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Tasas chinas

La expansión de nuestra economía, según los últimos datos oficiales, no tiene nada que envidiar a las impresionantes tasas de crecimiento logradas por China. A nivel de un 7% anual o algo más nuestras esperanzas de dejar atrás el subdesarrollo parecen tener base en la realidad, si podemos mantener ese ritmo durante algunos años más.

Algunas observaciones matizan, sin embargo, ese entusiasmo.

El crecimiento de China ha convertido a ese país en una potencia económica mundial que compite con Occidente en diversas esferas de influencia.

Ha permitido sacar de la pobreza a cientos de millones de personas, los salarios reales han subido en un 25% en cinco años, y lo que era inicialmente un progreso limitado a enclaves costeros está hoy difundiéndose con fuerza por regiones del interior del país. Han surgido de la nada muchos millonarios, pero la situación económica de la población en general es visiblemente mejor.

Existe una sensación de que la prosperidad está siendo compartida y está llegando a sectores que habían estado marginados de la economía formal.

Hay grandes problemas de contaminación ambiental y corrupción administrativa, pero el acervo de capital de las familias está en aumento, la infraestructura física y tecnológica ha respondido a los requisitos de la producción, y se ha contado con políticas coherentes de desarrollo.

Será quizás por el tipo de sectores que lideran nuestro crecimiento, entre ellos minería, construcción y turismo, o por la clase de inversiones que hemos estado haciendo, o por las deficiencias en la educación, salud y otros servicios públicos, o por la composición de la estructura tributaria, o por otras razones, pero nuestro salario real no sube, la concentración de la riqueza aumenta y los jóvenes no consiguen buenos trabajos.

Fuera de su parecido en cuanto a las tasas chinas que se ha informado está alcanzando, los rasgos de nuestra economía no son aún orientales.

gvolmar@diariolibre.com