Libertad económica

La libertad económica, como todas las demás libertades, es un concepto relativo. Depende de la capacidad individual para aprovecharla y del ejercicio que otros hagan de sus propias libertades. La pobreza y la ignorancia reducen su disfrute. Y las desigualdades permiten que las actuaciones de los poderosos coarten las libertades de los débiles.

A pesar de esas limitaciones en su significado, está de moda en círculos conservadores relacionar tasas de crecimiento económico con indicadores del nivel de libertad económica, concluyendo, como es de esperar, que a mayor libertad corresponde un crecimiento más rápido. Que la causa pueda ser el crecimiento y la libertad el efecto, no suele tomarse en cuenta.

Un ejemplo es el índice de libertad económica que la fundación Heritage, reconocida por sus posiciones a favor de la libre empresa, elabora anualmente en asociación con el Wall Street Journal. Abarca 186 países y es el promedio no ponderado de diez factores individuales. En su último informe, publicado hace algunos meses, nuestro país ocupa el lugar 80 con una puntuación de 61.3, en una escala que va desde cero, el peor nivel, hasta 100. En los diez componentes del índice tuvimos las siguientes calificaciones: derechos de propiedad 30.0, corrupción 27.3, restricciones fiscales 83.7, gasto público 92,3, libertad de empresa 56.1, régimen laboral 55.2, sistema monetario 75.7, libre comercio 77.8, flujos de inversión 75.0 e independencia financiera 40.0.

No es un índice que busca medir el desarrollo social o la equidad, sino evaluar las condiciones que existen para que las empresas hagan negocios. En ese sentido el informe dice que las restricciones más visibles que pesan aquí sobre el sector privado provienen de la burocracia administrativa, la ineficiencia gubernamental, el incumplimiento de contratos y una corrupción generalizada. Nada que nosotros no sepamos ya desde hace tiempo.

Gustavo Volmar