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Al “Nueve” lo han vuelto un ocho

Un nódulo de la movilidad urbana que soporta varios años de deterioro creciente.

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Al “Nueve” lo han vuelto un ocho
No se trata de un acto de prestidigitación numérica o de topología matemática, sino de la deformación de una conexión vital de la movilidad urbana del Distrito Nacional, del Gran Santo Domingo y de todo el país. Conocido comúnmente como "El Nueve" por marcar el noveno kilómetro desde el punto cero de medición de los ejes viales nacionales.

Concebido originalmente, en los años setenta del pasado siglo, como un paso carretero a desnivel, suburbano, y del tipo denominado trébol de cuatro hojas. Hoy un atiborrado lugar donde coexisten informales e improvisadas terminales urbanas e interurbanas, ventas callejeras, un volumen de tráfico desorganizado, ruidoso, estremecedor. Con pasajeros, transeúntes, vendedores ambulantes, pordioseros, animales, calor sofocante, suciedad y desperdicios atiborrados por doquier.

Vehículos de todo tipo: voladoras, conchos y motoconchos, autobuses y hasta carretas de caballos, entorpeciéndose y obstaculizándose unos a otros. Atravesado por un tráfico multimodal con orígenes y destinos disímiles, desde locales hasta regionales, encuentro de ejes troncales.

Todo ello en un entorno deteriorado y mal transformado por desafortunadas intervenciones que no lograron sus objetivos, dejándolo peor cada vez. Mortificado por cuatro años con la construcción de la línea dos del metro, con estación improvisada -a última hora- como cabeza de línea, al recortarse el proyecto.

Una enorme extensión de más de ocho hectáreas -equivalentes a ocho manzanas- mal aprovechadas y llenas de parches. Con un deplorable conjunto de galpones y casuchas ocupadas por negocios. Como zona verde, ineficaz, como terminal de pasajeros, un desastre. La estación de metro todavía inoperante, pero ya causando problemas al tráfico rodado. El sistema de aceras es totalmente inadecuado.

Conviene especificar que en los pasos carreteros no se contemplan aceras para segregar el tráfico peatonal, pero con el tiempo ese cruce carretero devino en un centro urbano, un encuentro de dos vías concurridas. Demandando una intervención integral que garantice un tránsito seguro al peatón.

Atravesarlo caminando es una peligrosa y temeraria aventura. Las aceras no existen en los tramos más necesarios. El suelo urbano del entorno, de un alto valor potencial, está degradado y baldío. Solamente alberga actividades informales e improvisadas. Se han construido interconexiones (bypass) inaceptables por las normas de ingeniería de tránsito.

Las áreas verdes fueron destruidas en su mayoría por los constructores del metro. Solo el entorno de la estación ha sido embellecido con jardines y aceras que no guardan relación con el resto del área. Cada interviniente, desde el metro, los transportistas formales e informales, los venduteros y hasta las propias autoridades oficiales, han resuelto "su problema" como han querido o podido; es decir, mal, y agravando a los otros "dejándolo vuelto un ocho" como se suele decir en nuestra habla coloquial.

Un cruce vital, una intersección de dos arterias importantes, un lugar con vocación de convertirse en polo de centralidad urbana, pero situado en el límite de dos municipios, potencial conflicto de autoridades, para complicar más las cosas. Múltiples instituciones se abrogan derechos, pero no soluciones correctas.

Un nudo capital que conviene transformar con una propuesta urbanística integral que contemple la solución de tráfico en primer lugar, tomando en cuenta al peatón y al pasajero primordialmente, al transporte público, y al automóvil privado finalmente. Sin descuidar la importante función del intercambio intermodal de pasajeros, la seguridad, los servicios complementarios y los comercios ligeros. Todo ello con calidad ambiental, sin necesidad de intervenciones faraónicas y traumáticas.

Algo simple, sencillo, arborizado, práctico. Sin olvidar que somos un país del tercer mundo, en medio de una crisis económica mundial. Que no cueste una millonada ni incremente la deuda pública. Siendo esto ultimo lo más difícil, porque tanto las entidades oficiales como las grandes empresas constructoras, prefieren proyectos multimillonarios, jugosos.

Eluden y descartan cualquier solución que no sea eminentemente costosa. Condenando a la posteridad a pagar un débito creciente, sin dejar resuelto lo que deberían resolver, sin sostenibilidad a largo plazo. Valiosa oportunidad para aprender a resolver los problemas con sobriedad. Sin crear desventajas colaterales innecesarias. No es mucho pedir, y es parte de ese "hacer lo que nunca se ha hecho".