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La aventura uruguaya

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La aventura uruguaya

Nunca pensé que, llegado mis 72 años, se me fueran a cumplir los sueños que tuve desde niño.

Soñé con ser actor, con entrar al mundo del cine y tener un teatro. Era un asiduo del cine Santomé y Capitolio, y en esa época se podía ir al cine pagando 10 ó 15 centavos, a ver todo tipo de películas.

Me han invitado a un festival de teatro en Montevideo para que cuente mis historias, algunas de las que escribo en la revista Estilos. Ya he venido haciéndolo no solo en mi país sino en España, Portugal, Cuba, Tenerife y Colombia. ¡Quién lo diría! ‘Un anciano haciendo de las suyas’, me dijo en una de esas ciudades un taxista y agregó ‘qué dicha la suya, parece que no tiene vergüenza de hacer el ridículo’. No sé si le entendí bien, pero lo tomé como un halago. En el avión me senté al lado de dos uruguayos, una pareja, Nancy y Gabriel Pérez, que regresaba de Cuba vía Panamá; al rato éramos íntimos, yo les conté y ellos me contaron; al otro lado estaba Luis con su esposa, también uruguayos, todos abuelos felices; al rato y pasadas las confesiones de nietos y de países, Gabriel me comenta que Luis, su amigo de infancia, es íntimo de Pepe.

–¿El Pepe?

–Sí –afirma Gabi–, Pepe Mújica.

–¿Y podré hacerle una entrevista?

–Bárbaro, Luis te lo arregla y lo llamas para recordarlo.

Y en el nuevo aeropuerto de Montevideo, espléndido aeropuerto, nos despedimos como si fuéramos viejos amigos.

La ciudad me recibe con un silencio y frío impresionantes, es martes y en todo el trayecto solo he visto tres jóvenes a orillas del río de la Plata bailar sobre un banco, imagino que celebran la vida como es debido. En un puesto de autobuses una vendedora de placeres espera al cliente de turno. El carro se desliza lentamente bordeando la playa, dejándome ver bellos edificios levantados desde hace ya muchos años.

Estoy agotado y resfriado, pero la sola idea de presentarme a contar mis cuentos me tiene muy entusiasmado y nervioso.

Me alojo en el Hotel Esplendor, piso cinco, habitación 519. Al llegar a mi habitación, ya sea por cansancio o ceguera, introduzco mi tarjeta en el 514 y no abre, trato de nuevo y se escucha un grito desde dentro. Me asusto, corro hacia el ascensor y vuelvo al lobby. Le pido al conserje que me acompañe y me pide disculpas, el 514 y el 19 están escritos casi igual, no es la primera vez que pasa, se disculpa. Por fin entro a mi habitación y me desplomo del agotamiento, apenas me quito los zapatos, el abrigo, y caigo sobre la cama esperando que dentro de unas horas pueda sonreírle a la vida con más pasión.

Esta noche tengo ensayo con Diego Kuropatwa, el cantautor que hará la contraparte del espectáculo, un joven artista uruguayo. Vendrá con su guitarra y organizaremos todo.

A esta edad todo es asombro y aventura. No quiero dejar ningún sueño pendiente a la hora de mi partida, que el cielo me reciba cansado de tanto celebrar.

Si esperé 70 años para reinventarme, espero que los jóvenes de mi país tengan paciencia y no se cansen en el intento. Los sueños solo se materializan si trabajamos duro y con paciencia para lograrlos...

Ilustración: Ramón L. Sandoval