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Isabel Allende, la socióloga

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Isabel Allende, la socióloga
Isabel Allende y Michelle Bachelet.

La foto recorrió el mundo, encabezando las primeras planas de los diarios y las ediciones digitales, resaltada la imagen por los titulares: "Isabel Allende, presidenta del senado, impone banda presidencial a Michelle Bachelet". Captando uno de esos momentos de la historia que encapsulan múltiples procesos. La hija del presidente socialista Salvador Allende, quien antes había encabezado el Senado y sacrificó su vida en un acto de suicidio altruista -como lo habría definido el sociólogo Emile Durkheim- ante la impronta brutal del golpe militar que instauró la dictadura de 17 años del general Pinochet. Ahora a la cabeza del parlamento que ese régimen suprimió y que luego la derecha controló entre 1990-2006 mediante 9 senadores designados (4 ex jefes estado mayor de las ramas militares y carabineros, 3 antiguos jueces supremos y 2 nombrados por el Ejecutivo) y senadores vitalicios (Pinochet), removidos en la reforma constitucional del 2005.

Michelle, hija de Alberto Bachelet -un general de brigada institucionalista de la FACH que ocupó la estratégica Dirección Nacional de Abastecimientos y Precios en el gobierno de la Unidad Popular-, muerto bajo la jefatura de su amigo y miembro de la junta militar Gustavo Leigh en medio de las torturas aplicadas tras el golpe por sus compañeros de armas, retornaba a la presidencia de Chile que había desempeñado entre 2006-10, con un 62% de los votos en segunda vuelta. Derrotando a la candidata de la derecha Evelyn Matthei, una economista, ex senadora y ministro de trabajo del gobierno de Sebastián Piñera, hija de otro general de la FACH, Fernando Matthei, antiguo comandante en jefe y miembro de la junta militar. Antes, como ministro de defensa de Ricardo Lagos (2000-04), la Bachelet había visitado en 2003 las instalaciones de la FACH, donde se rindiera homenaje a su progenitor.

Ambas mujeres militantes socialistas, una socióloga y la otra, médico, vivieron el exilio junto a sus madres viudas. Michelle, acompañada por su inseparable madre Ángela Jeria, pasó por Villa Grimaldi, un centro de detenciones y torturas operado por la temible DINA dirigida por el general Manuel Contreras bajo conducción jerárquica directa de Pinochet. Ya en el exilio, ambas se establecieron en la República Democrática Alemana, donde Michelle continuó sus estudios de medicina, concluidos en Chile tras su regreso en 1979 pese a que se le negó la reválida de los realizados en la RDA, especializándose en pediatría y salud pública. Isabel Allende y su madre Hortensia Bussi hicieron su exilio en México, cuyo gobierno presidido por Luis Echeverría Álvarez -como había sucedido con los refugiados republicanos españoles en 1939- abrió las puertas solidarias para acoger a los perseguidos de la dictadura chilena y de otras implantadas en el Cono Sur.

Con Isabel Allende y su familia me ha unido una vieja amistad que se iniciara en 1966, cuando arribé a Santiago de Chile a estudiar sociología en la U de Chile. Su prima hermana María Inés Bussi -quien residía en el hogar de los Allende Bussi en Guardia Vieja- sería mi compañera de curso durante cinco años y una de mis mejores amigas, casi fraterna. En su casa estudiábamos y compartíamos socialmente, razón de mi relación inicial con Salvador Allende, explicada someramente en una columna anterior. Aparte, la propia Isabel era estudiante de término de la Escuela de Sociología y llegaría a fungir como docente en calidad de ayudante de profesor en la asignatura epistemología de la investigación científica que impartía el admirado Ponciano Torales, un avanzado discípulo del gurú argentino Mario Bunge expulsado por la razzia militarista en las universidades porteñas.

En esos años, en el ambiente paradisíaco de la facultad conocida popularmente como Instituto Pedagógico por impartirse allí las carreras de educación, a Isabel, esbelta, sobria y elegante con toque de bufanda y botas bien lustradas, se la veía vinculada a sus compañeros socialistas de la Escuela de Sociología, entre ellos mi querido amigo Ricardo Núñez -quien sería senador al restaurarse la democracia en 1990, secretario general y presidente del Partido Socialista-, Renato Julio, primer esposo de su hermana Beatriz "Tati" luego casada con el diplomático cubano Luis Fernández Oña, y los entrañables Moncho Silva, Jocelyn de la Maza y otros compañeros más próximos a su promoción. Nunca fue elemento de notoriedad y conflicto, ejerciendo con clase un papel de moderación en una época de creciente radicalización de las posiciones políticas dentro de la propia izquierda y sus grupos constitutivos.

En nuestra unidad académica existía un fuerte arraigo del PS. Sus tres directores durante mi estadía fueron Clodomiro Almeyda, canciller de la Unidad Popular, con quien establecí una estrecha relación -había sido editor de Juan Bosch en Chile, Cuba Isla Fascinante, y yo lo mantenía al día con los textos políticos de éste como El Pentagonismo y Dictadura con Apoyo Popular, tal como lo hacía con Allende-, a quien saqué un 7 (nota máxima) en su materia. Con el sapiente don Cloro me volví a reunir en Caracas en 1983, en ocasión del bicentenario del natalicio de Bolívar, en un congreso sobre pensamiento político organizado por el historiador y senador Ramón J. Velázquez, quien sucedería a Carlos Andrés Pérez en la presidencia en 1993.

Le siguió en la dirección Hugo Zemelman, mi profesor de sociología rural, brillante con un toque de genio distraído. Y finalmente el servicial y solidario Eduardo Ruíz Contardo, quienes se acogieron a la hospitalidad mexicana que les brindó la UNAM. Como tal hicieron también mi profesor de desarrollo económico -fui su ayudante de profesor- Pedro Vuscovic, alto funcionario de la Cepal durante dos décadas responsable del Informe Anual de la Economía de América Latina y luego ministro de economía de Allende. Vuscovic fundó y presidió la Casa de Chile en Ciudad México, que operó como una base del exilio en la lucha contra la dictadura militar. Al igual que el genial Armando Cassigoli, quien discurría en una asignatura denominada introducción a la cultura con una visión verdaderamente precursora.

Con todos ellos me reencontré en el DF de México en 1974, cuando acudí a un seminario sobre estructuras políticas y sociales en el Caribe organizado en la UNAM por Gérard Pierre-Charles, talentoso y generoso como uno de los grandes de las Antillas que fue. Como sucediera con María Inés Bussi, Isabel y Tencha en la Casa de Chile. Antes, en el congreso mundial de la paz celebrado en Moscú entre octubre/noviembre de 1973, una Hortensia Bussi toda ella dignidad, con voz quebrada por la emoción, se creció sobre su figura aparentemente frágil para dirigirse a los miles de delegados presentes en el Palacio de los Congresos en el Kremlin y clamar por la solidaridad con Chile. Allí se escucharon las últimas palabras del presidente Allende, un hombre de cojones auténticos y alma grande, que bajo el bombardeo a La Moneda resistía en gesto simbólico y apelaba a evitar derramamientos inútiles de sangre, anunciando que más temprano que tarde se abrirían de nuevos las alamedas libertarias de su patria.

Con Tencha e Isabel -ante Volodia Teitelboim- nos abrazamos y lloramos la pérdida del Chicho y el colapso del experimento socialista en democracia que fue sueño de Allende. En 1990, al restablecerse la democracia, fuertemente cautelada por el poder militar con Pinochet en la jefatura del ejército, nos volvimos a encontrar en la tierra de Neruda y la Mistral, ahora bajo la presidencia del democristiano Patricio Aylwin, primer presidente de la Convergencia. Fue en ocasión del congreso de las comisiones nacionales para la celebración del V Centenario del Descubrimiento de América, inaugurado por los reyes de España y efectuado en Chile como respaldo fehaciente de la comunidad internacional al proceso de transición a la democracia. En la antigua sede del senado durante la ceremonia oficial y en la recepción ofrecida por la legación diplomática española a los delegados, estaban presentes como símbolos de firme compromiso Tencha e Isabel. Nueva vez, en la embajada de España, el abrazo, los ojos acuosos y el recuerdo de los gratos momentos compartidos. Una invitación de Isabel a pasar por Guardia Vieja, donde residían.

Sentí una grande emoción al ver la foto de la Bachelet recibiendo la imposición de la banda presidencial de manos de Isabel Allende, la socióloga, la amiga, quien arribaba a la presidencia del senado como la primera mujer en hacerlo en la historia de Chile, una nación rica en tradición parlamentaria, de la cual su padre fue decano meritorio. Ella había reemplazado en la curul en el senado al sociólogo socialista Ricardo Núñez en 2010. Entre 1994-98 había ocupado una plaza en la cámara de diputados, siendo sucedida por Adriana Muñoz, socióloga al igual que Núñez y compañera de curso de quien esto escribe. Entre 2003-04 Isabel presidió ese cuerpo legislativo, que heredó de la Muñoz, primera mujer en encabezarlo.

En su discurso de asunción, Isabel Allende consignó el hecho de que dos mujeres -una de ellas repitiendo el ejercicio de la presidencia de la república- estuvieran simultáneamente en la testa de los poderes políticos más protagónicos del país. Dos mujeres socialistas. Reiteró el compromiso con las reformas que se propone desarrollar la nueva administración en la educación y el sistema tributario, así como en la concertación de una nueva constitución para el Chile del siglo XXI. Y hubo espacio aun para la nostalgia y el reconocimiento a la generación que encarnó su padre.

"Es un gran orgullo ser la nueva presidenta del Senado porque en la testera del Senado estuvo mi padre, Salvador Allende Gossens, entre los años 1966 y 1969, antes de ejercer la Presidencia de Chile. Él asumió con lealtad y responsabilidad la conducción política del Senado, el espacio republicano que por excelencia cobija la diversidad de ideas, el pluralismo político e ideológico".

¡Viva Chile, mierda!