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Una problemática unión

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Una problemática unión
Muy pocos votantes están entusiasmados con una unión más cercana.

Europa y el euro. Hay algo mal en Europa. Nadie se pone de acuerdo en qué es. 

¿Terminó la crisis del euro? A juzgar por la frecuencia con que aparecen las palabras en los medios mundiales (reducción de tres cuartas partes entre principios del 2012 y principios del 2014), la respuesta es sí. Los mercados se han calmado desde julio del 2012, cuando el presidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi, prometió hacer "lo que fuese necesario" para salvar al euro. Irlanda y ahora Portugal están saliendo de sus programas de rescate. Hasta Grecia, donde se inició la crisis, acaba de vender deuda.

Sin embargo, como argumentan estos libros, la crisis no fue solo el cuestionamiento de si los mercados financieros comprarían deuda gubernamental. Originó gran preocupación sobre cómo países con niveles tan distintos de prosperidad, de competitividad, gastos públicos e impuestos, y las regulaciones de los mercados de trabajo y de productos, podían compartir una moneda sin que fuertes shocks económicos les hicieran explotar. Y se trataba de si los votantes de la eurozona aceptarían el bajo crecimiento, el alto desempleo y una permanente pérdida de soberanía ante el centro. Ninguna de estas preocupaciones ha sido completamente resuelta.

Jean Pisani-Ferru, quien ahora trabaja en la oficina del primer ministro francés, fue director de Bruegel, un centro de reflexión influyente de Bruselas durante la crisis. Su cuidadoso y persuasivo libro es una actualización de un ensayo publicado en francés en el 2011. Y, a pesar de que él apoya el euro y la integración europea, describe detalladamente los enormemente costosos errores cometidos por los líderes europeos.

El mayor error fue no comprender las causas subyacentes de la crisis. Debido a que la primera víctima fue Grecia, se aceptó en Bruselas (y en Berlín) que el problema fue el despilfarro y el endeudamiento. A los alemanes les gusta esta explicación porque confirma las sospechas que tenían antes de la creación del euro de que podrían verse cargados con las deudas de otros países. También lucía susceptible de una cura muy sencilla: cada vez más austeridad fiscal. Y evitó cualquier sugerencia de que Alemania podría haber contribuido a la crisis al tener un superávit grande de la cuenta corriente que sus bancos reciclaban en préstamos baratos a los promotores inmobiliarios mediterráneos.

Pisani-Ferry ofrece una desafiadora hipótesis alternativa. Supongamos que la crisis hubiese comenzado en Irlanda, como fácilmente pudo haber ocurrido. Entonces hubiese sido obvio que la irresponsabilidad fiscal no era el culpable: Irlanda tenía un superávit presupuestario y muy poca deuda. Más culpables eran los desequilibrios económicos, precios inmobiliarios inflados, y préstamos bancarios dudosos. La prioridad no debió haber sido el aumento de los impuestos y el recorte de gastos, sino reformas para mejorar la competitividad y una resolución rápida de los bancos con problemas, incluyendo alemanes y franceses que prestaron tan irresponsablemente.

Philippe Legrain, que en una ocasión trabajó para The Economist, fue otro observador cercano de la crisis del euro, como asesor económico del presidente de la Comisión Europea, José Manuel Barroso. Sus conclusiones son similares a las de Pisani-Ferry, aunque expresadas más estridentemente. Es particularmente bueno (y particularmente mordaz) acerca de las deficiencias de su propia institución y el BCE. No es popular ni en Bruselas ni en Frankfurt.

Legrain argumenta que Europa debería haber resuelto los problemas de los bancos mucho antes de mediados del 2012, cuando decidió crear una unión bancaria (todavía incompleta). Una fuerte razón por la que los Estados Unidos recientemente han crecido más rápidamente que Europa es que hizo más para resolver el problema de los bancos en el 2008-09. Legrain tiene también razón al criticar al BCE por su poco entusiasta compra de bonos antes de julio de 2012, cuando finalmente emergió como un prestamista adecuado de último recurso. Solo en la segunda parte del libro, son sus argumentos en ocasiones menos persuasivos cuando discute temas más amplios tales como la educación, la innovación, el cambio climático y la democracia, culminando con un llamado a una "primavera europea".

Ambos autores concuerdan en que la secuela de la crisis es poco satisfactoria y podría no ser duradera. Aun si los mercados no se agrian de nuevo, la mayor parte de Europa parece estancada con un bajo crecimiento, alto desempleo (especialmente entre los jóvenes) y una horrible carga de deuda. El riesgo de una "década perdida" similar a la del Japón en los años de 1990, es extremadamente alto. Peor aún, es la gran desilusión de los votantes con el proyecto europeo, que será expresado en las elecciones europeas este mes con grandes ganancias para los partidos populistas y extremistas.

Roger Bootle igualmente tiene preocupaciones sombrías acerca del estado del proyecto europeo, pero sus conclusiones tienen un tono mucho más euro-escéptico. Desea reducir el papel de Bruselas y mejorar el papel de los gobiernos, con un llamado a "renacionalizar a Europa". Cree también que Gran Bretaña, donde David Cameron está amenazando con celebrar un referéndum de entrada/salida para el 2017, está bien posicionado para empujar una agenda de reformas que convierte al proyecto europeo en poco más de una expandida área de libre comercio - y, de no tener éxito, Gran Bretaña deberá abandonar el club.

Lo que es sorprendente es lo mucho en que los autores están de acuerdo acerca de las fallas de la UE y del euro, que está atascado en una casa a medio hacer. En lo que difieren es en las soluciones que proponen. Los pro-Europa desean mayor integración y poderes más centralizados. Eso fue propuesto esta primavera por el grupo Glienicker, liderado por alemanes, y por el grupo Eiffel Europe, liderado por los franceses. Está también respaldado por Loukas Tsoukalis, un académico griego, en un ensayo, "El lamentable estado de la unión", publicado por una Red de Políticas ubicada en Londres. Sin embargo muy pocos votantes están entusiasmados con una unión más cercana; muchos estarían de acuerdo con Bootle de que este deseo del Tratado de Roma original debe ser formalmente descartado. Ni muchos acogen una mayor intromisión de Bruselas y Frankfurt en política nacional.

Una idea más plausible, respaldada por Legrain, es restaurar una mayor libertad a los gobiernos nacionales pero reinstalar el principio de que no serán rescatados por el centro si se meten en problemas.

La principal preocupación podría surgir de la percepción de que la crisis ha sido superada. Esto es probable que demore o hasta interrumpa otras reformas. Si eso sucede, la UE y el euro tendrán problemas nuevamente - y el resultado una próxima vez podría ser todavía peor.

© 2014 The Economist Newspaper Limited. All rights reserved.

De The Economist, traducido por Diario Libre y publicado bajo licencia. El artículo original en inglés puede ser encontrado en www.economist.com