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Receta de austeridad

El FMI parece tener una nueva víctima al alcance de sus recomendaciones. Si Ucrania, o parte de ella, sobrevive a las incursiones de los rusos, tendrá que pagar cuatro veces más por los combustibles que necesita y recurrirá a la ayuda de sus nuevos aliados en Europa y los EE.UU., quienes suelen preferir que el Fondo se encargue de casos como ése, a fin de comprometer menos sus propios recursos y dejar que sea el FMI el que imponga las condiciones para la ayuda.

Luego de una breve e inusitada conversión a políticas flexibles de estímulo fiscal y monetario, acompañadas por generosos niveles de endeudamiento público, el FMI está volviendo a las convicciones que lo caracterizaron durante décadas, a medida que la recuperación de las economías de las naciones que lo controlan lo va liberando de la incómoda posición de ver que lo que esos países estaban haciendo era muy distinto de lo que había predicado desde su creación.

Si Ucrania necesita, según ha declarado su propio gobierno interino, 65 mil millones de dólares para no caer en cesación de pagos, tendrá que apretarse el cinturón y reducir los gastos públicos, aumentar impuestos, devaluar más la moneda, vender empresas estatales, eliminar subsidios, dejar flotar los precios de los bienes de primera necesidad, recortar programas sociales, subir tasas de interés, reformar leyes, dejar de proteger empresas y abrir todos los sectores económicos del país a las inversiones extranjeras.

Si lo hace, el FMI le prestará fondos, aunque mucho menos que la suma que el gobierno dice necesitar, le establecerá metas a cumplir dentro de un acuerdo, le creará un plan de evaluación y seguimiento, y le regañará si se desvía de lo que tiene pautado hacer.

Afortunadamente, están surgiendo voces en los EE.UU. y Europa opuestas a esa terapia, la que prevén agravaría la crisis económica de Ucrania y la sumiría más profundamente en la recesión.