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La urbe mira al mar

En las primeras décadas del siglo XX, la ciudad de Santo Domingo fue traspasando sus límites amurallados. Al tiempo que se levantaban dentro de su perímetro tradicional edificaciones de gran porte en las principales vías comerciales, señal inequívoca de modernización. Por el costado suroeste, mirando hacia el litoral marino, se fue nucleando modesta la llamada Ciudad Nueva que oxigenó sus pulmones coloniales, acercándola más al vivificante yodo salutífero. El Paseo Presidente Billini, calificado por el Ing. José Ramón López-Penha como “el sitio de esparcimiento por excelencia de todo Santo Domingo”, el Gimnasio Escolar (1911) y el Parque Infantil Ramfis inaugurado en 1937, surgieron como nuevos espacios públicos abiertos a la sociabilidad ciudadana, la sana práctica de los deportes y el entretenimiento lúdico.

En 1912 la Primada estrenó una hermosa Plaza Independencia, diseñada por el arquitecto checo Antonin Nechodoma, polo culminante del eje vertebrado por El Conde que arrancaba desde antes de Las Damas, pasaba por el Parque Colón y partía en dos el barrio del Navarijo. Conectando la plaza con el mar por la Palo Hincado, la Pina y La Estrelleta. Punto referencial para una expansión mayor hacia el poniente, originándose allí en su ángulo suroeste la Carretera del Oeste/Avenida Independencia, que tendría su empalme desde la Sabana Larga (Presidente Vicini Burgos) con la Avenida George Washington, desbrozada en 1931 y llevada hasta Güibia en 1936. Enlazada ese año a la Máximo Gómez cuando ésta se abrió, completando así una franja urbanizada de cara al litoral.

De esta plataforma patriótica que liberaba las viejas amarras de la ciudad, desbloqueándola y lanzándola en varias direcciones, partió también la Avenida Bolívar, siguiendo en parte el Camino de Santa Ana que conducía a las famosas cuevas, motivo de la curiosidad de viajeros extranjeros y de jiras dominicales de los habitantes locales –integradas al Parque Zoológico Infantil durante la Era, hoy renombrado Iberoamérica por la sindicatura de Salcedo, recientemente engalanado con atractivos motivos lumínicos navideños. Esta vía agregó valor a las antiguas estancias de Gascue, lotificadas para dar paso a confortables ensanches como La Aguedita pionera fomentada por el sancarleño Pedro A. Lluberes (con eje en la calle Dr. Báez y designada en honor a su esposa la también sancarleña Águeda Saviñón Bona), que conformarían la justamente bien nombrada Ciudad Jardín que es, o fue, Gascue.

Desde el kilómetro 0, remontando San Carlos por las hoy 30 de Marzo y continuando por la San Martín, se abrió la trocha del progreso vial para buscar enlace raudo por el norte con el ubérrimo Cibao a través de la Carretera Duarte. Y obvio que la ciudad igual trazó ruta hacia su costado norte, cuando el emprendedor Juan Alejandro Ibarra, primo de mi abuelo Lico Pichardo, urbanizó la antigua finca de Manuel de Jesús Galván y la bautizó Villa Francisca, en homenaje a Francisca Velázquez Objío, natural de la villa de San Carlos y esposa del autor de la celebrada novela histórica Enriquillo.

Tanto la administración progresista de Ramón Cáceres Vásquez, la Ocupación Americana, el sexenio de Horacio Vásquez y la Era de Trujillo, representaron importantes jalones en este proceso –visto como un continuo- de modernización de la infraestructura vial y crecimiento urbano. Retomado con vigor por los 22 años de Balaguer, que ensanchó aún más los límites de la ciudad y sus espacios de disfrute colectivo con el complejo de parques forestales, Botánico, Zoológico, Plaza de la Cultura, malecón del Este, entre otras obras meritorias. Y la agregación de nuevas urbanizaciones por todos los costados, incluido el litoral marino más allá de la Feria y el que bordea el Mirador Este.

Bajo Cáceres, en la Memoria del Secretario de Estado de Fomento y Comunicaciones correspondiente a 1910, E. Tejera Bonetti da cuenta de los trabajos de modernización de la infraestructura vial que se emprendían en ese momento. La Carretera del Oeste, cuyo primer tramo de 1,555 metros lineales corría desde la Plaza Independencia por el Camino de Güibia, fue recibida el 9/11/09 por la Dirección de Obras Públicas encabezada por H.F.D. Burke. El peritaje a cargo del Ing. Eduardo Soler, considerado “el mejor de su género”. El costo, $55,894, cubrió camino de macadam y aceras, cunetas, entradas a estancias, zanjas de desagüe al mar ($33,764) y alcantarillas de Ciudad Nueva y calle Sabana Larga actual Vicini Burgos ($22,130). El segundo tramo debía terminar en breve, llevando la vía hasta San Gerónimo, unos 1,145 metros lineales cotizados entre $22-24 mil. El tercero llegaría hasta Haina.

Esta obra fue proyectada y dirigida por el Ing. Osvaldo Báez Machado, vástago de Buenaventura Báez y padre del Ing. Báez López-Penha. Como se sabe, Mon Cáceres fue abatido a tiros el 19 de noviembre de 1911 durante un paseo en coche. Paradójicamente emboscado en una vía que su gestión exhibía con orgullo, viajando sin escolta sólo acompañado por el fiel cochero, un moreno que lo defendió como pudo. Como sucedería medio siglo después con Trujillo, peleando solo junto a Zacarías de la Cruz, su leal chofer, en la avenida costanera. Igualmente emboscado sobre el pavimento de una de sus obras emblemáticas.

Cuando se construyó, por el norte la Avenida Independencia recorría la llamada estancia del Pru (hasta Las Carreras), donde luego funcionó la fábrica de mosaicos y blocks de Juan Tomás Tavares. Seguía la propiedad del sancarleño Tomás Joaquín Lugo Alfonseca, padre del historiador Américo Lugo, en la cual operó tejar, ladrillar y tenería, base del ensanche homónimo. Más adelante, la del general José Dolores Pichardo Betancourt, Loló, mi pariente natural de San Carlos, ministro de Lilís. Luego la del banilejo Apolinar de Castro, cuya hija Lea casó con Enrique Henríquez, también ministro de Heureaux, promotor del Hipódromo La Primavera -cuya huella quedó en el Instituto Escuela de la Hnos. Deligne- y del Ensanche Primavera. Se hallaban, además, la de Manuel Ma. Gautier y la de Pedro Marín, frente al camino de entrada a la playa de Güibia (calle José María Heredia).

Esta obra allanó las condiciones para que dos décadas más tarde, en 1931, se pensara en una avenida como la George Washington, que bordeara el litoral y alcanzara en su tramo inicial hasta el Balneario de Güibia, la playa preferida de los capitaleños. Tomándole una franja de terreno a estancias de familias principales que disfrutaban de acceso exclusivo al mar, unas con baño de playa privado, algunas de las cuales opusieron resistencia al proyecto. La temeridad tenaz del Ing. Báez López-Penha y el pulso autoritario de Trujillo hicieron la mutual perfecta para que se abriera trocha y despejara el camino, aprovechando la coyuntura especial creada por San Zenón. Culminando este primer tramo la Oficina de Mr. Rogers y su equipo de ingenieros al servicio de la presidencia.

José Ramón Báez López-Penha enuncia en su libro Por qué Santo Domingo es Así estas estancias, contadas en dirección oeste a partir de la Presidente Vicini Burgos, un paseo arborizado que desemboca en el Obelisco desde la Avenida Independencia y limita el Parque Ramfis (E.M.Hostos). Empezando con la única estancia sin salida a la Independencia, propiedad de Manuel Galván, con la Crucero Arhens limitándola en el norte. A seguidas, la de la familia de W. R. Thorman, quien fuera cónsul de Alemania en el país, cuya singular residencia y oficina de madera sirviera a la Academia Santa Ana dirigida por el profesor Luis Pérez Garcés, trasladada a Santiago tras los estragos del ciclón. La tercera correspondía a Juan Bautista Alfonseca, continuando las de Salvador Piñeyro y la familia Noboa. Desde allí, las del Lic. Damián Báez –presidente de la Suprema Corte-, Irene Báez de Herrera, Eduardo Ricart, Emilio Joubert, Ricardo Piñeyro, y Manuel de Jesús Lovelace.

Se incluían la del banquero Santiago Michelena –quien manejó los fondos de la Receptoría General de Aduanas y representó en el país al National City Bank of New York- y la del empresario azucarero Juan Bautista Vicini Cánepa, fundador de un emporio agroindustrial multiplicado con el tiempo a través de varias generaciones en diversas ramas de negocios, cuya línea de descendencia Vicini Perdomo y Vicini Cabral ha jugado un papel en el desarrollo positivo del Malecón. Luego el Camino de Güibia, para reiniciar con las estancias de Ángel Varón y Arturo Pellerano Alfau, conforme a ese relato de Báez López-Penha.

Una historia, ésta de la Ciudad Primada mirando al mar, que continuaremos en próximas entregas, con los nombres, espacios y vivencias de sus habitantes que la fraguaron. Y a la que el lector puede contribuir enviando sus propias historias a la dirección: jmdelcastillopichardo@hotmail.com. Para aunque sólo sea en el imaginario colectivo, recrear la edad dorada de una vía hoy echada a menos. Que merece y puede tener un presente/futuro mejor. Para que la urbe siga mirando al mar.