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Para emburujarnos

Hablábamos la semana pasada de la forma correcta de escribir los nombres de ciertas bebidas alcohólicas y les dejé a deber la curiosa historia de la palabra orujo y de sus relaciones con otros miembros de su familia.

Usamos el sustantivo orujo para designar el residuo que queda de la aceituna después de prensada para extraer aceite; o el hollejo de la uva, después de que la hayan exprimido y le hayan extraído toda la sustancia. De aquí pasó a denominar cierto tipo de aguardiente. Este sustantivo está emparentado con los castellanos borujo y burujo, que proceden del latín voluculam, ‘envoltura’.

Burujo y borujo tienen como acepción principal una que, con el tiempo, da lugar a una curiosa familia de derivados de mucho uso entre los dominicanos; según el DRAE

es un ‘bulto pequeño que se forma uniéndose y apretándose unas con otras las partes que estaban o debían estar sueltas, como en la lana o en la masa’.

De ahí el útil emburujar (y emburujarse) para expresar la acción de amontonar o mezclar cosas confusamente. Si dos personas se pelean cuerpo a cuerpo, se emburujan. Si dos personas comienzan una relación amorosa, también se emburujan.

Y de aquel orujo llegamos a nuestros emburujos, ‘mezcolanza de personas o cosas’, y, con el mismo significado, nuestras emburujiñas, que además hacen gala de ese diminutivo cariñoso tan nuestro.

La vida de las palabras, como la de las personas, se va moldeando por las relaciones que establecen entre ellas y por las familias que son capaces de formar. La familia de orujo, como hemos comprobado, es numerosa y ha llegado lejos.

Twitter: @Letra_zeta

Envíe sus comentarios y/o preguntas a la Academia Dominicana de la Lengua en esta dirección: consultas@academia.org.do