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Un adiós a tía Yuyú

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Un adiós a tía Yuyú
Yuyú Pichardo Sardá vda. Álvarez.

El pasado miércoles rendimos el último adiós, en el marco del tradicional rito funerario católico, a Cruz Emilia Pichardo Sardá, la querida tía Yuyú, quien disfrutó de una vida longeva al alcanzar los 96 años, dejando plantada una fructífera huella entre nosotros. Con su partida casi un siglo de avatares se cierra, parte de los cuales me tocó compartir con ella, para mi dicha agradecida.

Cuarta descendiente del matrimonio que formaron José Manuel Emilio Dimas de las Mercedes Pichardo Soler, alias Lico, y Emilia Sardá Piantini -el primero oriundo de la ciudad colonial y la segunda natural de la villa de San Carlos. Unión que nos prodigó dos médicos especializados en el campo de la salud pública. El primogénito, Pedro Antonio, Toño, quien por mucho tiempo realizó la inspección sanitaria de los buques que arribaban a nuestros puertos –tarea en la cual lo acompañaba en feriados y vacaciones escolares permitiéndome conocerlos, incluyendo aquellos tan rudimentarios como el de Palenque, donde los barcos que venían a cargar azúcar del ingenio Caei de los Vicini permanecían en altamar dado su limitado calado. Así pude familiarizarme con ese protocolo y abordar junto al tío las más diversas embarcaciones.

El segundo vástago, Manuel Emilio, Mané, se destacó como funcionario internacional de la Organización Mundial de la Salud y la Oficina Panamericana de la Salud asignado como representante en diversos destinos latinoamericanos (Nicaragua, El Salvador, Guatemala, Venezuela) y como investigador en el Laboratorio Nacional de México, con aportes notables al campo de la parasitología recogidos en publicaciones académicas. Desde su regreso al país en 1964 hasta su fallecimiento en 1979 fue subsecretario de Salud Pública, ocupándose del área de epidemiología y nutrición. Junto a los doctores Álvarez Perelló, Ortori y Cabrera integró la Comisión Médica del CEA. Aparte de sus funciones profesionales, fue un guitarrista clásico consumado, autor de un método de aprendizaje de guitarra patentado en México. Profesor gratuito de múltiples alumnos y participante entusiasta de un grupo de cuerdas liderado por Rafael Sánchez Cestero que mantuvo un programa semanal en la televisión nacional.

Dos meritorios farmacéuticos fraguaron Emilia y Lico: Yuyú y Bienvenido, quienes fundaron la Farmacia Pasteur en la calle del mismo nombre, frente al teatro Elite, que por décadas brindó servicios de calidad al selecto vecindario de Gascue. También una egresada de la Escuela de Señoritas de Economía Doméstica, Josefa Antonia, Fefita, mi madre, quien levantó con coraje un hogar de cinco muchachos y estampó su sello de bondad. Otra mujer retadora, Leda, emigró temprano casada con un veterano norteamericano y formó en Tampa, Florida, la familia Campbell Pichardo, haciéndose senior manager en servicios alimentarios en el sistema escolar. El menor de los varones que todavía nos acompaña, Pedro Tomás, se graduó en derecho junto a jurisconsultos como sus amigos Lupo Hernández Rueda y el profesor Bienvenido Díaz Castillo, impartió docencia en la Normal y sumó su esfuerzo laboral a la Farmacia Pasteur de sus hermanos, convirtiéndose en un farmacéutico práctico.

De ese hogar ejemplar, formado en valores de honestidad, responsabilidad y laboriosidad –que se extendía hacia las familias Piantini Morales, Piantini Monclús, Piantini del Castillo, Sardá Prestol, Sardá Encarnación, Pellerano Sardá, Montalvo Pichardo, Soler Logroño, entre otras– provino Yuyú. Quien enlazó su existencia, para fecundarla, con la de Arístides Álvarez Sánchez, Tico, un deportista selección nacional de volleyball, agrimensor y licenciado en derecho, hijo de Virgilio Álvarez Pina y Lucila Sánchez, y quien fuera por décadas presidente del Tribunal Superior de Tierras, así como secretario de la Liga Dominicana de Béisbol. Profesor de legislación de tierra y autor de tratados sobre la materia, tal la obra

Estudio de la Ley de Tierras

que se emplea como texto en las universidades, considerado por el historiador Wenceslao Vega uno de los “grandes maestros del Derecho dominicano”. Un ícono del deporte (presidente de honor del Pabellón de la Fama del Deporte Dominicano 1973) y de la impartición recta de justicia en una materia tan compleja y delicada como la inmobiliaria.

Por la vía matrimonial Yuyú entró a formar parte de otras familias derivadas del tronco Álvarez Sánchez, como la Álvarez Guzmán (de Manuel), Álvarez Bonilla, Álvarez Guzmán (de Braulio), Malagón Álvarez, Volmar Álvarez, Martínez Álvarez. Así como de las integradas por los hermanos Álvarez Dugan, hijos de don Cucho con Catalina Dugan: Mario (Cuchito), la familia Álvarez Soto, y Jaime, la familia Álvarez Ornes. De sus cuñadas, también longevas, le sobreviven Lucila, Isabel y Mercedes. Nimia Rodríguez, Maricusa Ornes y Matilde Soto.

Tico y Yuyú procrearon a Rosalía y Lucilita, para mí dos verdaderas hermanas con las que me crié, compartí las animadas fiestas familiares, las vacaciones en Constanza y Boca Chica, donde nuestra familia tuvo casa propia y en alquiler respectivamente, así como los bailes infantiles y juveniles en los clubes de la Juventud, Golfito, Centro Sirio, Casa de España, el Hotel Jaragua, las incursiones a La Voz Dominicana en la Semana Aniversario, la Feria de la Paz, el Agua y Luz, y la Feria Ganadera. Formadas en los colegios Santo Domingo y Luis Muñoz Rivera, fruto del esmero tutorial de tía Yuyú y del recio carácter de Tico, ambas dejaron su marca profesional impecable en la IBM y en el BNV, desenvolviéndose todavía en el Patronato Nacional de Ciegos y en el mercado inmobiliario.

De la unión de Rosalía y José de Jesús (Coqui) Jover, nacieron Rosaliíta, quien se doctoró en derecho y reside matrimoniada en EEUU, y Carlos, ingeniero civil. Del matrimonio de Lucilita y Bienvenido (Cuqui) Lomba, descienden Jennifer, psicóloga, Eduardo, médico radiólogo, y Paola, odontóloga establecida en Long Island. Prolongación, junto a sus respectivas familias, de la semilla que sembraron con amor tía Yuyú y Tico. Nietos que les dieron a sus abuelos múltiples motivos de orgullo. Hoy Lucilita comparte sus afanes con el empresario Nicolás Gual.

Tía Yuyú fue una mujer de carácter –como se suele decir- no dada a perder el tiempo. Estrictamente pulcra, organizada –como su hermana mayor Fefita quien cumple este año el centenario de su natalicio-, laboriosa como la que más. Mis primeras incursiones en la Farmacia Pasteur en vacaciones escolares o los sábados, siendo un niño, no gozaban de su agrado. “Bienvenido, para qué tú traes a ese muchacho”, le escuché decir en varias ocasiones. Ella entendía que uno podía estorbar y que un menor tras el mostrador no era aconsejable.

Pero el tío Bienvé me fue introduciendo para ayudar en tareas menores en la trastienda –rellenar desde un tanque por medio de un sifón cajitas de vaselina, hacer sobrecitos de 5 aspirinas o de cápsulas de aceite de bacalao, agrupar las facturas por laboratorios suplidores. Luego se me permitió despachar artículos no fármacos como jabones y pasta dental, obsequiar a los clientes que los requerían el útil Almanaque Bristol de Lanman & Kemp-Barcalay y el Cancionero Sal de Uvas Picot, que traía las efervescentes historietas de Chema y Juana.

Como la vida da vueltas, fue Arístides, Tico, quien me proporcionó mi primer empleo estable y formal, en la Liga Dominicana de Beisbol, como asistente del administrador del Estadio Quisqueya, el afable Alfredo Scheker. En esas funciones viajé en 1964 a Venezuela, junto a Tico y Cuchito Álvarez al igual que otros cronistas deportivos, acompañando a las Estrellas Orientales que jugaron contra los equipos de ese país cuando se realizaba la serie interligas.

Era una anfitriona espléndida, especialista en el manejo de la harina con sabrosos pastelones y una pizza de su propia receta altamente demandada. Su generosidad se demostró en 1965, cuando el conflicto bélico llevó a los familiares que residían en las inmediaciones del Palacio Nacional –zona de guerra donde fueron a parar las balas disparadas por los barcos de la Marina de Guerra y cohetes de la Aviación- a buscar refugio en su hogar. Convirtiéndolo de este modo en un auténtico campamento que demandaba las tres calientes, cama y aseo, servicios que supo administrar con eficiencia admirable.

Esta capacidad hospitalaria la evidenció sobradamente en ocasión de los cumpleaños de Rosalía y Lucilita, que organizaba con lucimiento convocando a una muchachada bonita de ambos sexos. Ya adolescentes, los bailecitos a ritmo de picantes merengues interpretados por las orquestas de Alberti y Morel y al tenor de los boleros de Roberto Yanés y Lucho Gatica, se hicieron emblemáticos en la confortable residencia que formaba la esquina norte de la Alma Mater con Benigno Filomeno Rojas. Jóvenes hermosas, plenas de redondos atractivos, nos encandilaban a los del otro sexo en una sana comunión de preferencias. En la amplia galería de ese hogar, donde el acordeón piano de Tito Delgado desplegaba sus destrezas, se ensamblaron amores de los cuales no pocos cuajaron en matrimonios.

La tía Yuyú fue una vecina que se dio a querer, como lo atestigua la relación con la familia Tejada Tabar, formada por el eminente cardiólogo mártir Dr. Manuel Tejada Florentino y Sofía Tabar, con la cual compartió edificio de apartamentos en la Socorro Sánchez –allí fui a parar a los 4 años cuando Chiquín, mi hermano de 8, falleció, a fin de marginarme de la tragedia. Asimismo hablan los nexos con los Haza del Castillo, encabezados por mi tía paterna Rita Indiana y sus hijos, los Félix Gontier, Báez Berg, Iglesias Brugal, Serrallés Sagalevich, sus vecinos en la Alma Mater con Benigno Filomeno Rojas.

Una vida así, tan hermosa y fecunda, llena de la gracia que proporciona la decencia y el sentido del deber cumplido, fue la que despedimos este miércoles, en el plano de su existencia terrenal. Porque con nosotros queda, en el hondón de nuestras almas, su estampa limpia, entrañable. Que nos ha marcado para siempre con su ejemplo.