Compartir
Secciones
Podcasts
Última Hora
Encuestas
Servicios
Plaza Libre
Efemérides
Cumpleaños
RSS
Horóscopos
Crucigrama
Más
Contáctanos
Sobre Diario Libre
Aviso Legal
Versión Impresa
versión impresa
Redes Sociales
Actualidad

Estrategia para las ciudades

Las ciudades reflejan rápidamente los síntomas inevitables de las enfermedades sociales.

Expandir imagen
Estrategia para las ciudades
La popular intersección que forman la avenida Duarte y la París es un espacio urbano donde se advierte claramente los malos hábitos que han ido adquiriendo los ciudadanos.
Poco a poco hemos ido entrando, como país, en la idea de aceptar que estamos inmersos en una "crisis" económica mundial que se declaró como tal en 2008, pero cuyas raíces remontan a la década de "los felices noventas" como la denominara Joseph Stiglitz. La falsa creencia difundida de que éramos un país blindado, que todos los demás podían fracasar, incluso Europa y Norteamérica, excepto el nuestro, cede paso a una actitud más sensata. Una sociedad como la nuestra: desorganizada, dependiente, importadora, consumista e impreparada, no es cierto que iba poder, además sola, salir mejor parada que las otrora sólidas economías del primer mundo.

Las ciudades y sus sistemas urbanos reflejan rápidamente los síntomas inevitables de las enfermedades sociales. Porque esta crisis económica y su peor manejo -tratando de ocultarla, negándola o endosándosela a otros- es ante todo una crisis social que puede estallar como vaticinan algunos, o por el contrario, como pocos hemos advertido, implosionar lentamente, desinflarse, hasta volverse incapaz de recuperarse. Los síntomas de las enfermedades urbanas se inician con sutiles variaciones en el comportamiento ciudadano. Créanse entonces, a fuerza de repetirlos hasta hacerse cotidianos, los hábitos malsanos que devienen en vicios urbanos.

Se afecta el tejido de las ciudades, un tejido que implica lo físico y lo social, se carcomen por dentro estructuras y sistemas. Aparecen zonas necrosadas, algunas geográficamente definidas, otras entretejidas como redes. No es fácil advertirlo, salvo para los estudiosos de la historia del urbanismo o para observadores sociales avezados. El urbanismo es primeramente el estudio de las ciudades y sus sistemas. Un análisis que requiere conocer profundamente la sociedad local, pero además, estar al tanto de las problemáticas y soluciones de otras culturas. Luego es que pueden generarse respuestas y cursos de acción. Hoy necesitamos una nueva estrategia para gestionar las ciudades. Que son las mismas ciudades, los mismos problemas, pero que requieren, por la limitación de recursos, nuevas soluciones.

Paradójicamente el exceso de recursos limita la creatividad, la amodorra. La escasez, en cambio, la estimula en la línea de la eficiencia. Pero volvamos de nuevo sobre esos síntomas iniciales del comportamiento urbano, y tomemos uno de ellos. Un conductor cruza una intersección, violando la luz roja de un semáforo: está en primer lugar arriesgando la vida de otros y la propia, pero está desquitándose -algo más injustificable-de una presión e inconformidad acumulada contra autoridades, situaciones, vecinos, conciudadanos. Desapego a la ley, desconfianza en las autoridades, desprecio por la colectividad, graves síntomas están detrás de una violación que se vuelve cotidiana.

Cuando se inicia el desplome social, los menos concientes de ello son las autoridades. Un velo les envuelve y les inhabilita para ver claro y actuar oportunamente. Basta recordar a Luis XVI o a Rómulo Augústulo, el último emperador romano del Imperio, cuya capital, Roma, era la ciudad más grande y moderna del mundo. Un proceso implosionante la convirtió en una aldea pobre, debiendo esperar siglos para volver a renacer. Si la nación no encuentra una vía, y no parece tenerla, las ciudades empiezan a denotar cambios urbanos.

Los procesos de deterioro urbano se inician lenta e inadvertidamente, luego es muy difícil revertirlos. Los malos hábitos urbanos se vuelven incorregibles, los vicios urbanos inmanejables. Pero estas cosas no se divisan desde las refrigeradas oficinas, ni a través de los vidrios tintados de un lujoso automóvil, y menos desde un helicóptero. La vista urbana se percibe diferente a pie, desde una esquina congestionada de la ciudad, luego de esperar en vano un transporte público, o cuando se arrastra un triciclo lleno de chatarras de metal. ¿Hay quienes sean capaces de redirigir estos procesos? Por el momento, no parece.