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El futuro de la arquitectura y el urbanismo dominicanos

Luces y sombras sobre ocho columnas

Digitalización, colectivización, corporativización, feminización, opacidad, partidismo, megaobras y corrupción.

Conviene diferenciar que el futuro de la arquitectura dominicana está vinculado -por una parte- a las trece escuelas de arquitectura que todos los años egresan varios cientos de titulados de arquitectos. Nóveles profesionales que se suman a un acumulativo número de unos tres mil quinientos arquitectos desprovistos de exequatur quienes constituyen el mercado secundario de la oferta formal de este servicio destinado a un sector de ingresos medios altos o muy altos, con capacidad para pagarlo.

Por la otra, el mercado formal, legalmente reservado a un selecto grupo de unos cinco mil, titulados, provistos de exequatur y obligatoriamente colegiados en un gremio privilegiado con una obsoleta ley de 50 años de antigüedad y que lo convierte indirectamente en una corporación de derecho público. Un gremio politizado, donde el partido de gobierno de turno es quien escoge los candidatos a participar en unas elecciones -o votaciones- usualmente a plancha única. Un gremio que ha seguido los pasos de otros en cuanto a convertirse en un dócil instrumento, cuyo silencio e indiferencia le resulta suficientemente complaciente a un régimen que se ha agenciado el control de casi todas las instituciones nacionales, estatales civiles y hasta religiosas.

Por otra parte está la arquitectura informal, teóricamente ilegal y perseguida -para que pague al Codia, a los municipios y al fisco- pero tolerada en la práctica, a cambio de una cuota de corrupción que se reparte en dosis escalonadas entre funcionarios y empleados públicos que suelen complicar y dificultar los procesos de tramitación, induciendo indirectamente la construcción informal y la antedicha corrupción, compuesta por una mezcla de extorsión, soborno, tráfico de influencias y privilegios. La calidad de los resultados es variopinta, contrasta enormemente desde las torres acristaladas y climatizadas del denominado Polígono Central, hasta la periferia infraurbana y marginal, generalmente pobre y carente, pero con curiosas y ostentosas excepciones.

El ejercicio de la profesión de arquitectura experimenta una transformación multicausal. Una de ellas -exógena- es la digitalización de los diseños y la producción de documentos pertinentes, incrementando la eficiencia y calidad, pero reduciendo colateralmente la demanda de recursos humanos, no solamente de arquitectos sino de personal de otras especialidades en las áreas administrativas y de soporte. Otra causa que desplaza y reduce la cantidad de arquitectos insertados en el proceso productivo, es la colectivización de la arquitectura, un fenómeno que curiosamente se ha producido en el mercado de mayor ingreso, que ha preferido vivir en penthouses y apartamentos de lujo, desplazándose de las viviendas individuales de diseño único, un segmento cada vez menos demandado, fenómeno que no se ha replicado en los sectores de menores ingresos.

El desarrollo de la arquitectura corporativa, es un tercer factor que concentra en empresas o corporaciones con menos arquitectos, los mejores y mejor pagados proyectos. A los tres factores anteriores -igualmente difundidos en casi todos los países del mundo-, han de agregarse otros de factura local o menos globalizante. La feminización de la profesión universitaria, si bien no es privativo de la arquitectura como profesión, es en ella donde la casi totalidad de las butacas universitarias, son ocupadas mayormente por jóvenes mujeres, que además alcanzan los mayores honores académicos.

La arquitectura es un servicio social, pero no se practica ni se enseña de este modo. Es un medio para transformar el ambiente, con una negativa carga en nuestro caso. Es un proceso secreto, opaco, no transparente, desde la concepción hasta las ejecuciones. El partidismo político, factor deformante, arropa el sano ejercicio en la arquitectura y urbanismo públicos y afecta al privado, sometido y chantajeado. Una contagiosa afición a proyectos grandiosos, ostentosos -las mega-obras- completa y desfavorece el brumoso cuadro, cerrando el círculo de la corrupción insostenible.