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Con Yaqui y el Coro de la UASD en Chile

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Con Yaqui y el Coro de la UASD en Chile
El Coro de la UASD y Yaqui Núñez (extremo derecho de la foto) en Santiago de Chile, año 1967.

A Yaqui Núñez del Risco lo conocí en octubre de 1967 en Santiago de Chile, hace ya casi medio siglo. Nuestro comunicador, entonces relacionista público de la UASD, acompañaba al Coro de esa academia dirigido por Luis Frías Sandoval, mi antiguo maestro de canto en La Salle y director del coro que amenizaba en los 50 la misa dominical en la Catedral de Santo Domingo, al cual yo pertenecía. Por demás, mi profesor de Latín y Economía Política en el 4to de bachillerato en Filosofía y Letras, un amigo que me había iniciado en las incursiones nocturnas por el Maxim’s de la Tiradentes y otros centros donde se maceraba la carne de hembra licenciosa. Luis era portador de envíos familiares –ron

Brugal Añejo, cigarros Aurora, cartones de Apolo, pastas de dulce de leche, elepés y algunos libros–, todo un cargamento que el maestro distribuyó en el equipaje de miembros de la tropa coral, entre ellos Miguelina González, una hermosa contralto.

Yo estudiaba Sociología en la Universidad de Chile y el Coro asistía al 1er Festival Latinoamericano de la Canción Universitaria organizado por la Federación de Estudiantes de la Universidad Católica, donde cursaban esa carrera Rafael Acevedo –el de Gallup-, Emmanuel Castillo –director de La Información – y Cristóbal Paulino Sem, compañero lasallista con quien compartiría residencia próxima al legendario Cerro Santa Lucía –“tan culpable por la noche/ tan inocente de día”, según el registro poético de Nicolás Guillén. Gobernaba en Chile la Democracia Cristiana, con Eduardo Frei en la presidencia impulsando importantes reformas, entre ellas la agraria, la sindicalización campesina, la promoción popular en los barrios marginales y la chilenización del cobre. En tanto Salvador Allende, quien sería presidente en 1970, encabezaba el Senado. Yaqui me había confiado su simpatía por la DC, que le habría facilitado formación en Caracas en cursos auspiciados por la fundación Konrad Adenauer.

La vida universitaria se hallaba entonces medSSia revuelta, con los estudiantes pulsando por el cogobierno tanto en la U. de Chile, la U. de Concepción y en la tradicionalista U. Católica. Llegándose en ésta a la toma de su sede central para presionar la renuncia de su rector monseñor Silva Santiago, eligiéndose democráticamente el primer rector laico, el Arq. Fernando Castillo Velasco, un democristiano que introdujo reformas institucionales.

El Mercurio, el influyente diario conservador, satanizaba el movimiento estudiantil calificándolo de “violentista”. En Bolivia, la guerrilla del Che fracasaba costándole la vida al legendario revolucionario argentino, refugiándose sus lugartenientes cubanos en Chile, que les brindó asilo.

La rebeldía juvenil recorría el mundo. Se manifestaba en movimientos contestatarios que permeaban la cultura, la política, los estilos de vida y la música misma. Los Beatles, Joan Báez, Bob Dylan, Peter, Paul & Mary, Pete Seeger, por el lado anglo expresando la contracultura inconformista y pacifista. Silvio, Pablo, Noel, Quilapayún, Inti Illimani, Víctor Jara, los Parra, Viglietti, Zitarrosa, la Sosa, Cafrune, entre la Nueva Canción y el Neo Folklore. Serrat haciendo de las suyas. Y el conjunto vocal francés Swingle Singers, con el Modern Jazz Quartet de Milt Jackson, jazzeando desde París el portentoso barroco de Bach. Los hospitalarios chilenos –y sus estupendas mujeres por supuesto- abrían las anchas alamedas santiaguinas para recibir con beneplácito a tanta muchachada latinoamericana enrolada en el arte del canto. Pletórica de sueños solidarios, amén que libertarios.

Entre los integrantes del formidable Coro de la UASD se hallaban los hermanos Tito (quien también tocaba el acordeón piano) y Bobby Delgado Malagón, hoy destacados profesionales de la cirugía maxilofacial y el derecho. Ramón Alburquerque, ingeniero químico doctorado en minas y energía, ex presidente del Senado. Jaime Paulino, farmacéutico fallecido hace poco, fogoso comunicador interactivo que nos mantenía al día con las efemérides latinoamericanas. Juan Antonio González Acosta, doctor en ecología de suelos directivo de la Academia de Ciencias. Todos mis buenos amigos y compañeros de bohemia. Completaban la matrícula, entre tenores, bajos, sopranos y contraltos, Enrique Santana, Luis Manrique, Eddy Germán, Germán Valerio, Bertilio Cornielle, Delfín Pérez, Samuel Concepción, Pedro Castillo, Ramón Camacho. Bélgica Villanueva, Rosa Lama, Floritza Véliz, Magaly Penson, Lourdes Báez, María Ronzino, Josefina Garrido, Ángela Peña, Carmelina Acosta, Miguelina González, Daniela Cotes, Norma Fabián, Ivernia Monsanto, Alba Dickson, Elizabeth Davis, Marlene Kelly, Gloria Jiménez, Flor Bueno, Lourdes Estrella.

Para llegar a Chile por Avianca –me relata Bobby Delgado Malagón- se organizó una campaña pro recaudación de fondos en la cual Yaqui desplegó sus energías, incluyendo la elección de una Señorita Universitaria, Lourdes Bonnet, quien acompañaría al Coro en su periplo por la nación del Cono Sur. Agotados todos los esfuerzos, todavía faltaba plata para completar los costos del viaje. Cuenta Bobby que el rector de la UASD, el inolvidable Julio César Castaños Espaillat –a quien me unió una profunda querencia-, decidió disponer unos ajustes en el magro presupuesto de la entidad, con tal de viabilizar el viaje. Antes de partir la delegación, Julio César le advirtió que tenían que levantar el estandarte de la universidad y el país, trayendo de regreso el primer premio. Objetivo logrado en demasía, ya que el Coro no sólo alcanzó este galardón otorgado por el jurado, sino el de popularidad concedido por el público, siendo el más ovacionado entre decenas de agrupaciones concurrentes de excelente calidad.

El evento tuvo lugar entre el 6 y el 12 de octubre del 67 y concitó cada noche la asistencia masiva de un público entusiasta, predominantemente universitario. La clave del éxito del Coro de la UASD fue un repertorio apropiado y original que impactó desde el primer día, aumentando el fervor a medida que los días pasaban. Voces educadas y bien acopladas. Temas rítmicamente pegajosos, como los merengues

Santo Domingo mi amor y Compadre Pedro Juan, la Suite Coral Folklórica, ponían a bailar al auditorio al son de nuestros aires tradicionales, con el golpe de tambora pautando el paso. Piezas lozanas, de un frescor primaveral envolvente, como la media tuna Ninfa del alma de Bienvenido Brens. Arreglos que sacaban brillo a cada composición. Todo ello bajo la certera dirección del maestro Frías Sandoval, dínamo con liderazgo carismático y probidad profesional.

Una combinación que se convirtió en sello de triunfo durante el festival internacional universitario.

Tuve el privilegio de vivir cada día esta vibrante experiencia, que incluyó presentación en la TV y desfile por la Alameda, y retroalimentar mi orgullo de oriundo de esta media ínsula huracanada. Más emocionante cuando compartía esta historia junto a mi antiguo maestro de canto de La Salle, los miembros súper motivados del Coro y un vivaz diligente Yaqui Núñez, en su función de director de relaciones públicas de la UASD. Con quien, casi mágicamente, hice migas desde el primer instante y a quien llevaba a mi apartamento al término de cada jornada para que él comunicara desde mi teléfono a la prensa nacional las incidencias cotidianas del evento. Allí dictaba la nota que debía divulgarse a todos los medios, tomada desde el otro extremo del hilo telefónico por un periodista de El Nacional que sospecho era Huchi Lora. Enfatizaba, con precisión telegráfica, cada línea del contenido de la nota. Pautaba el titular de la noticia con ese ingenioso don de síntesis que lo hizo célebre en la televisión. Despuntando desde ya las condiciones que le acreditarían como un maestro de la comunicación. El último de una generación que se nos va con él.

Ha pasado casi media centuria y todavía retengo en la retina ya cansada los rasgos de su perfil que me impactaron en Santiago de Chile en 1967. Una mirada inteligente, penetrante y vivaz, reflejo de su talento especial. Una cierta impaciencia por cumplir con el deber más allá de lo exigido. Impaciencia que se manifestó incesante en eso de investigar, compilar y divulgar “cultura con sabrosura”. Siempre atildado, handsome, con esas canas precoces que le otorgaban seniority con apenas 28 años. El aprecio por la amistad y la solidaridad que cultivó este desinteresado maestro de la palabra puesta en el lugar preciso, dicha con garbo, con gracia cautivante. Ese imborrable Yaqui de la Quinta Concha y Toro, del Estadio Nacional, de la Alameda, de las noches bohemias en Il Bosco. Con quien empataría de nuevo en 1971, a mi regreso al país. Para simplemente compartir, “Otra vez con Yaqui”.

Los hospitalarios chilenos -y sus estupendas mujeres por supuesto- abrían las anchas alamedas  santiaguinas para recibir con beneplácito a tanta muchachada latinoamericana enrolada en el arte del canto. Pletórica de sueños solidarios, amén que libertarios. 

Ha pasado casi media centuria y todavía retengo en la retina ya cansada los rasgos de su perfil que me impactaron en Santiago de Chile en 1967. 

Una mirada inteligente, penetrante y vivaz, reflejo de su talento especial. Una cierta impaciencia por cumplir con el deber más allá de lo exigido. 

Impaciencia que se manifestó  incesante en eso de investigar, compilar y divulgar “cultura con sabrosura”. Siempre atildado, handsome, con esas canas precoces que le otorgaban seniority con apenas 28 años.