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Iglesia del Imperial Convento de la Orden de Predicadores

Con esta entrega concluye la serie sobre la iglesia viva más antigua del continente americano. 

Hace quinientos años en 1510, llegaron los primeros frailes de la orden de predicadores o dominicos a esta ciudad. Poco después se iniciaron los trabajos del convento y la iglesia, en solares donados por vecinos de la villa.

En esta iglesia tuvo lugar uno de los más sonados casos ocurridos en el período colonial, cuando un domingo de adviento, ante el virrey Don Diego Colón, hijo del Almirante Don Cristóbal y su esposa Doña María de Toledo, sobrina del rey Don Fernando, y los demás dignatarios del primer virreinato, el dominico fray Antón de Montesinos, pronunció un sermón condenatorio de las practicas abusivas e inhumanas en que incurrían los colonos, en contra de los infelices aborígenes a quiénes consideraban seres sin alma. Este sermón es considerado el precursor del llamado: Derecho de Gentes.

La iglesia, tiene planta de cruz latina, con capillas situadas en los espacios entre los contrafuertes. Posee un coro alto para los canónigos. La bóveda de este coro es una de las grandes soluciones estructurales de la arquitectura colonial americana. Al igual que la cubierta de la sacristía, el presbiterio y el crucero, se realizaron en el estilo gótico-isabelino.

La cubierta de la nave central, destruida durante un terremoto, fue reedificada en forma de cañón corrido, sustentado por grandes arcos de piedra que se apoyan sobre los contrafuertes laterales del templo.

La tercera capilla del tramo sur de la nave, se dedicó a la cofradía del Rosario, la más poderosa de la nueva villa de Santo Domingo por su vinculación a la marinería, a partir del triunfo cristiano sobre los turcos, en la batalla de Lepanto. Reedificada en los últimos años del siglo XVII, se realizó totalmente en piedra, creando para su portada, un enorme retablo en ese mismo material que presenta estilísticamente la transición entre el plateresco español y el barroco; también se realizó un retablo de madera.

Su bóveda es una de las más notables del arte colonial americano. Dividida por un par de telamones clásicos, presenta sobre el espacio de los fieles, una representación del zodíaco: los doce signos zodiacales expresan las doce tribus de Israel y los profetas del Antiguo Testamento, así como a los doce apóstoles. El sol es el motivo central de la bóveda, expresión de Nuestro Señor Jesucristo. Perfecto maridaje entre la antigua ciencia de la astrología y la religión.

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