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Ácido del tiempo

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Ácido del tiempo

Por razones constitucionales, Tayyip Erdogan no podía optar por otro período como primer ministro de Turquía. Resolvió postularse como presidente, pero primero sometió el cargo a elecciones directas, en lugar de ser designado por el Parlamento. Su triunfo el domingo en primera vuelta demuestra que aún los más firmes preceptos son corroídos por el paso del tiempo, como una tela por un ácido.

Al término de la Primera Guerra Mundial, los militares turcos encabezados por Kemal Ataturk decidieron transformar el país. Terminaron con el régimen imperial, y fundaron una república en 1923. Establecieron una estricta separación entre la religión y el Estado. Hicieron gratuita y obligatoria la educación primaria, y construyeron miles de escuelas. Aliviaron la carga impositiva sobre los agricultores. Otorgaron iguales derechos civiles y políticos a las mujeres. Y desarrollaron la industria, el turismo, el transporte y las exportaciones.

Pero algunas de las medidas que aplicaron para lograr todo eso, como las restricciones a los partidos islamistas y la prohibición al uso del velo por las mujeres, son hoy consideradas como contrarias a las libertades públicas.

Y el ejército, que quedó como garante de la transformación del país, usó su poder para derrocar gobiernos civiles, integrar al país en la estructura militar de la OTAN, y dominar efectivamente la vida nacional.

A pesar de los cambios, evidentes sobre todo en las zonas urbanas, el país siguió siendo conservador, y el tiempo erosionó el poder militar que lo ocultaba. En sus diez años como primer ministro, Erdogan jubiló o encarceló militares golpistas, auspició las expresiones islámicas, y dirigió la atención del país hacia el Oriente Medio, dada la renuencia de la Unión Europea de admitirlo como miembro.

Erdogan promete una “Nueva Turquía”, atractiva para los conservadores, pero considerada retrógrada y autoritaria por los liberales urbanos.