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Rastreando Retro por la Red

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Rastreando Retro por la Red
Pedagógico de Macul.

Esta semana me bajó la majadera nostalgia y Chile se aposentó en los tramos de un tranvía de recuerdos santiaguinos, que recorre cada cierto tiempo su ruta subiéndome al vagón. Quise saber sobre algunas amistades que forjé en mis años universitarios en la segunda mitad de la década del 60 e inicios de los 70, cuando la fiebre de la juventud nos impulsaba con sus bríos, queríamos o creíamos saberlo todo y la vida nos sonreía lozana en el amor. Fuera de las aulas, encabezadas por excelentes profesores chilenos, españoles, argentinos, alemanes, brasileiros, norteamericanos, y con la presencia de una matrícula estudiantil multinacional en la que destacaban personas brillantes, la sociabilidad que brindaba la universidad era estupenda.

Nuestra facultad se hallaba ubicada en Macul, con un telón de fondo precordillerano, en el hábitat ampliado de un antiguo colegio británico. Con edificaciones de ladrillo cubiertas de limo que contrastaban con anexos de arquitectura vanguardista y amplios jardines bien cuidados que invitaban al diálogo amable. Allí, Nicanor Parra -poeta profesor de física siempre atildado enchaquetado de tweed- discurría en su propia peña de pie, rodeado de bisoños bardos como mi compañero Jaime Silva, quien me introdujo ante el antipoeta. Juan Rivano -filósofo devorador incesante de mitos- desplegaba su dialéctica inclemente, no importa quién cayera abatido por el fuego de sus argumentos.

Un joven profesor ayudante de filosofía, Eduardo Carrasco -fundador del conjunto Quilapayún junto a su hermano Julio, a Julio Numhauser y Patricio Castillo-, ampliaba los saberes de Rivano y animaba una tertulia. En esos contornos, el simpático Antonio Skármeta -Premio Casa de las Américas en 1968 por la colección de narraciones Desnudos en el tejado- llamaba la atención no sólo por la corpacha agigantada, también por su sapiencia desenfadada. Entonces Leo Favio, con canciones refrescantes aladas por versos sencillos que invitaban a amar, traspasaba los relatos de sabor cotidiano de Skármeta. Afamado luego por su Ardiente Paciencia que dio pie a Il Postino, film que narra el ayuntamiento de Neruda y Matilde Urrutia en la paradisíaca isla de Capri. Cuando el historiador y arquitecto napolitano Edwin Cerio le prestó al vate chileno su villa, con luna incluida.

En el restaurante Los Cisnes (un segundo refugio gastronómico y parlanchín, aparte la Cafetería del campus), en la J.P. Alessandri frente a la facultad, el entrañable sociólogo Enzo Faletto era centro de una peña weberiana salpicada de garzas cerveceras y vasos de buen tinto. Mientras el antropólogo argentino José Luis Najenson, más dado al mate o al té, ampliaba su visión estructuralista con énfasis en Claude Levi-Strauss. Expulsado por la onda militarista del Cono Sur a la cabeza Onganía (gorilas, les llamaban), el porteño Ponciano Torales -discípulo de Mario Bunge y adicto a la Pérgola de Sociología- difundía las lecciones del maestro en sus clases de epistemología y encandilaba a las alumnas con su garbo. Una atractiva Marta Harnecker -con piernas bien torneadas y cabellera que le llegaba a la cintura- arribaba a nuestros confines desde París con su marxismo althursseriano en la mochila, catapultada por la editorial Siglo XXI.

En el frente económico, André Gunder Frank, rodeado de una cierta fama de entrada, desplegaba en tenidas sobre el césped, sus tesis acerca del "desarrollo del subdesarrollo". En tanto Theotonio Dos Santos, acompañado de su esposa Vania Bambirra, articulaba su teoría de la dependencia con sabor a caipirinhna. Osvaldo Sunkel, de porte elegante y barba a lo Hemingway, encantaba con su énfasis en las corporaciones multinacionales y el enfoque centro/perferia. Por su lado, Pedro Vuscovic -quien sería ministro de Economía de Allende- ilustraba el desarrollo en América Latina bajo la óptica de la CEPAL. Era época de amplios debates civilizados y el intelecto galopaba sin bridas en el Chile parlamentario presidido por Frei padre.

Luego vino el experimento socialista de la Unidad Popular, el trágico desenlace con el golpe y la muerte de Allende, la larga dictadura de Pinochet de 17 años que se tragó las libertades y con ellas a tres queridos compañeros de carrera. Manuel Donoso -un verdadero fraterno que sus padres amantísimos llamaban Pancho, con quien recorrimos en su Citroneta el litoral central-, fusilado en el Norte durante la Caravana de la Muerte por su filiación socialista. Dagoberto Pérez -puertomontino brillante de carácter optimista y talante vitalista, admirador de Pablo de Rokha-, eliminado en la persecución desatada contra el MIR. Y José Manuel Parada -hermano menor de Soledad, compañera de curso, hijo de Roberto, el primer actor de Chile, y de María Maluenda, hermosa actriz y diputada del PC-, secuestrado y degollado junto a otros activistas de la Vicaría de la Solidaridad de la Iglesia Católica que bregaban por los derechos humanos.

María Maluenda, de recia personalidad y fino trato, falleció en 2011 no sin antes cofundar con Ricardo Lagos en 1987 el Partido por la Democracia y convertirse en diputada por el mismo al momento de reinstalarse el parlamento en 1990, cuya cámara baja presidió en la sesión inaugural. Su nieta Javiera Parada, hija de José Manuel, fue escogida en 2013 por Amnistía Internacional para presentar en Chile el informe anual de esta entidad con motivo del 40 aniversario del golpe contra Allende. El suyo fue discurso conmovedor que recién leí por la red y retrata el drama humano padecido por muchos chilenos y el talante especial de esa familia que prestigia a Chile.

Ya Soledad me había narrado en Santo Domingo -durante una de sus visitas como consultora de la CEPAL, ahora de la FAO- el gesto de su padre, quien se encontraba en escena cuando recibió la infausta noticia del hallazgo de los restos del hijo secuestrado. Ante el golpe emocional, Roberto Parada -a quien admiré múltiples veces como señor de las tablas en Santiago- se repuso momentáneamente e indicó con determinación que la obra debía continuar, como de hecho sucedió.

Justo a Soledad la hallé ayer en la red, mientras navegaba colocando nombres de mis antiguos compañeros de aula. Ella fue un factor solidario cuando llegué a Chile, acogiéndome prontamente entre los suyos y facilitándome la ambientación en el medio universitario, mientras yo iba "tomando el piso" -el guatón Sherman fue otro generoso que se ocupó de mi inducción como "mechón" o novato. En YouTube encontré su intervención en un seminario de la FAO sobre seguridad alimentaria, pobreza y protección social en América Latina y el Caribe, analizando la situación de la mujer en los mercados laborales y su desventaja en cuanto a cobertura en los sistemas previsionales. Me fascinó la solidez de sus argumentos, el manejo diestro de las estadísticas en perspectiva comparativa, el dominio de casos concretos para ilustrar el enfoque. Sus alcances valientes desde una óptica de género. Y ese don persuasivo, dulce, que simplemente seduce al auditorio.

A otra colega de gran aprecio, María Teresa Traverso, la encontré en G+. En su perfil figura que es casada con 2 hijos y 3 nietos. Tras su formación como socióloga en la U de Chile, realizó estudios en Estados Unidos: sociología en University of Maryland y political science en el Massachusetts Institute of Technology (MIT). Fue hasta 2007 especialista senior en desarrollo social del BID en Washington, viajando por la región como consultora de la entidad y directora de proyectos. Entre sus publicaciones se destaca un libro editado por el BID en español e inglés, Violencia en la pareja, en el cual realiza una panorámica del tema en América Latina y profundiza con un estudio de caso en Uruguay. Orientado a desentrañar una problemática solapada por el silencio y a establecer políticas y programas preventivos. María Teresa -cuyo rostro permanece inalterado tras casi medio siglo con algunas canas y gafas que le conceden aire doctoral- fue presencia cotidiana en mis años chilenos. Compartimos largas horas de estudio, preparación de resúmenes de lectura, ejercicios de estadística, pruebas parciales y exámenes. En su residencia en Viña del Mar, junto a su familia -su padre un empresario industrial fabricante de licores y vinagre, cuya familia se instaló en 1896 en Valparaíso y hoy mantiene liderazgo de exportación-, nos acogió en jornadas vacacionales. Inteligente y de carácter, disciplinada y solidaria, la retengo con su chaquetón de piel café, segura de sí misma. Con una sonrisa siempre a flor de labios. En su andadura profesional estuvo María Teresa por Brasil y desarrolló un proyecto de "fábricas culturales" orientado a captar la atención de los jóvenes de las favelas para alejarlos de la delincuencia y las drogas. Hoy, retirada y de nuevo en su tierra, representa allí a la Fundación Chilena Americana, creada por un grupo de chilenos y amigos de ese país con el propósito de asistir con pequeños proyectos a favor de los niños y jóvenes desventajados.

Una compañera entrañable, con quien me reuní en 1990 siendo ella diputada por el Partido por la Democracia, Adriana Muñoz, hizo su exilio en Austria, donde realizó sendas maestrías, una en sociología en la Universidad de Viena, y otra en ciencias políticas en el Instituto de Estudios Superiores, laborando en el Instituto Austríaco de Política Exterior. Regresó a Chile en 1982, pasando a formar parte de la comisión política del Partido Socialista. En 1987 participó en la fundación del PDP, presidió la Federación de Mujeres Socialistas y realizó trabajos de investigación en las ciencias sociales. Con una historia parlamentaria estupenda de más de dos décadas de vigencia, presidió la Cámara de Diputados entre 2002-03, siendo la primera mujer en hacerlo. En 2013 fue electa senadora con la segunda mayoría de votos de la Región de Coquimbo, para el período 2014-22.

Me llena de orgullo haber compartido sueños con estas talentosas mujeres. Encarnación de la proverbial hospitalidad de Chile.