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El Conde Mágico de Manolito Baquero

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El Conde Mágico de Manolito Baquero
El Parque Colón en la calle El Conde, 1950s.

El arquitecto Manolito Baquero Ricart (1925-81) fue una figura legendaria, no sólo por la calidad profesional de su trabajo plasmado en edificios como el de Seguros San Rafael, Hotel Sheraton junto a Milán Lora, sino también por la bonhomía proverbial que prodigaba en las mejores peñas de El Conde y sus contornos, como las de la barra de Juan Chea en el Hotel Comercial y el bar del Bodegón de Frank Salcedo. Escribió una carta al columnista de El Caribe Giovanni Ferrúa Lluberes, estimulado por unas crónicas condeanas previamente publicadas por éste. En manos de la familia, le fue entregada a Pedro Delgado Malagón, quien la hizo pública catorce años atrás en su columna Menesteres de la revista Rumbo. Por sus méritos, entre los que destacan sabrosos comentarios epocales, la incorporamos hoy al inventario evocativo de El Conde.

"Querido pariente: Tu artículo sobre la heladería y, aun más, el ampliado a las actividades comerciales de la calle El Conde durante los años cuarenta, ha logrado conmigo su propósito y ha acudido a mi mente un tropel de recuerdos. Pero antes de que empecemos a compartirlos, debo aclarar que aunque de cosecha anterior a la tuya tampoco soy 'Coñac Napoleón'. Al Club Unión recuerdo haber ido una vez, muy niño, tieso dentro de una coraza de centurión romano que me hicieron don Toño Bonilla y su ya difunta primera esposa, doña Victoria Aybar Castellanos. Salí de allí llorando porque el premio se lo llevó Papito Pellerano, que iba muy emplumado con traje de principito francés. Luego, el Club Unión desaparece y lo sustituyen los que contaban con la gracia de Trujillo.

"Sin ánimo entonces de censurar tus 'lapsus', permíteme completar tus evocaciones, y empiezo por la parte que más me atañe -el Edificio Baquero con la Ferretería de la planta baja. Su ascensor era motivo de admiración y yo adquiría aires de superioridad cada vez que entraba en él con la mayor naturalidad, para subir a nuestra casa, mientras los curiosos quedaban abajo boquiabiertos. La esquina Conde y Hostos la compartía Baquero con el Hollywood y se conocía como la esquina del Hollywood o la de Baquero.

"Pero al hablar de la calle El Conde hay que dividirla en secciones, porque sus cualidades y las actividades que en ella se desarrollaban variaban. Primero, el sector desde el parquecito sobre el farallón del muelle, que no era más que un espacio sin construir y lleno de yerbas, hasta la esquina del Hollywood. Segundo, la parte entre Hostos y Sánchez, la esquina del Copello, donde estaban situados los establecimientos mayores y más prósperos. Y, por último, el trecho más humilde, desde allí al Baluarte, que por lo general se excluía del paseo que comenzaba en el parque.

"En el primer tramo, añadiría a tus recuerdos la Dominican Motors, con Manolín Cabeza (Alfaro) al frente, en la esquina Colón frente a Rentas Internas. Luego, en la esquina Isabel la Católica, la Ferretería Read y la papelería de MacFarlane, y frente al parque el pintoresco edificio de la farmacia Marrero y el estudio fotográfico de Barón Castillo y el Quisqueya, café de chinos y refugio de carabineros, frente al Ayuntamiento.

"En la próxima cuadra, las joyerías que ya mencionaste, y frente a Baquero la Lotería, donde hoy está Ciro's. Esto último no lo olvido porque nuestro pariente Mon Saviñón no me dejaba dormir con sus animados sorteos, que empezaban muy tempranito los domingos, con el acompañamiento de una de las bandas de música de la ciudad.

"No hay que olvidar en este sector las célebres retretas de los domingos, donde la juventud aprovechaba la escasa oportunidad de intercambiar miradas o hasta de llevar a la muchacha del brazo. ¿Increíble, verdad?

"En el próximo sector faltó, sobre todo, hablar de la Cafetera de Julián, el español, donde está hoy Julio Tonos, sitio de reunión de refugiados españoles y judíos, al cual era indispensable acudir con regularidad de habitué para poder aspirar a pertenecer a la intelligentsia. El café era excelente y los palermos de sueño y, además, fiaban. Más adelante se te quedó una pléyade de gente: Andrés Pérez, la librería Amengual, al lado, donde comprábamos los muñequitos Billiken y los Para ti de las viejas, Carteles y Bohemia, cuando las dejaba pasar la censura, cosa que ocurría muy raras veces. Al lado, Roquito Cappano y Eduardo el 'turco'. ¿Y cómo pudiste olvidar la boutique de Casa Pardo y su hermana Victoria? Recuerdo también el último cine de la calle, El Encanto, ya después Santomé, frente a La Opinión, la lencería francesa de Doña Teté Ariza de Michelena.

"Pero, mi querido Giovanni, ninguno de esos 'lapsus' tiene importancia si lo comparas con el que te llevó a olvidarte de la farmacia de Lolón Guerrero. Ese sí es grave. ¡'Con Gloria hemos topado, Sancho'!, habría dicho don Miguel el manco.

"La mejor ilustración de cómo variaba el carácter de la calle al acercarse al Baluarte la brinda el hecho de que la Casa Baquero tuviera una sucursal en la Espaillat, donde se encuentra hoy la Curacao. Muchos ingenieros, maestros de obras, plomeros y otros operarios se resistían a llegar a la parte 'elegante' sin cambiar de ropa.

"No mencionas la heladería Rainbow, o Arco Iris, que montó Nurys Pou de Sanlley cuando se trasladó Lolón, y que brindó por corto tiempo una alternativa al Mickey. Y no tenemos que hablar de los veteranos como La Ópera, Cerame, González Ramos y la joyería Oliva. Pero que no se te olvide la librería nueva de 'Chacho' Carías con su tropa de muchachos carpetosos. Recuerdo con nostalgia el estudio del maestro Gausachs, en un tercer piso sobre el gift shop frente al parque, y la carpeta que le dimos a 'Mercés' Delmonte con su casa impregnada de la fragancia peculiar de cientos de gatos, o eran más bien millares.

"Pero Giovanni, de nada sirve recordar El Conde sin pensar en sus personajes: Negro Padilla, el cuidador del parque; Barajita y Corazones, dicharacheros y extravagantes; don Paco Escribano, con su corro de muchachos, quien según mis amigos me llamó una vez 'el Niño Jesús de 15 años'; don Bebé García Gautier y Montebruno, con su arcaica elegancia 'eduardiana', quien por sí solo amerita, no un artículo, sino un libro para comentar sus excentricidades y sus múltiples virtudes ciudadanas.

"Cómo olvidar esos apodos tan descriptivos y muchas veces crueles que se le daban a nuestros viejos pintorescos: 'Cocote de Polaina', 'la Seis y Cinco', aquella pareja 'Etiqueta Tropical', 'Cristóbal Colón' (¡zafa!), como llamábamos a aquel español tan parlanchín llamado (?).

"Don José Sanz y doña Teresita jamás faltaban a su mesa de La Cafetera, a tomar algo después del paseo o el cine. El viejo Mr. Percival, con su eterno jarro de cerveza y su pipa, tenía mesa reservada en El Morroquito. Chilo Peña armaba su tertulia en la puerta del Ateneo, que se instaló donde antes estaba el Club Unión y sus sucesores, para por último ceder la plaza al Club de la Juventud. De esa tertulia con Puro Benítez, Franklin Mieses, etc., podría hablar largo rato Enriquillo Rojas Abreu, benjamín del grupo.

"Cocó Peña, hermano menor de Chilo, se instalaba donde Roquito para que Puchito Peguero le 'pusiera los libros al día' a él y a Mario Lluberes, Juanito Acevedo y aquel pilar de dignidad que era Marianito Heredia. Don Vicente Ortiz, armado de su letal bastón, parecía un obelisco erguido en la esquina del Rialto, desde donde vigilaba a sus nietos, los mellizos Leschorn, y de paso daba clases de piropeo a los jóvenes a quienes consideraba muy vulgares en sus requiebros, y amenazaba con su chispa andaluza y su estaca. Y a propósito de bastón, al doblar vivía Pedrito Contín, mordaz inmancable de La Cafetera.

"Te he dado una súper lata, Giovanni, hablando de la época cuando nuestro Santo Domingo viejo, estuprado por el cambio de nombre, no era más que una aldea grande donde no se podía murmurar (aunque mucho se hacía) porque todos éramos parientes. Hoy día hemos perdido esa intimidad, sin que por ello tengamos en compensación el relajante anonimato que ofrece la gran urbe. Ojalá algunos de tus lectores, un poco más añejos, te ofrecieran sus memorias de la época cuando en la esquina Duarte estaba Papá Félix Mejía, y en el solar de Baquero la Ferretería de Felipe Lebrón.

"Pero no creas que soy de los que me conformo con el disfrute de mis recuerdos. Sueño también con un futuro brillante para El Conde de mañana, y que éste sea eje de la vida de nuevas generaciones. Quisiera que a los actuales empresarios los ilumine la visión de aquellos inmigrantes que en la década del 20 se lanzaron a la entonces quijotesca empresa de hacer ese Conde urbano y citadino: los López y los Ramos, de la Ópera; los Cerame; los Olalla, de La Gloria; los Diez, los Baquero. Ellos tuvieron fe en el futuro de una ciudad y país ajenos."

De los personajes que refiere Manolito Baquero -ameno conversador con quien compartí múltiples veces junto a Felo Haza del Castillo y otros parroquianos de la barra de Juan Chea y el bar del Bodegón-, amisté con Manolín "Cabeza" Alfaro. Habitué de la primera, del bar del Lina -donde acudían Luis Aquiles Mejía, Jorge Tena Reyes, Guaro Ginebra-, y de la barra del Vizcaya. El fotógrafo Barón Castillo, igual Alfredo Senior -con estudio en la Nouel frente al Carmen-, me captó infante con su artística cámara de cajón gracias a Fefita. Gausachs, mi vecino de al lado en la Eugenio Perdomo a quien daba lata en su casa. Cocó Peña Batlle, emblema de San Carlos, casado con Rosa Morel, su familia (Ml. Arturo, Mónica, Ma. Rosa) vivió en hermosa casa a dos plantas frente mi abuela Emilia en La Trinitaria.

Franklin Mieses Burgos (poeta secretario general de la Alianza Social Demócrata de Jimenes Grullón, en la que presidí su juventud), el embajador Enriquillo Rojas Abreu, Puchito Peguero, fueron presencia grata e instructiva en las peñas a las que acudía en El Conde a partir de los 70, al regresar al país. Giovanni Ferrúa, talento chispeante y solidario. Contín Aybar, de figura aristocrática amanerada, reinaba en El Conde y la cultura.