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La Greta Garbo dominicana

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La Greta Garbo dominicana

Tuvo su época... la recuerdo como una de las mujeres más bellas, su sonrisa era una invitación a la poesía, sus ojos destilaban miel y, cuando te pedía algo, era imposible negarse. Recuerdo su cabellera negra, la picardía de sus comentarios y el encanto que nacía de cada uno de sus movimientos.

Todo el que la conocía se enamoraba de ella, imposible otra cosa. Los años fueron pasando y su belleza todo lo contrario, tomando con la madurez otros matices que la hacían más bella y más interesante. No fue feliz, aquello de que la suerte de las feas las bonitas la desean se hizo en ella modo de vida. Un primer amor que terminó en rotundo fracaso, y así siguieron otros y otros y otros. En su caso no era difícil encontrar nuevos enamorados, bastaba mirarlos, abrir un poco su corazón y el hombre de turno caía derretido a sus pies.

Una tarde desapareció del mundo social, se aisló de tal manera que ni siquiera sus íntimos tenían acceso a verla.

–¿Sabes lo que me hizo? Toqué su puerta, sentí sus pasos, y, aunque le rogué, no abrió. No sé qué pensar, estoy preocupado –me dijo uno de sus viejos amigos.

–La hemos perdido, está sumida en la melancolía y tengo miedo –me comentó Irene, su comadre.

–No se deja ver de nadie, ha hecho de su vida un misterio, quisiéramos ayudarla pero no sabemos cómo –escuché decir en una reunión de amigos.

–Nada –dijo otro–, que un día nos llamarán para decirnos que la encontraron muerta.

Dicen que le cogió miedo a vivir, que este país ya no era el suyo, antes leía los periódicos pero ya ni eso. Escuché de la muchacha que la cuida que solo ve telenovelas y escucha música... habla con sus muertos y enciende velas en un pequeño altar que tiene en la casa donde hay fotografías de todos los que ha amado y ya se han ido.

–Es la Greta dominicana –comenté tristemente.

Bueno sí, es una forma de vivir pero tampoco la critico, las cosas están tan difíciles que aquel que puede sin trabajar mantenerse, que lo haga

–No estoy de acuerdo –contesté. Eso es morirse en vida. Hay que vivir hasta el último día, no podemos abandonarnos. La vida nos la dieron para eso y sentí que nadie me escuchaba, que hablaba para mí mismo.

Mi amiga tiene ya muchos años lejos de todo, me han comentado que la belleza se niega a abandonarla, que a pesar de los años ha envejecido elegantemente, que su mirada mantiene el mismo brillo, sigue delgada, el pelo, increíblemente no ha perdido su color, habla poco, apenas lo necesario, duerme tarde escuchando música, escribe poemas que luego rompe, cartas que jamás envía, y sostiene largos diálogos con sus muertos que nadie escucha... mi amiga se ha perdido en el misterio. Ah, la vida me sorprende... ella que era la que tenía todas las de ganar se dejó vencer... espero que en la nueva vida encuentre la felicidad que jamás encontró en esta... ojalá así sea.

Ilustración: Ramón L. Sandoval