestra porque: a pesar de ser fabricado por manos de trabajadores chinos, los que reciben la mayor parte de sus beneficios son el cerebro detrás del mismo, en Apple, y los fabricantes de componentes de alta tecnología en el mundo rico.

Sin embargo, ahora las reglas que han gobernado el capitalismo asiático durante las pasadas dos décadas están cambiando. Las empresas asiáticas se han visto obligadas a hacerse más inteligentes, más expertas y más globales.

La motivación inmediata es el bajo rendimiento: el crecimiento se ha ralentizado, y las acciones asiáticas se han quedado atrás de las estadounidenses en 40% en los últimos tres años. Tres tendencias más profundas están también operando. Primero, el costo de la mano de obra está subiendo, sobre todo en China, y la fuerza de trabajo de Asia del Este está envejeciendo. Segundo, la clase media asiática se está haciendo más exigente. Ya no se satisfacen con imitaciones de carteras de Louis Vuitton; desean aire limpio, alimentos sanos y más tiempo libre, y adoran al internet. Tercero, la competencia se ha intensificado con las multinacionales occidentales que han invertido $2 trillones en Asia. Ellos ahora emplean la misma mano de obra barata, y usualmente tienen cadenas de suministro, marcas e I&D mucho más sofisticados.

© 2014 The Economist Newspaper Limited. All rights reserved. De The Economist, traducido por Diario Libre y publicado bajo licencia. El artículo original en inglés puede ser encontrado en www.economist.com