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Los nómadas del ladrillo

En el proceso de fabricación de ladrillos o briquetas cada miembro de la familia tiene su cometido

En la India, cuando las lluvias monzónicas remiten, miles de familias de las regiones más empobrecidas viajan cientos de kilómetros para trabajar en las fábricas de ladrillos, que mantienen vivo el "boom" inmobiliario en este país.

En el caso de la gran metrópoli de Nueva Delhi, su hambre de ladrillos la sacian más de medio millar de hornos erigidos en las amplias llanuras del estado de Haryana, limítrofe con la capital india, donde trabajan unas 60.000 familias.

"Hace 8 años que trabajo aquí con los míos: estamos 9 meses y luego volvemos a Nalanda, nuestro pueblo en Bihar (la región más pobre de la India, a más de 1.000 kilómetros de distancia). Es un ir y venir", asegura Pinky Devi, de 30 años y madre de tres hijos.

En el proceso de fabricación de los ladrillos o briquetas cada miembro de la familia tiene su cometido. Los hombres, en general, suelen ocuparse de mezclar el agua con la tierra para crear el fango, que luego transportarán en una carretilla hasta donde se encuentra la esposa quien, en postura de cuclillas, se ocupará de moldear los adobes y colocarlos en filas.

180.000 niños 

Los niños, dependiendo de los padres, se encargarán también de la fase de moldeado o de otras labores que supongan un menor esfuerzo, como cambiar de posición los adobes cuando se secan.

Por cada mil ladrillos que son enviados al horno -actividad media durante una jornada de trabajo que puede alargarse hasta 15 horas- la familia recibirá 400 rupias (6 dólares).

Rajiv Maan, de 25 años, y Vikas Ravidas, de 30, son dos de esos fibrosos hombres, casi ennegrecidos por el sol, que trabajan con sus familias en el negocio de los ladrillos desde hace varios años.

Ambos proceden de Bihar y, como el resto de trabajadores consultados por Efe, llegaron a las abrasadoras llanuras del área de Pahassaur para saldar con su labor la deuda contraída con los dueños de las fábricas de ladrillos.



Los dos recibieron 20.000 rupias (unos 326 dólares), cantidad que fueron devolviendo a plazos al pagar parte del salario que reciben cada quince días.

Según afirmó al canal CNN el activista pro derechos humanos Saju Mathew, de la organización "International Justice Mission", la India prohibió en 1976 la práctica de devolver un préstamo a cambio de trabajo, pero ésta, como se puede comprobar, todavía sigue vigente.

"Pedí 20.000 rupias para alimentar a mis niños y sobrevivir: con ese dinero pude comprar patatas, aceite, sal, vegetales... comida en general", explica Pinky, mientras dos de sus hijas, de menos de ocho años, comen arroz sentadas en el suelo a unos pocos metros.

De los 180.000 niños que se hallan con sus familias en Pahassaur, según los datos más conservadores de la ONG española Naya Nagar, sólo unos 150, incluidas las hijas de Pinky, asisten diariamente al centro educativo que esta organización tiene en colaboración con los salesianos de Don Bosco a pocos metros de los hornos.

Allí los menores se benefician, como indica Naya Nagar, "de las clases, de una comida diaria y se les ducha tres veces por semana; con el objetivo de sensibilizar a las familias de la zona de la importancia de la educación y de los hábitos de higiene diarios".

Los profesores, tras dividir por edades a los alumnos, se encuentran muchas veces con la disyuntiva de tener que separar a los más pequeños de sus hermanos para que estos se puedan concentrar, pues, como si fueran canguros, cargan sin descanso de ellos.

Entonces llegan las lágrimas, los gemidos y el pataleo, algo que pudo presenciar Efe a pesar de que en la pequeña guardería habilitada los niños estrenaban juguetes, como triciclos o cochecitos, unos objetos extraños para muchos.



En esa asistencia regular a la escuela, la colaboración de los padres resulta fundamental.

"Llevo a mi hijo al colegio todos los días porque quiero que estudie y sea algo en la vida. No lo hago por mí, sino por él", dice Bhima Ram, de 27 años y procedente del estado occidental de Rajastán.

10 millones de ladrillos por temporada 

Bhima, según las cooperantes de Naya Nagar, es "el padre ejemplar", el único que, de manera periódica y puntual, lleva a su hijo a la escuela.

Este hombre menudo se dedica a colocar los bloques de adobe en el interior del horno, mientras que su mujer, después de la cocción, los retira.

Por su labor recibe un sueldo fijo de 12.000 rupias (unos 191 dólares) al mes, a lo que se suma una cantidad variable de unas 200 rupias (3 dólares) diarias por el trabajo de su esposa, "algo mucho más seguro que el trabajo en el sector de la construcción en Rajastán", según Bhima, pues allí no siempre consigue un contrato.

Esas briquetas que retira la esposa de Bhima son apiladas después en grandes montículos, a la espera de que lleguen los camiones que los trasladarán hasta grandes urbes como Nueva Delhi o Gurgaon, ciudad satélite de la capital y uno de sus motores económicos.

"En este horno fabricamos 10 millones de ladrillos por temporada", explica el contable de uno de los hornos, Laxmi Narang, mientras toma nota del total de ladrillos que ha cargado un camión: 3.500.

La compañía a la que pertenece Narang vende cada briqueta por 4 rupias, mientras que éstos cobrarán 5 rupias por unidad al destinatario final ubicado en el área conocida como Territorio de la Capital Nacional (NCR, en inglés).

Según datos facilitados por la Oficina de Comercio de España, en marzo de 2012 había en el NCR -la segunda mayor aglomeración urbana del mundo, de acuerdo con la ONU, con una población de casi 22 millones de personas- unas 500.000 viviendas en construcción.

Un ansia inmobiliaria saciada por familias como las de Rajiv, Vikas o Pinky, instaladas entre el polvo y el fango, con su continuo relleno y vaciado de moldes de adobe.