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El teatro político del Cavaliere

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El teatro político del Cavaliere

En los recién pasados días navideños, hice lo que siempre he hecho desde hace poco más de veinte años: distribuí entre amigos y relacionados mis saludos de "felices fiestas" -que son, también, un modo de agradecer, renovar afectos y fortalecer viejos vínculos- con el envío de un buen libro. Trato de alternar, cada año, a los que reciben mi modesto presente, en vista de que ha ido creciendo la lista de los que entiendo merecedores del trato, por un lado, y por el otro, sin tener necesidad de ocultarlo, a que entre el amplio grupo hay amigos que desestiman el valor de la lectura y no seré yo quien los condene al "suplicio" de tener que recibir como presente de Navidad un "objeto" indeseado. Un buen litro, sin dudas, les cae mejor. Y en santa paz. (Tengo un tiempo que no enlazo estos obsequios, como sugería con gracia y buen tino don Rafael Herrera años ha. Una vez, alguien me devolvió el libro, sin más ni más. En otra, una amiga me devolvió el litro, indicándome que se lo enviara a un amigo borrachín, que por demás me especificó. Hay de todo en la amplia viña del Señor…).

En la elección que hicimos este año, para estos obsequios, hubo desde luego, obras de autores dominicanos, sobre todo para los amigos residentes en el exterior. Y para los amigos locales, una -me parece- interesante selección que incluyó desde obras de Pío Baroja y Vargas Llosa, hasta cuentos de Maupassant y novelas de Almudena Grandes y Leonardo Padura; el atildado ensayo de Jeffrey Sachs sobre "El precio de la civilización"; obras del más reciente Nobel de Literatura, el chino Mo Yan; una formidable antología de las historias de Las Mil y una Noches; los conocidos libros de Barak Obama, y el formidable y denso volumen de Peter Watson titulado "Ideas" con la historia intelectual de la humanidad.

Pero, entre todos, destaco el título que más me agradó regalar, sobre todo porque mezcla una historia disfrutable, que convoca al gozo y la risada -y los días navideños algo de estas cosas traen en su haber- con un examen crítico, bien situado y mejor expuesto. Se trata de "El show de Berlusconi", con un subtítulo que debería atraer a interesados en la política, políticos mismos, columnistas avisados y comunicadores que suelen navegar, a diario, a causa de su oficio, en el linaje rumoroso de los desarreglos de la política vernácula: "Una historia crítica de la quiebra política, económica y moral de Italia a través de los chistes del Cavaliere". El libro no es obra de un periodista, sino de un crítico literario y editor, que parece por su santo y seña que tiene historia y trayectoria en el análisis de acontecimientos puntuales de la historia contemporánea. Su nombre: Simone Barillari.

El magnate mediático, dueño de considerable fortuna, Silvio Berlusconi, ascendió al premierato de su país en la primavera de 1994. En un escenario tan variable y desconcertante como el de la política italiana, Berlusconi llegaba con el propósito, de algún modo conocido de antemano por sus íntimos -aunque muchos líderes privatizan de tal modo sus estilos de actuación que resulta difícil delimitar sus reales cualidades hasta que ascienden al poder- de imponer un estilo que se caracterizaría por el arrojo verbal in extremis y la audacia licenciosa de blandir su espada lenguaraz para marcar caminos y sugerir fórmulas en la tarea cotidiana de la marcha del poder. Bambollero de la palabra vana con trasunto -¡vaya modo de identificar sus desmanes lingüísticos!- el Cavaliere hizo del chiste una herramienta audaz con la que creó una identidad muy particular a su estilo de gobernar. La chirigota, con frecuencia burda pero digámoslo en sano juicio deleitoso, también, sin remilgos, inteligente y zafia, gobernó Italia hasta que en el otoño de 2011 tuvo que salir casi a escondidas del Palazzo Chigi, con rostro amedrentado, mientras afuera la multitud lanzaba contra el divertido premier los calificativos que la insolencia de la turbamulta aconsejaba.

El berlusconismo fue un teatro político lleno de excesos -los escándalos sexuales fueron otra materia de este ejercicio del poder- donde el prestímano forjaba la magia de su influencia social desde la práctica del humor que lo mismo ejercía en una rueda de prensa, en un encuentro diplomático, como frente a las mesas solemnes de comensales exquisitos, reyes, papas o gobernantes de cualquier latitud de por medio. No tenía límites. Sus historietas, como él mismo prefería que calificaran sus chistes, se construían para insinuar, maldecir, ripostar, sugerir, amenazar, presumir o como prenuncio de medidas políticas. Como bien recuerda Barillari, el humor que siempre ha sido un arma contra el poder, Berlusconi lo transformó en un mísil efectista desde el poder con el cual se sostuvo en el grotesco escenario de su teatro político durante dieciocho años de vigencia ininterrumpida. No hubo "momento de la litúrgica jornada de un primer ministro, ninguna ceremonia de su apretado calendario político, que no haya recibido (a menudo en numerosísimas ocasiones) esa irónica bendición, ese largo y contrastado ite missa est que es uno de sus chistes", apunta Barillari.

Y no se trataba de salidas impetuosas, de repentismos habituales. Las historietas eran parte de un tejido ordenadamente estructurado. Un grupo íntimo de sus colaboradores debía ofertarle temprano en la mañana, chistes localizados en la web y otros medios, los cuales él acogía, según su gusto, para probar la eficacia de los mismos. Otro colaborador, designado como "probador de chistes" se encargaba de valorarlos, incluirlos en el repertorio y, lo más insólito, determinar la forma en que el premier lo debía contar, la capacidad histriónica, el rol interpretativo que entendía hacía eficaz la chuscada. Toda una preparación teatral que llevaba a Berlusconi a decir chistes diariamente a su servicio doméstico, a sus ministros, a sus escoltas, en medio del trabajo, mientras paseaba con sus contertulios, y obviamente en las orgías que sus prostitutas de lujo les proporcionaban en su residencia romana. Berlusconi cuenta entre diez a quince chistes al día y sus colaboradores le cuentan a él otros tantos. Esa es, "la divertida materia de su exégesis". Con sus chistes, formula leyes, crea dispositivos de acción laboral, enfrenta desafíos. destroza a sus opositores, cataloga al mundo. Berlusconi, dijo un periodista italiano, "es un cómico que la política ha tomado prestado". Pero, como expone Barillari, fue el estilo de gobernar que sus contrarios nunca entendieron, enjuiciándolo a la ligera, lo cual impidió que no pudieran sobreponerse a sus desatinos. "En Silvio Berlusconi el cómico es la verdad escondida y expuesta abiertamente, es el arcano de su persona y de su poder".

Su amplio catálogo chistocéntrico etiquetó su larga presencia política, sirvió como terapia popular -esa terapia que con la carcajada acalla tensiones-, y esgrimió una didáctica del humor como arma política con su moraleja, claro está, sin que creamos virtuosas las lecciones que se desprendan del ejercicio del humor en este formato. Barillari examina cada periodo de gobierno de Berlusconi y los chistes que identifican cada etapa con una lupa que cabalga entre el juicio político per se y la observación sociológica. En alguna parte, formula el parangón entre el premierato de Giulio Andreotti -irónico, aristocrático, indirecto, sutil, cerebral- y el de Berlusconi -directo, burlador, rotundo- entendiendo que ambos estilos son una emanación del poder de su época: la una (la del democristiano Andreotti) "habla a la Italia de los primeros cincuenta años de historia republicana, que fue instruida por la Iglesia y votó a Democrazia Cristiana, la otra se dirige a la Italia de los últimos veinte años, que ha sido instruida por los canales de televisión de Silvio Berlusconi y lo ha elegido". Ni más ni menos. El de Berlusconi es un cálido recurso retórico empleado con rudeza y desparpajo que retrata a un líder político con "un mastodóntico complejo de superioridad y un complejo de inferioridad igual de abultado".

A partir de 1994, el Cavaliere se convirtió en el primer dirigente de la historia de la república italiana que comenzó a utilizar el chiste como arma política. Dueño de cadenas de televisión, periódicos, cruceros, de un consorcio publicitario, del principal equipo de fútbol y accionista mayoritario de la editorial Mondadori, el líder de Forza Italia levantó con astucia el imperio de la cuchufleta con el que todavía sigue incidiendo en la política italiana. (Monti ha debido renunciar como Primer Ministro porque el partido liderado por Berlusconi le ha retirado su apoyo). Con sus historietas, Berlusconi ha resistido todo tipo de ataques de sus contrarios, ha mediatizado la clase política y se ha convertido en la principal figura de la sociedad del espectáculo, difícil de emular porque sus chistes conforman su "lenguaje político" y para responderle habría que hacerlo en su mismo tono, y esa no es tarea para la que sus contrarios están preparados. Conocer pues "este catálogo cronológico de los chistes y gracias del atroz repertorio de Berlusconi" es descubrir los alcances de la sociedad del espectáculo actual desde el ámbito de la política y es, a su vez, identificar "el rostro familiar de un gran arlequín, siervo y patrón del teatro de la política y actor principal de esa ridícula comedia que ha sido, bajo su mandato, la reciente historia de Italia".