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Fragilidad comprobada

Igual que las empresas están sujetas a riesgos que pueden afectar la continuidad de sus operaciones, la economía nacional está expuesta a contingencias capaces de trastornar la producción y distribución de los bienes y la prestación de los servicios.

Es de elemental prudencia tratar de cuantificar, aunque sea de forma aproximada, las pérdidas resultantes de eventos adversos con diferentes grados de severidad.

Difíciles de predecir son los que obedecen a circunstancias de mercado, competencia, precios o nuevas tecnologías.

Más factible es anticipar daños por eventos naturales, en nuestro caso especialmente huracanes e inundaciones, aunque no podamos pronosticar su incidencia en un momento específico.

El apagón general del pasado sábado pone de manifiesto la fragilidad de nuestro sistema de energía eléctrica, algo que debemos saber de sobra, pero a veces las discusiones se enfocan sobre si la capacidad instalada cubre o no la demanda y sobre el costo de la energía, procurando un cambio en la matriz de generación hacia fuentes más baratas. Y se tiende a olvidar las vulnerabilidades de la transmisión y distribución, esencial para que la energía generada llegue a los usuarios.

Como la costumbre hace ley, los dominicanos ni siquiera nos percatamos de la espectacular maraña de alambres de toda clase y calibre que siguen y atraviesan a nuestras calles y avenidas, pero a los turistas que nos visitan sí les llama la atención, incluyendo los aislantes deteriorados, los empates, la proximidad a grandes árboles, los postes inclinados y los transformadores en posiciones precarias, al punto de hasta tomarles fotografías.

A esa fragilidad de las redes se añade la exposición derivada de la ubicación de las plantas y puntos de acopio de combustible para crear un gran peligro cuya mitigación no ha servido de guía para las prioridades de la inversión pública ni para los incentivos a la inversión privada.

gvolmar@diariolibre.com