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Algo que perder

Hay personas que viven en condiciones tan precarias que dicen no tener nada que perder, lo que a veces completan añadiendo que están, por lo tanto, “dispuestos a todo”.

Otros agregan que lo único que pueden perder son las deudas que tienen o, si son más politizados, las cadenas con las que los detentadores del poder los mantienen atados.

Los economistas no dan mucho crédito a esas afirmaciones, pues las evaluaciones del comportamiento humano ponen de relieve que prácticamente todos tenemos algo, que consideramos valioso, que perder.

Y no sólo eso sucede, sino que se comprueba también que la mayor parte de las personas otorga más importancia a evitar una pérdida que a conseguir algo de igual valor.

Utilidad marginal decreciente, aversión al riesgo y otros calificativos sirven para describir esa preferencia de la mayoría, la cual tiene grandes implicaciones para la creación de las expectativas, las fluctuaciones de los mercados financieros y la distribución de la riqueza.

En el ámbito político esa situación se utiliza para validar el criterio de que el temor a lo desconocido puede ser más fuerte que la atracción que ejerce la novedad y la aventura, circunstancia que ha sido aprovechada una y otra vez por diferentes gobernantes para disuadir que los votantes opten por otras alternativas electorales, y que salvo situaciones de crisis da pie a una ventaja a favor del gobierno de turno. Es simplemente un rasgo psicológico colectivo que los políticos aprovechan.

A pesar de los muy publicitados avances de partidos no tradicionales, en las últimas elecciones en el Reino Unido y España, el gobierno terminó en primer lugar. Según los analistas predominó el temor a perder los avances económicos logrados, que sitúan el crecimiento del PIB británico por encima del promedio de la Unión Europea y a España en la senda de la recuperación.

El deseo de conservación pesó más que las promesas del cambio.

gvolmar@diariolibre.com