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Una visita a Santiago de Chile

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Una visita a Santiago de Chile

Santiago amanece frío con un color gris que lo arropa todo. Desde la habitación del hotel donde me encuentro veo a la gente caminando de prisa. Llegué anoche desde Montevideo y se ve que estoy viejo pues no hice más que llegar y pensar en mis tíos Máximo y Zaida que, en algún momento, creo que en los años 50, fueron embajadores dominicanos aquí. Los de la tercera edad vivimos de recuerdos. En mi cabeza hay una sola obsesión, comerme una empanada chilena; mi tía, después de su experiencia viviendo en este país, hacía las mejores.

Controlo mi apetito y repaso la agenda... un encuentro con Raúl Zurita el poeta, otro con la fundación Siglo XX y su director Roberto Hopman, ya veremos qué saldrá de esto, una conferencia en la Fundación Pablo Neruda sobre mi quehacer cultural en Santo Domingo y los 42 años de existencia de Casa de Teatro, asistir al festival de jazz una noche al club Telonius, aplaudir a mis queridos amigos del Teatro Proletario en su nueva obra Fulgor, entrevistar a varias figuras, entre ellas a la Bachelet y Pablo Larraín el director de cine... en fin, cuatro días intensos donde dormir no está en mis planes. Todo esto lo intentaré como siempre, confiando en mi buena estrella.

El hotel donde estoy se llama París 813, de 50 habitaciones, en pleno centro de la ciudad vieja. Las calles empedradas, los rincones muy europeos, la iglesia de San Francisco con su estilo colonial en la esquina.

Como duermo poco, camino mucho. Una bufanda que me arropa el cuello, mi boina española, el abrigo pesado y a la calle. Mi mirada curiosa va descubriendo la ciudad, su gente, los vendedores ambulantes, me divierte cómo cantan los chilenos, ese sip o nop, el huevón constante...

En algún momento tomaré el metro en la avenida Alameda, me encontraré con el Padre Larry, me llevará a cenar donde sus amigos y beberemos el mejor vino chileno; una noche me perderé en el Berry, y después me iré al Secreto Escondido, siempre con amigos chilenos que cantan, Maglio, Felipe, Danilo, Pancho, Sergio Leo...

Una mañana, saliendo al doblar del hotel, descubro en el suelo de la calle un nombre, luego otro, me parece un acertijo, me detengo y los nombres se multiplican; extraño –pienso–, tantos nombres, levanto mi mirada y más nombres caen de las paredes, alguien tendrá que explicarme pero no me atrevo a preguntar, siento en la garganta un nudo que no estaba. A pesar de un sol que amenaza con salir en todo su esplendor, en esta esquina y en esta casa presiento un dolor muy grande. Santiago se hace más gris, esa casa de ventanas de madera encierra un secreto, detrás de esos muros parte de la historia más triste de esta ciudad se ha escrito con sangre...

Una joven camina lentamente y toma fotos.

–Excúseme, ¿es usted chilena?

–Sipo –me dice.

–¿Qué significan estos nombres en el piso? Veo que hay muchos en las baldosas y las fechas de su desaparición...

–En esta casa –la señala– eran torturados en época de la dictadura los jóvenes, muchos desaparecían y nunca se encontraron sus cuerpos...

La dejo ir. El frío se mete en mis huesos, el sol respeta mi estupor y se niega a salir. En ese momento comienza a llover y siento en mi corazón que llora el cielo y me cubre de un dolor universal, el de las injusticias, el de los crímenes absurdos, el de las mentiras, y todo se vuelve un torbellino que me aturde y una vez más no entiendo, no voy a entender jamás...

En Santiago, en Santo Domingo, en tantas ciudades del mundo hay nombres escritos en el suelo... en las nubes... en el mar...

Ilustración: Ramón L. Sandoval