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Gustavo Volmar
Si el mes de abril sirve de muestra, la intensidad del debate político este año va a ser memorable.
El acto de Fernández el domingo pasado será seguido por reuniones de comités, convenciones y proselitismos en sus más diversas formas, colores y sabores.
Las campañas electorales suelen tener un trasfondo económico que define las posiciones en pugna y es la base para las plataformas electorales que los partidos ofrecen cumplir si salen victoriosos.
Se observa hasta ahora, sin embargo, una notable ausencia de elementos económicos diferenciadores en la presente y aún incipiente, campaña.
Los temas económicos no faltan, por supuesto. Lo que no se tiene son planteamientos económicos que permitan distinguir con claridad las ofertas de los candidatos y precandidatos.
Si de sus discursos borráramos las referencias a los partidos y los estribillos políticos, sería difícil saber quién los pronunció.
En parte es una carencia que obedece a la conveniencia de plantear objetivos y no soluciones.
Es mucho más fácil identificar problemas, y ofrecer corregirlos que diseñar una estrategia viable para hacerles frente, estrategia que necesariamente tendría que tomar en cuenta las limitaciones de recursos y las dificultades de implementación.
Se busca con eso crear expectativas a fin de despertar simpatías, y como las necesidades son las mismas, es lógico que las propuestas se parezcan.
Pero esa forma de hacer campaña no es la única causa de la escasa diferenciación en los planteamientos.
Tiene su origen también en que los propios partidos han ido perdiendo sus fundamentos ideológicos, convirtiéndose en simples maquinarias electorales organizadas para postular candidatos y conseguir que la población vote por ellos.
En ese contexto, desprovisto de principios conceptuales, el objetivo es crear imágenes a fin de atraer respaldos, dejando fuera aquellos asuntos que pudieran restar apoyos.
Gustavo Volmar
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