Apoyo mayoritario

La apertura económica, parte del conjunto de fuerzas que llevaron el régimen soviético a su fin, provocó inicialmente un fuerte deterioro en el nivel de vida de la población rusa como consecuencia del tránsito de una economía centralmente planificada a una guiada por los precios del mercado.

Numerosas empresas ineficientes, a las que antes se les asignaban cuotas de producción y materias primas, quebraron y dejaron desamparados a sus trabajadores.

El gobierno, las municipalidades y las instituciones estatales no tenían fondos para pagar a los empleados públicos o a los militares, la infraestructura se deterioró por falta de mantenimiento y la comunidad científica tuvo que emigrar o aceptar dádivas de organismos extranjeros.

Los desabastecimientos, antes esporádicos, se agravaron, pues el colapso de la producción no pudo ser compensado con importaciones, cuyos precios no estaban al alcance de la generalidad de los presupuestos familiares por causa de la caída en el valor del rublo.

La privatización de las empresas públicas rusas fue probablemente el episodio más extremo de corrupción de las últimas décadas. Sus administradores y mafias de delincuentes, con el apoyo de autoridades nacionales y regionales, se apoderaron de ellas, creándose una nueva clase de millonarios fuera de la ley.

Poco a poco la situación fue mejorando, los servicios públicos volvieron a funcionar, los empleados a recibir sus salarios regularmente y el ingreso familiar comenzó a crecer en términos reales, calculado en dólares, euros o cualquier otra moneda. Rusia fue calificada como una de las cinco grandes naciones emergentes, en compañía de China, Brasil, la India y Sudáfrica, y fue surgiendo la sensación de que el caos era ya cosa del pasado.

Según indican las encuestas de opinión, la mayoría de los rusos atribuyen el cambio a Putin y le apoyan por eso, no importa lo que digan de él los EE.UU. o la Unión Europea.

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Gustavo Volmar