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Otro Estado fallido

Las naciones desarrolladas han demostrado ser diestras en la creación de Estados fallidos.

Los procesos difieren en cada caso en particular, pero tienen algunas similitudes. Suele haber un gobierno, frecuentemente autocrático, que no es del agrado de las potencias occidentales. Ese gobierno es derrocado. Se prometen elecciones libres.

Candidatos poco representativos o hasta entonces desconocidos son postulados. Se celebran los comicios.

Los gobernantes electos no son reconocidos por otros líderes. Comienzan los desórdenes. El Estado se fracciona. El orden y los servicios públicos se van desintegrando.

Los gobiernos foráneos que auspiciaron los cambios se repliegan. El asunto pierde actualidad en las noticias. Y el país en cuestión cae en una situación de caos, o es intervenido de forma indefinida por fuerzas y organismos extranjeros.

Sucedió, en mayor o menor grado, en Somalia, en Yemen, en Sudán, en Afganistán, en Irak, en Haití, y en otros lugares. Ahora se añade Libia a la lista.

Una característica común es el bajo nivel educativo de la población, lo que da lugar a condiciones sociales propicias para que el fanatismo y las rivalidades sectarias ganen terreno. Y la economía, como es lógico, suele ser una de las primeras víctimas, aún si el país cuenta con petróleo, minerales o buenas tierras agrícolas.

Como la experiencia dominicana demuestra, a los países vecinos de esos Estados no les resulta fácil librarse de las consecuencias. Son inundados por inmigrantes, y pueden ser afectados por la violencia, el contrabando y la delincuencia.

Ante el asesinato en Libia de 21 egipcios cristianos, el gobierno egipcio, surgido de un golpe de Estado, e involucrado activamente en la represión en su propio territorio, propuso ayer que las Naciones Unidas aprueben un mandato para intervenir en Libia, y calificó la intervención anterior, que derrocó a Gaddafi, como una “misión incompleta”.

gvolmar@diariolibre.com