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Cada vez más desconectados

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Cada vez más desconectados
Las amigas deciden juntarse, y cuando lo hacen, sólo prestan atención a sus teléfonos. Realidad de nuestro tiempo.

La tecnología, en vez de ayudar a comunicarnos más, nos aleja en los preciosos momentos de la cercanía y del compartir familiar o con las amistades. ¿Qué podemos hacer? Por Fe María Franco

Estábamos con nuestras hijas en un restaurante. Ellas nos contaban con entusiasmo diez cosas a la vez. Proyectos académicos, laborales; anécdotas de los novios, ¡en fin! Uno de esos tiempos hermosos de familia que tanto disfrutamos.

Mientras compartíamos, no pude evitar observar lo que ocurría en una mesa cercana. Al igual que nosotros, era una familia de cuatro. Los padres, un niño de unos 10 años y una jovencita que lucía 15. La gran diferencia entre aquella mesa y la nuestra era lo que ocurría en cada una de ellas.

El padre recibió incontables llamadas. Algunas de negocios, otras de amigos que saludaban. La madre en su teléfono chequeaba sus redes, alternándolo con el incesante tecleo en su whatsapp, mientras sonreía divertida absorta en la conversación digital. El niño, enfrascado en un juego de su PSP, viajaba muy lejos de allí en un mundo en el que derribaba y explotaba cosas una y otra vez. La jovencita deslizaba y volvía a deslizar el dedo sobre la pantalla de un iPhone que jamás le permitió levantar el rostro.

Entre ellos no hubo una sola sonrisa, ni una conversación, ni contacto visual. Sus cuerpos estaban allí. Su atención y sus almas, en lugares muy distintos.

Aquella estampa no sólo me afectó aquel día. Continué pensando en esa familia muchos días después. Como psicóloga sabía que lo que vi eran solo síntomas de una dinámica familiar en la que se carecía de elementos vitales y que el refuerzo de estos distractores electrónicos agravaba la situación.

¿Qué se requiere para que en un encuentro de cuatro, de seis o de diez se produzca cohesión, integración y complicidad? No son habilidades extraordinarias, ni seres humanos superiores. Hace falta NORMAS y compromiso personal para cumplirlas y hacerlas cumplir.

En una época donde todos tenemos varios dispositivos de conexión y navegación; cada uno interesante, atractivo, vibrante, repleto de estímulos divertidísimos, sólo la férrea decisión de crear espacios separados de ellos puede evitar que se conviertan en apéndices de nuestros cuerpos y rectores de nuestros cerebros.

El tiempo de la familia es sagrado. Por eso en nuestras mesas ¡se guardan los celulares, iPads, y demás pantallas! En los viajes por carretera aplicamos la misma norma. Y aunque nuestras hijas han “pataleado” más de una vez, a la cuarta carcajada provocada por las anécdotas compartidas, ya se les ha olvidado la protesta inicial. El tiempo se transforma así en un espacio de vivencia familiar, íntima y personal.

Y si el tiempo de familia es sagrado, el de nuestros amigos es innegociable. Mis amigas saben que en nuestras actividades soy guardiana y defensora del contacto cara a cara. Si escogemos un tiempo de nuestras complicadas agendas para encontrarnos, ese encuentro es de rostros y de almas. Es de conexión verdadera. No un pretexto para lograr más fotos para Facebook y pasar las horas navegando en el celular ignorando a quienes hablan.

En cualquiera de esas “juntadas” ¡Cuántos chistes que se quedan sin sonrisas! ¡Cuántas confidencias que no reciben una palabra de apoyo o consuelo!... ”Es que me hablaron en el chat del colegio”... ”Es que una amiga me pidió una receta” “es que me distraje viendo las fotos que subió menganita”... (Algunas de las excusas que recibo cuando pido atención para quien nos habla).

Dicen que una golondrina no hace verano, pero de mis intervenciones estoy viendo resultados. En algunos grupos ya tenemos un bolsito especial que llevamos a nuestros desayunos o encuentros y colocamos en el centro. Allí se depositan los celulares hasta el final de la velada. Si hay emergencias, los interesados llaman y contestamos. Mientras tanto nos dedicamos por entero a nosotras. ¡Que no hay cosa más saludable y gratificante para el cerebro y el alma femenina que compartir con sus amigas!

Soy activa en las redes y las disfruto. Me encanta la tecnología, y tomo todos los beneficios que puede ofrecerme. Sin embargo, en los espacios de mi familia o de mis amigas, jamás me verán deslizando el dedo en una búsqueda constante de algo que está lejos, ignorando a quienes están cerca. Y como eso entrego, eso mismo espero de quienes desean compartir su tiempo conmigo.

En este tiempo de mi vida sólo me interesan las relaciones en las que se envuelve el alma. ¡De cuánto se pierden aquellos que continúan el viaje cada vez más ausentes y desconectados!

Porque decidí no permitir en mi vida:

 Ni las mesas vacías con los puestos ocupados.
 Ni los “encuentros” de amigas que nunca llegan a serlo.
 Ni las preguntas sin respuestas o los temas ignorados.
 Ni los hijos llenos de dudas y temores que no expresan, porque no les vemos los ojos.
 Ni el compañero, que aunque a mi lado, esté absorto en otros mundos y otros temas.