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Disquisiciones sobre poesía urbana

El Poeta Callejero le recomendó a los jóvenes que no compren libros, que no lean, que no se instruyan.

El Poeta Callejero acudió luego a desmentir lo que dijo, porque la práctica de las relaciones públicas hoy día, a la mejor usanza norteamericana, incluye la retractación de un agravio, de una necedad o de un desvarío de la lengua, y todo queda en santa paz como si nada hubiese sucedido.

El Poeta Callejero tiene mucho más público y resonancia mediática que cualquier figura de las letras y el periodismo. Disfruta por tanto, de seguidores entusiastas que quisieran para sí muchos dirigentes políticos o personalidades públicas.

El Poeta Callejero está a cada minuto en comerciales de la televisión y aparece a página completa en todos los diarios en rol de protagonista de firmas comerciales.

El Poeta Callejero ha dicho, aunque ahora lo niegue, que no hay que leer, que para qué carajo hay que emburujarse con libros cuando él es un hombre de éxito y nunca ha leído nada. Pero, el Poeta Callejero está en la cubierta de las mascotas que adquieren niños y jóvenes durante el período escolar que acaba de iniciarse, suplantando a Juan Pablo Duarte, Pedro Mir, Gastón Fernando Deligne, Ramón Marrero Aristy y Manolo Tavárez Justo, que debieran ser los protagonistas este año de las portadas de este instrumental escolar. Y allí, en esas mascotas que llevan su imagen, habrán de verle a diario nuestros escolares y recordar en el aula que el Poeta Callejero les recomendó no leer, o sea no estudiar.

En la acera contraria del Poeta Callejero -digamos, por si algunos no lo saben, que deben ser muy pocos, que el Poeta Callejero es un exitoso cantante de rap, ¿es así?- hay un grupo de jóvenes que hace rato viene llamando la atención de quienes tenemos varios meses observando con sorpresa cómo se viene dinamitando positivamente -dinamita que edifica y no destruye valores- el entorno urbano de la ciudad.

El primer mensaje que leímos fue por los predios de La Salle en la avenida Bolívar. Luego, nos sorprendió otro por la Lincoln. Más tarde uno más por la Núñez de Cáceres. Al poco tiempo, un par de mensajes en la avenida Luperón nos alertaba de que algo estaba sucediendo y que no se trataba de un arañazo o de una boutade individual de un poeta enamorado. Hasta llegamos a pensar que eran cosas sabias de Aléxei Tellerías y su colectivo poético. El pasado sábado el diario Hoy develó el misterio. Un grupo de jóvenes, bajo el título Acción Poética Santo Domingo, decidieron tomar las calles para apropiarse de sus muros y escribir en ellos que la poesía puede ser un arma de futuro.

El graffiti ensoñador y estimulante impacta, sin dudas. Es un lenguaje poético muy bien diseñado que atrae la atención del que camina o del que pasa veloz en su máquina y puede leer el provocador mensaje escrito sobre los muros de una ciudad que, sin el tal vez, le faltaba esta grafía deslumbradora, con algo de pimienta y sal, para sazonar la vida que se corre entre nuestros abrevaderos insomnes.

Arte urbano que violenta el paisaje para combatir los desechos, para alimentar valores colocados hace rato en los zafacones del olvido, para sublimizar el ocio que desajusta las emociones, para sonreírnos de las villanías al uso, del llevaitrae cotidiano que los medios reportan. "La poesía significa expresión y libertad", ha dicho uno de los jóvenes que andan en este oficio de murga poética por diferentes espacios de la capital, en un movimiento insólito, deleitosamente novísimo, que ya comienza a extenderse hacia Santiago, La Vega, Baní, Bonao y San Pedro de Macorís, y que ojalá germinase por toda la República.

Lean lo que dijo uno de los jóvenes al ser entrevistado: "Vivimos en una sociedad donde el amor hacia la literatura es cada día menor, donde la palabra, tal como dijo Benedetti, es el arrabal del odio, y debemos convertirla en correo del amor. Nosotros como jóvenes artistas, conscientes de lo que nos rodea, pintamos versos de poesía y llegamos con sutileza a la mente de las personas". De pronto, surge un interludio de tolerancia entre tanta decrepitud gravitante, en medio de bergantes de todos los calibres que ensamblan a diario dicterios de toda laya.

Estos jóvenes escriben en las paredes de una ciudad que parece andar necesitada de luces, proclamas, arbitrios y ordenanzas diferentes a las que les construye la municipalidad, entre los escombros de Duquesa y los fastidios de ciertas agresiones constructoras. Dicen que el movimiento surgió hace más de 16 años en México de manos de un poeta y promotor cultural -y copio la reseña de Tania Hidalgo- "que tras analizar el terror en el que vivía su ciudad, opta por vestir las calles con versos de amor o profundas frases optimistas". Este arte del aerosol, signatario sin dudas de la cultura hip hop, se ha ido expandiendo por Latinoamérica y se ha establecido en Santo Domingo y los pueblos citados, en el arrojo poético de Wilfredo Gutiérrez, Jean Louis Saint, Sarah Miranda, Nicolás Beras, Waldo Oviedo y Nelson Rodríguez. No conocemos a ninguno. Creo que ni uno solo de ellos figura en la nómina de las nombradías literarias. Tal vez han hecho escuela en algún taller literario. Nada importa. Sus pintadas poéticas no llevan firma. No hay búsqueda de notoriedad. Solo alentar el gusto por la poesía, por la libre expresión, por el mensaje transformador desde un promontorio de nobleza, de cambio, de elevación de los valores de la palabra como fuente de verdad y de belleza.

El primer mural, el que conocí al pasar veloz en mi auto por la avenida Bolívar decía -dice, porque ahí está todavía- "Sin poesía no hay ciudad". Una declaración de principios, que el resto de los lemas enarbolados se encargaría de confirmar. La poesía anda suelta y libre y jacarandosa en las vías de la ciudad. Neruda dijo que debíamos llenar de palabras los espacios de este continente mudo. Los jóvenes de Acción Poética están construyendo una revolución urbana, que está haciendo prosélitos. Que nadie, por Dios, la contamine o adultere. Que el ayuntamiento no cometa el sacrilegio de borrar las pintadas. Que los que amamos esta ciudad, defendamos este ejercicio de arte urbano que no tiene sello partidario ni está unido a sectas ni entramados secretos. El de estos jóvenes es, a más de una práctica de libertad poética en plan colectivo, un acto de emancipación social y cultural que no tiene antecedentes entre nosotros.

Tengo que volver a citarlos, porque he quedado impresionado con sus razonamientos, sobre todo porque casi estábamos a punto de caer devorados por la obvia desesperanza que cubre los horizontes de los valores desahuciados de nuestra realidad: "Buscamos que la gente crezca espiritual e intelectualmente y que fluya el amor que es lo que más nos hace falta en esta sociedad". Así se expresan. Sus murales responden a esas inquietudes y a esos objetivos.

Los poetas de cualquier generación, grupo o estamento, debieran brindar apoyo resuelto a la más viva, libre, abierta y sorprendente muestra de ejercicio poético público y urbano que hayamos conocido en nuestra sociedad. No para proveerle de versos con firma. No para formularles indicativos. No para insertarlos en grupos establecidos. Solo para hacerles ver que se les respeta y admira por su trabajo en las calles, en los muros, en los espacios de la ciudad que, de pronto, se llenan de sabiduría en libertad, de belleza sin cautiverios ni cerrojos, de proclamas de amor sin ambages. Dejémoslo actuar como lo hacen. Sin obstáculos. Sin restricciones.

El Poeta Callejero encontró respuesta en una juventud distinta que puede disfrutar del rap o del reggaeton o del merengue de calle -expresiones sociales de la cultura marginal que merece atención-, pero que sabe que la literatura es una de las claves del desarrollo, la vitalidad y progreso de los pueblos. Su patrimonio real. Los libros, en formato físico o digital; disfrutados, amados, cuidados con su lomo y sustancia, o desde el labrantío del e.book, que es materia dominante de una realidad intransferible, tienen quien los defienda y eleve, haciendo renacer la esperanza dormida. Es algo que debe aprender, en su agitada carrera triunfal, Gerardo Gabriel Santana, el humilde y talentoso muchacho criado en la Mesopotamia de San Juan de la Maguana, que con tres semestres de estudios de Derecho en la universidad decidió abandonar los libros para convertirse en una de las grandes figuras de la música urbana de nuestros días.

Gerardo, el Poeta Callejero es un "tíguere decente" y habrá de recordar que en algún momento él expresó que hacía con las letras de sus rap, "poesía urbana". Los que andan haciendo ahora, sin rap, los muchachos osados de Acción Poética. Tal vez existan coincidencias y el Poeta Callejero termine asociándose al proyecto. Quién sabe si le pueda llegar hondo uno de los murales más sabrosos de este grupo: "La lectura es el viaje de los que no pueden tomar el tren". Ahora que se descarrilan.